Caos

Para el ciudadano medio, el horizonte da más miedo que la situación actual desde la que se observa

Un panel que anima a los ciudadanos a registrarse para votar en las elecciones legislativas francesas, el jueves junto a la estación ferroviaria de Cergy-Saint-Christophe.LUDOVIC MARIN (AFP)

El contribuyente francés de las clases medias y menesterosas está cabreado porque su vida va de mal en peor. Comenzó a declinar en 2008, cuando la gran estafa, mientras que la del votante rico no ha dejado de mejorar a costa suya. Llámenlo transferencia de renta, llámenlo desigualdad, llámenlo contraste, llámenlo diferencia, llámenlo iniquidad social, perfidia, llámenlo como les venga en gana, lo cierto es que los encargados del reparto de la riqueza lo hacen mal, tal vez porque no sepan repartirla, tal vez porque es...

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El contribuyente francés de las clases medias y menesterosas está cabreado porque su vida va de mal en peor. Comenzó a declinar en 2008, cuando la gran estafa, mientras que la del votante rico no ha dejado de mejorar a costa suya. Llámenlo transferencia de renta, llámenlo desigualdad, llámenlo contraste, llámenlo diferencia, llámenlo iniquidad social, perfidia, llámenlo como les venga en gana, lo cierto es que los encargados del reparto de la riqueza lo hacen mal, tal vez porque no sepan repartirla, tal vez porque estén a sueldo de quienes se vienen llevando la parte del león desde la refundación ética del capitalismo propugnada por Nicolas Sarkozy. De ahí la abstención, de ahí el ascenso de la extrema derecha, de ahí el desvanecimiento del partido socialista galo. No hay horizonte para el ciudadano medio. Peor aún: el horizonte da más miedo que la situación actual desde la que se observa. En otras palabras: el futuro es muy oscuro trabajando en el carbón, y en Francia la gente trabaja mayormente en el carbón (nos referimos por “carbón” al paro, a la precariedad, a los bajos salarios, al comercio de esclavos alentado por el ultraliberalismo económico).

No es muy distinto de lo que pasa en España. De ahí que sorprendan tanto los análisis con frecuencia impenetrables de los observadores políticos. El problema de la explotación legal no es otro que el de su legalidad. Pueden darle todas las vueltas intelectuales que quieran, pero mientras no se persiga la explotación, los explotados crecerán y, con ellos, su desasosiego. Si en ese escenario, ya grave de por sí, los precios crecen cuatro veces por encima de los salarios, la vivienda deviene artículo de lujo, los hijos en objeto de consumo de las clases adineradas, y las leyes en escudos para los especuladores de bienes de primera necesidad, el caos está garantizado.

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