La guerra nos hace más pobres

Vivimos en bipolaridad. Expansión y restricción. Abundancia y pobreza. Aprendamos a explicarlo. Y a cabalgar sobre ambos polos

El presidente del Gobierno, Pedro S‡nchez, el sábado en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros extraordinario que aprobó las nuevas medidas anticrisis.Andrea Comas

Estamos en guerra. La guerra nos hace más pobres. No queremos enterarnos. Los apoyos públicos para aguantar la economía, salvar empresas, afianzar empleos y rescatar a los vulnerables son imprescindibles. Pero conllevan un riesgo: que nos tapen los ojos, como una venda.

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Estamos en guerra. La guerra nos hace más pobres. No queremos enterarnos. Los apoyos públicos para aguantar la economía, salvar empresas, afianzar empleos y rescatar a los vulnerables son imprescindibles. Pero conllevan un riesgo: que nos tapen los ojos, como una venda.

La crisis de la pandemia de la covid-19 era diferente. La paralización congeló la economía, apenas la dañó. La excelente política económica emprendida —europea y española— ayudó a evitar lo peor. Catapultó el empleo. Y coadyuvó al efecto rebote, desde una histórica caída a plomo de la actividad.

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La economía de guerra es un tipo de crisis distinto. Destruye activos, dispersa talentos profesionales, erosiona empresas. A veces, como cuando nuestra Guerra Civil (para mal) o la segunda mundial (para bien), replantea esquemas, reorganiza instituciones, reparte nuevas cartas —distintas— en el mapa del poder: suele provocar momentos recesivos. Otras veces relanza la inversión pública, apuestas industriales, efectos civiles de la tecnología militar: entonces la paz genera expansión y bienestar social.

Esta crisis bélica, heredera en parte del rebote pospandémico, se nutre de los mismos flujos que otras conflagraciones. Y como la Gran Recesión, se augura similar a las serpientes de siete cabezas. En 2008-2011, la burbuja inmobiliaria pudrió los activos financieros; estos corroyeron la solvencia bancaria; el desplome financiero exigió rescates públicos; la deuda estatal reemplazó a la privada, que transmutó así en crisis de deudas soberanas, primas de riesgo, amenaza de ruptura del euro. Y estas dieron paso a las nefastas políticas de austeridad excesiva que provocaron recortes y atrajeron la recesión.

Lo distintivo de esas dinámicas es que provocan contagios diarios. Ahora, la crisis de oferta (corte de suministros, ruptura de cadenas, escasez de materias primas y productos estratégicos) encorseta la producción; la demanda crece; la inflación se desboca. Y las incipientes políticas monetarias restrictivas (ya veremos las fiscales) amenazan también con sus efectos recesivos... Claro que ello es simultáneo a la real recuperación vigente. Y al margen de expectativas que ofrecen los fondos europeos.

Vivimos en bipolaridad. Expansión y restricción. Abundancia y pobreza. Aprendamos a explicarlo. Y a cabalgar sobre ambos polos. Acelerar y frenar. Sorber y soplar. Dura asignatura. Para detallarla, urge sofisticación. Para aprobarla, complicidad.


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