A por todas… y a por todo

Posiblemente el discurso de Pedro Sánchez en la apertura del debate sobre el estado de la nación sea su más atinada pieza oratoria en el Congreso

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras su intervención en el debate del estado de la nación.Foto: SUSANA VERA (REUTERS) | Vídeo: EPV

La calidad de un discurso no se mide por los aplausos de los partidarios de quien lo pronuncie: pero cuando son insólitamente estruendosos y largos, igual resulta que no es tan malo.

La importancia de un texto depende también de su capacidad de sorprender al respetable: y cuando lo hace, desbordando de nuevas propuestas, medidas y anhelos, y no solo limitándose a ratificar tecnocráticamente las ya adoptadas, es que entrañ...

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La calidad de un discurso no se mide por los aplausos de los partidarios de quien lo pronuncie: pero cuando son insólitamente estruendosos y largos, igual resulta que no es tan malo.

La importancia de un texto depende también de su capacidad de sorprender al respetable: y cuando lo hace, desbordando de nuevas propuestas, medidas y anhelos, y no solo limitándose a ratificar tecnocráticamente las ya adoptadas, es que entraña cierta capacidad de reconducir una situación difícil.

Y la oportunidad de una intervención se mide sobre todo por si enhebra una mejor conexión con los ciudadanos, una empatía con quienes más sufren, una llamada cómplice a quienes han empezado a instalarse ya en el escepticismo, la frustración o la desconfianza.

Desde esas premisas, posiblemente el discurso de Pedro Sánchez en la apertura del debate sobre el estado de la nación sea su más atinada pieza oratoria en el Congreso de los Diputados. Y seguramente lo sea porque ha cambiado el punto de vista.

No ha enfocado el mensaje a través de lo que pretendía “trasladar” al personal (ese vocablo horrible, mecánico e irritante), y actuando antes que nada como propagandista de su programa, como un agente comercial que te canta las bondades de su producto antes incluso de que haya franqueado la puerta de tu casa. Eso que tantas veces ha practicado en el pasado con una dinámica a veces reiterativa, insistente, obvia y, por tanto, prescindible… solo encajables porque había otros peores.

Al contrario, esta vez el presidente hacía hincapié en partir de las angustias universales de la ciudadanía. Especialmente la inflación, “que hace más difícil lo que ya era difícil”. Y acercándose a ellas mediante nuevas propuestas programáticas. Parecía asimismo consciente del desgaste sufrido en su manera de comunicar, tras la triple crisis en el trienio (pandemia, inicio de la recuperación, impacto de la guerra contra Ucrania). Al enfatizar que “va a por todas” intentaba insuflar un plus de credibilidad, firmeza y visibilidad a las medidas que prometía. Bastante en línea con el famoso discurso de Mario Draghi en 2012, cuando era presidente del BCE y la crisis del euro no cejaba: “Haré todo lo que sea necesario” para suturarla, dijo, “y les aseguro que será suficiente”. Tanto lo fue que ni siquiera tuvo que aplicar el programa de apoyo específico a los socios más vulnerables que trenzó para la ocasión.

El lector está comprobando que este análisis versa sobre el modo del discurso. Pero conviene añadir que su contenido material conjuga con la forma. Las cinco nuevas medidas estrella guardan un hilo conductor: su capacidad de impacto, con la evidente intención de que traspasen el caparazón que envuelve a la opinión (según reflejan las encuestas), en buena parte impertérrita hasta ahora ante la eficacia y la adecuación de las anteriores.

Las bonificaciones a los abonos de cercanías; el desbloqueo de un proyecto inmobiliario importante en Madrid en favor de la vivienda pública; el impuesto a las grandes compañías energéticas; una tasa temporal sobre la banca, pues ya aplica aumentos de tipos de interés a sus créditos, antes de que lo haya hecho el BCE, y un aumento general de becas, parecen exhibir esa cualidad de alerta. Sin que necesariamente generen una alarma excesiva, más allá de unos cuantos titulares sobre “populismo”, “hachazos fiscales” a la economía productiva y demás expresiones escandalizadas. Su acompañamiento de nuevas leyes que amplían los derechos sociales apunta a evitar imputaciones de economicismo. Y a dificultar la tarea de la derecha, tratando de colocarla en un ámbito menos liberal.

Pongamos por caso que todas ellas, medidas y normas, arrastran contraindicaciones (y es seguro que generarán algún efecto colateral negativo; siempre sucede). Nos gustará oír propuestas mejores de los labios de los demás protagonistas. Y ojalá que algunas fuesen incorporables al nuevo programa, y lo completasen.

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