Un horizonte cargado de negrura

La guerra de Ucrania y la posibilidad de que Le Pen gobierne en Francia cuentan la misma historia: el regreso del ultranacionalismo

Marine Le Pen, en un acto de campaña ante la segunda vuelta de las elecciones en Francia.THOMAS SAMSON (AFP)

La guerra de Ucrania ha empezado a operar como el telón de fondo delante del cual se realiza cualquier representación, sea la que sea. Así que, en primer plano, se afanan en un debate los dos candidatos a la segunda vuelta de las elecciones de Francia y, atrás, unos cuantos so...

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La guerra de Ucrania ha empezado a operar como el telón de fondo delante del cual se realiza cualquier representación, sea la que sea. Así que, en primer plano, se afanan en un debate los dos candidatos a la segunda vuelta de las elecciones de Francia y, atrás, unos cuantos soldados recorren las calles vacías de Mariupol, están los cadáveres de Bucha con tiros en la cabeza y las manos atadas, las largas colas de refugiados en las fronteras, los llantos de las madres. El mundo parece tener las dimensiones de un guisante donde episodios muy diferentes parecen obedecer a la misma trama y producen ecos semejantes. La historia que se cuenta es que la fiesta se ha acabado y que toca volver a casa: a la familia, a la patria, a la religión. Es lo que Putin quiere imponer con las bombas y lo que promete Marine Le Pen, que la vieja gran nación acuda presta a proteger a las descarriadas democracias de sus tribulaciones.

Lo que la guerra ha mostrado en primer lugar es que la guerra existe y que puede desbordarse y tocar a esas sociedades que se creían al resguardo de cualquier catástrofe. Lo que revela, en segundo término, es que la violencia forma parte de la colección de recursos a los que acuden los autócratas cuando pretenden imponer algo con la fuerza. La guerra, que ocurría siempre fuera, puede estallar dentro. Tampoco el asalto al Capitolio estaba entre las opciones previsibles; no cabía en la imaginación que una muchedumbre se lanzara en Washington de manera festiva y atolondrada a tomar el poder. Ocurrió.

El siglo XX se abrió con grandes promesas de cambio y bajo la bandera de la velocidad, y por eso el automóvil y el aeroplano desplegaban sus vertiginosos prodigios y confirmaban que era posible llegar a cualquier parte. Los jóvenes se apuntaron al plan y a las puertas de la Gran Guerra corrieron a alistarse en aquellos flamantes ejércitos que cambiarían la faz de la Tierra con las tempestades de acero que vomitaban las nuevas máquinas. El siglo XXI se inició también con unos aviones que llevaron esta vez la destrucción al corazón de Manhattan y mostraron que el imperio más poderoso del mundo era vulnerable. Ahora, y ante los estragos de la guerra de Ucrania, se hacen cuentas: ¿cuándo empezaron las cosas a torcerse, en qué momento se puso a cocinar este apocalipsis que parece golpear impaciente con los nudillos a las puertas de Occidente?

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Nada está escrito todavía, y los turbios presagios de que gobierne en Francia la extrema derecha no son nada más que turbios presagios. Lo que sí parece haberse dañado es aquel marco de referencias, y de valores, que conformaban una manera de hacer las cosas y de estar en el mundo. Los ademanes cosmopolitas, el proyecto de una sociedad más igualitaria, la defensa del Estado de derecho y de la democracia como los mejores habitáculos por los que la libertad puede circular sin grandes cortapisas: es el artefacto que movía los engranajes para que todo esto funcionara el que ha gripado. Y lo ha hecho porque muchos de los que están dentro ven solo un futuro lleno de sombras, y es entonces cuando escuchan los cantos de sirena que les prometen rescatar un pasado glorioso que les va a devolver la seguridad que anhelan. El trabajo para volver a reconstruir lo que el miedo ha destruido es, sin embargo, demasiado grande como para quebrarse ante los peores augurios.


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