Los escarabajos peloteros

Hace falta un poco de humor y la vieja y extraña sabiduría de las fábulas para transitar por esta época tan dolorosa

'Collage' de Eduardo Stupía que va con el texto de Daniel Samoilovich sobre los escarabajos peloteros en 'El libro de las fábulas'.

Hay demasiada confusión aquí. Cada día llega de la guerra en Ucrania una dosis más de barbarie y, si se atiende a lo más cercano, los políticos siguen enzarzados en una riña callejera que parece no terminar nunca. Así que basta ya. El mundo es ancho y diverso, toca variar...

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Hay demasiada confusión aquí. Cada día llega de la guerra en Ucrania una dosis más de barbarie y, si se atiende a lo más cercano, los políticos siguen enzarzados en una riña callejera que parece no terminar nunca. Así que basta ya. El mundo es ancho y diverso, toca variar de palo. Los animales pueden darnos alguna indicación pertinente, quién sabe, como llevan haciendo en las fábulas desde hace tiempo. Los tres cerditos, la cigarra y la hormiga, los dos conejos que disputan sobre galgos y podencos. También podría resultar provechoso volver sobre los mitos o la historia, o enredarse en las habladurías que se escuchan por las esquinas. Acordarse del Árbol del Saber y del Árbol de la Vida, de la espada con la que se suicidó Áyax, de los viajes de Marco Polo a la China. O escuchar, por ejemplo, la historia de los hijos de un anciano comerciante árabe que se vieron empujados a cabalgar durante una larga temporada por el desierto a lomos de sus camellos sin acercarse nunca a Medina: solo el que llegara el último recibiría la herencia.

“Cualquiera puede tener una buena idea, lo difícil es distinguirla de las otras”, escribe Daniel Samoilovich en la pieza número 71 de El libro de las fábulas y otras fabulaciones. En la primera, el gusano no sabe cómo diablos esconderse del zorzal; en la última, el maese Roberto Appratto termina su discurso con estas palabras: “Si lo que estoy diciendo es cierto, están ustedes absolutamente perdidos”. Seguramente tiene razón. Mientras tanto, y de página a página, hay de todo. Incluso un pez, con el que resulta fácil identificarse: “En el fondo de la mar / suspiraba un surubí, / y en el suspiro decía: / ‘¿Qué estaré haciendo yo aquí?”.

Samoilovich nació en Buenos Aires y es poeta, llegó a Madrid en 1978 huyendo de la dictadura argentina y para sobrevivir montó un taller literario con su pareja de entonces, Gloria Pampillo. Proponían consignas para trajinar con las palabras y entre sus lecciones está la de que la literatura tiene mucho que ver con el azar, el juego, el humor. Huían de la solemnidad como de la peste. Ya de regreso a su país, montó un diario de poesía que se pudo adquirir en cualquier quiosco durante 25 años. Samoilovich trabaja con frecuencia con el artista Eduardo Stupía, que tiene obra en muchos de los grandes museos del mundo, y este último libro es el resultado de esa complicidad. A veces las imágenes de Stupía inspiran las palabras de Samoilovich; otras, ocurre al revés. Muchas veces la chispa surge de juntar trabajos que tenían hechos previamente. “¿Era bonita o fea?”, se lee en la pieza 164. “¿Elegante? ¿O más bien un poco descarada? No sabría yo decirlo. Como observa Heine, nadie se pone a medir el calibre de los obuses cuando un cañonazo le vuela la cabeza”.

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La violencia termina, por lo que se ve, colándose también en los juegos y en las fábulas. De lo que se trataba, sin embargo, era de abandonar esa rueda durante un rato. Valga, pues, la número 145: “Le preguntaron al eminente naturalista John Burdon Sanderson Haldane qué conclusiones se podrían sacar sobre el carácter de Dios al estudiar las singularidades de su Obra; respondió Haldane que, a juzgar por su número y variedad, era evidente la predilección del Creador por los escarabajos peloteros”. Pues ya lo saben.


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