Fin de época
La guerra de Ucrania acelera los cambios que están transformado el mundo y produce una extrañeza difícil de manejar
La guerra de Ucrania y la tensa espera a los resultados de la segunda vuelta de las elecciones de Francia han servido para confirmar que habitamos ya en un mundo diferente. Lo habitual es contarse la historia de que un día llegarán los bárbaros para tirar abajo las conquistas de nuestra civilización, pero lo que se está viendo con claridad es que los bárbaros están ya entre nosotros, que los bárbaros somos nosotros. La sociedad de consumo, ...
La guerra de Ucrania y la tensa espera a los resultados de la segunda vuelta de las elecciones de Francia han servido para confirmar que habitamos ya en un mundo diferente. Lo habitual es contarse la historia de que un día llegarán los bárbaros para tirar abajo las conquistas de nuestra civilización, pero lo que se está viendo con claridad es que los bárbaros están ya entre nosotros, que los bárbaros somos nosotros. La sociedad de consumo, que prometía saciar cada uno de nuestros caprichos, y la del espectáculo, que ha procurado entretenernos durante ya décadas, para que no rumiáramos nuestras desdichas, parecen haber llegado a un punto muerto. Van a seguir funcionando a todo trapo por pura inercia, pero ya no sirven. Cada vez hay más gente que está segura de que no va a cumplir sus expectativas, y aquel horizonte de bienestar al que todos se dirigían en las sociedades occidentales se ha convertido ya en una quimera.
Por solo reparar en lo que está más cerca, la Unión Europea, el historiador Tony Judt ya explicó en unas conferencias de 1995 que su éxito fue el resultado de unas transformaciones irrepetibles, únicas. “Europa occidental”, escribió en Una gran ilusión, “probablemente nunca volverá a tener que recuperarse de 30 años de estancamiento económico o medio siglo de declive agrario, o reconstruirse tras una guerra devastadora. Ni volverá a unirse por la necesidad de hacerlo, o por la coincidencia de la amenaza comunista y el apoyo estadounidense. Para bien o para mal, las circunstancias de la posguerra, que actuó como la comadrona de la prosperidad de Europa occidental a mediados del siglo XX, fueron únicas; nadie volverá a tener la misma suerte”. Desde que realizó este diagnóstico han pasado ya casi 30 años, y muchas cosas han cambiado. Pero, a ratos, da la impresión de que muchos operaran como si todo siguiera exactamente igual.
La violencia que ha desatado Rusia en Ucrania, la enorme destrucción de sus ciudades, los crímenes de guerra: quizá en este horror se puedan encontrar muchos argumentos para que los países occidentales vuelvan a unirse y puedan construir otra época de esplendor, en la que la lucha contra el cambio climático y las transformaciones tecnológicas sean los motores de un nuevo proyecto de igualdad, de un nuevo Estado de bienestar mucho más sólido y que acabe con las lacerantes desigualdades de un capitalismo desbocado. La esperanza, cierto, es lo último que se pierde. Pero, por el momento, no habría que olvidar que la barbarie es el signo que gobierna este tiempo de desasosiego: la polarización es la regla, los puentes están rotos.
Fin de época, nada nuevo bajo el sol. Al escritor austriaco Hugo von Hoffmannsthal le tocó vivir un momento de extrañeza semejante, cuando un mundo se venía abajo —el del Imperio austrohúngaro— sin que terminara todavía de emerger el que vendría después. En Una carta, donde lord Chandos tomaba la palabra para dirigirse a Francis Bacon, Von Hoffmannsthal daba cuenta de su crisis en 1902. “He perdido del todo la facultad de pensar o de hablar coherentemente de cualquier cosa”, decía allí. O también: “Todo es una especie de pensar febril, pero un pensar cuya materia es más inmediata, más fluida y más incandescente que las palabras”. ¿Les suena? En esas andamos también ahora con demasiada frecuencia. Extraviados.