La gente se jubilaba después de morirse

A todos complacen los acuerdos sociales, pero esa querencia no debe generar excesos de confianza a los agentes económico-sociales

El ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, durante una intervención en el Senado.EFE

A todos complacen los acuerdos sociales. Pacifican. Duran. En Europa es un raro, o un ultra, quien no se derrita ante ellos. Pues son la quintaesencia del capitalismo renano, consensual; frente al capitalismo anglosajón, de mercado más salvaje. Y ahora, también, frente al capitalismo asiático: mercado puro con dictadura dura.

Pero esa querencia no debe generar excesos de confianza a los agentes económico-sociales. Si patronales y sindicatos obstaculizan cualquier medida, enarbolando el no, no, y siempre no, entonces igual el personal se distancia de sus teóricos rep...

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A todos complacen los acuerdos sociales. Pacifican. Duran. En Europa es un raro, o un ultra, quien no se derrita ante ellos. Pues son la quintaesencia del capitalismo renano, consensual; frente al capitalismo anglosajón, de mercado más salvaje. Y ahora, también, frente al capitalismo asiático: mercado puro con dictadura dura.

Pero esa querencia no debe generar excesos de confianza a los agentes económico-sociales. Si patronales y sindicatos obstaculizan cualquier medida, enarbolando el no, no, y siempre no, entonces igual el personal se distancia de sus teóricos representantes. Algo así se arriesga con la reforma laboral y la de las pensiones. La patronal se niega a todo aumento de las cotizaciones sociales: con parte de razón, pues suponen un impuesto contra el empleo. Pero ataca a la vez el alza de cualquier impuesto (una posible alternativa). Sobre todo el de sociedades. Ese que las multinacionales españolas apenas conocen: 20 de las principales solo tributan por un 1,9% de sus beneficios.

Los sindicatos claman al cielo si se alude a ampliar el periodo de cotización de las pensiones futuras. Calculan, con razones, que podría menoscabar su cuantía a las generaciones que ya han sufrido dos crisis brutales. Pero se niegan incluso a sentarse para debatir el imperativo categórico de elevar la edad de jubilación real, único verdadero remedio a la crisis financiera de la Seguridad Social: ineluctable si no se ataca a tiempo y de raíz.

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¿Por qué? Hasta el siglo XIX, no había pensiones de jubilación, y la esperanza de vida era de 31 años. Cuando en 1889 el canciller Bismarck las crea para segar la hierba bajo los pies socialdemócratas, las fija primero a los 65 años, luego a los 70. La esperanza de vida rondaba entonces los 40, así que la media de los trabajadores solo se jubilaba después de morir. Cuando en 1942 las reinventa en el Reino Unido lord Beveridge, también a los 65 años, la esperanza de vida de los varones era de 63: la media tampoco llegaba a cobrarlas nunca, residía ya en el cementerio. Los fondos de las pensiones tendían así al superávit.

En España, se instituyeron oficialmente en 1919: se vivía una media de 41,15 años. Jubilarse era una lotería. Hoy la esperanza de vida supera los 80. La edad de jubilación oficial en 2021 será de 66 años; y en 2027, de 67, gracias a la reforma socialista de 2011: la real oscila entre los 62 y los 64 años. No hay coraje para readaptar y ampliar esa senda. Una lástima, porque cualquier otra medida podrá aliviar. Pero será solo un parche, sor Virginia.

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