La guerra nos hace más pobres
Vivimos en bipolaridad. Expansión y restricción. Abundancia y pobreza. Aprendamos a explicarlo. Y a cabalgar sobre ambos polos
Estamos en guerra. La guerra nos hace más pobres. No queremos enterarnos. Los apoyos públicos para aguantar la economía, salvar empresas, afianzar empleos y rescatar a los vulnerables son imprescindibles. Pero conllevan un riesgo: que nos tapen los ojos, como una venda.
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Estamos en guerra. La guerra nos hace más pobres. No queremos enterarnos. Los apoyos públicos para aguantar la economía, salvar empresas, afianzar empleos y rescatar a los vulnerables son imprescindibles. Pero conllevan un riesgo: que nos tapen los ojos, como una venda.
La crisis de la pandemia de la covid-19 era diferente. La paralización congeló la economía, apenas la dañó. La excelente política económica emprendida —europea y española— ayudó a evitar lo peor. Catapultó el empleo. Y coadyuvó al efecto rebote, desde una histórica caída a plomo de la actividad.
La economía de guerra es un tipo de crisis distinto. Destruye activos, dispersa talentos profesionales, erosiona empresas. A veces, como cuando nuestra Guerra Civil (para mal) o la segunda mundial (para bien), replantea esquemas, reorganiza instituciones, reparte nuevas cartas —distintas— en el mapa del poder: suele provocar momentos recesivos. Otras veces relanza la inversión pública, apuestas industriales, efectos civiles de la tecnología militar: entonces la paz genera expansión y bienestar social.
Esta crisis bélica, heredera en parte del rebote pospandémico, se nutre de los mismos flujos que otras conflagraciones. Y como la Gran Recesión, se augura similar a las serpientes de siete cabezas. En 2008-2011, la burbuja inmobiliaria pudrió los activos financieros; estos corroyeron la solvencia bancaria; el desplome financiero exigió rescates públicos; la deuda estatal reemplazó a la privada, que transmutó así en crisis de deudas soberanas, primas de riesgo, amenaza de ruptura del euro. Y estas dieron paso a las nefastas políticas de austeridad excesiva que provocaron recortes y atrajeron la recesión.
Lo distintivo de esas dinámicas es que provocan contagios diarios. Ahora, la crisis de oferta (corte de suministros, ruptura de cadenas, escasez de materias primas y productos estratégicos) encorseta la producción; la demanda crece; la inflación se desboca. Y las incipientes políticas monetarias restrictivas (ya veremos las fiscales) amenazan también con sus efectos recesivos... Claro que ello es simultáneo a la real recuperación vigente. Y al margen de expectativas que ofrecen los fondos europeos.
Vivimos en bipolaridad. Expansión y restricción. Abundancia y pobreza. Aprendamos a explicarlo. Y a cabalgar sobre ambos polos. Acelerar y frenar. Sorber y soplar. Dura asignatura. Para detallarla, urge sofisticación. Para aprobarla, complicidad.