Ausencia de liderazgo
El desconcierto de la población ante la explosión de la ómicron merecía las explicaciones concretas que no ha tenido
La ómicron ha caído sobre las Navidades de todos los españoles como un mazazo justo cuando ya creíamos que, tras una vacunación altísima y ejemplar, salíamos del túnel y la vida volvía a la normalidad. No contábamos con una ola explosiva que ya satura la atención primaria y, de momento, no colapsa los hospitales, aunque su crecimiento exponencial altera absolutamente la vida social y económica sin que existan respuestas simples ni certe...
La ómicron ha caído sobre las Navidades de todos los españoles como un mazazo justo cuando ya creíamos que, tras una vacunación altísima y ejemplar, salíamos del túnel y la vida volvía a la normalidad. No contábamos con una ola explosiva que ya satura la atención primaria y, de momento, no colapsa los hospitales, aunque su crecimiento exponencial altera absolutamente la vida social y económica sin que existan respuestas simples ni certezas científicas incuestionables.
El vuelco se debe a dos factores: la caída del nivel de protección de las vacunas frente al contagio y la aparición de la nueva variante ómicron, mucho más infectiva. Ha llegado lo que los expertos repiten sin ser escuchados: vacunar al mundo rico es inútil si las vacunas no llegan al resto del planeta. El resultado lo estamos viendo con la única buena noticia de que las vacunas están manteniendo la protección frente a la enfermedad grave. No hay más certezas, nadie puede tenerlas ante una mutación reciente y explosiva.
En estas situaciones es cuando más necesario es el liderazgo político. Y ni el Gobierno central ni la mayoría de las comunidades autónomas han olido el grado de frustración, susto y desamparo que el estallido de positivos ha provocado.
De la alocución dominical del presidente del Gobierno durante la fase aguda hemos pasado al discurso machacón de un Pedro Sánchez sin escuderos con empatía —ni Fernando Simón ni Salvador Illa— sobre que estamos vacunados y esa es la solución. Lo es, sin duda, pero ahora hay que gestionar un presente que precisa orientación realista y concreta en vísperas de movimientos masivos y reencuentros familiares. Y tenemos unas comunidades autónomas incapaces de acordar un mínimo común denominador frente a los contagios cuando todas van a recibir o enviar residentes a otros puntos del país. Hace falta liderazgo político para gestionar una situación en la que hay que ponderar los factores de salud pública, situación hospitalaria, economía y estado de ánimo social. No es fácil, pero deberían probar a explicarlo sin tratar a sus gobernados como electores menores de edad. Sin despreciar como síntoma la reacción a la imposición de la mascarilla en exteriores, algo que muchísimos españoles hacen voluntariamente y que, presentada como medida estrella en estas circunstancias, ha provocado una enorme irritación.
Porque en este momento lo que la mayoría esperaba oír es por qué no hay test rápidos; por qué aquí son más caros que en países cercanos; qué inversiones se han hecho para evitar que en algunas comunidades —por ejemplo, Madrid— la atención primaria colapse ante cualquier coyuntura extraordinaria; quién te firma una baja laboral cuando tu centro de salud está tan desbordado que ni siquiera puede coger el teléfono. Y un cierto grado de coherencia entre las medidas que toman comunidades con situaciones epidemiológicas parecidas, coherencia que en esta ola no tienen ni las del mismo partido en el caso del PP.