Trumpismo a la francesa

Éric Zemmour, el populista de extrema derecha francés, es provocador, regala portadas a las grandes revistas, consigue visibilidad y tiempo en horarios de máxima audiencia. Su secreto es el escándalo

DEL HAMBRE

El trumpismo es el triunfo sobre la opinión pública. Se da cuando un discurso marginal gana centralidad, cuando la cultura periférica de los ultras de internet se amplifica sin medida al saltar a los medios su sórdida rebelión contra la corrección política. Se cambian las reglas del juego democrático y solo hacen falta dos cosas: odio e internet. La comunicación no es ya el diálogo entre diferentes, la búsqueda del mundo común; solo la codiciosa persecución del impacto inmediato en clics. Pr...

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El trumpismo es el triunfo sobre la opinión pública. Se da cuando un discurso marginal gana centralidad, cuando la cultura periférica de los ultras de internet se amplifica sin medida al saltar a los medios su sórdida rebelión contra la corrección política. Se cambian las reglas del juego democrático y solo hacen falta dos cosas: odio e internet. La comunicación no es ya el diálogo entre diferentes, la búsqueda del mundo común; solo la codiciosa persecución del impacto inmediato en clics. Premiamos el contenido más incendiario y penalizamos aquel donde prima la contención, el unir a las personas en torno al bien común.

Si la teoría la tenemos clara, ¿cómo puede esto volver a ocurrir en Francia? Hablamos de Éric Zemmour, el populista de extrema derecha al que los medios han puesto una alfombra dorada para la carrera presidencial. Es provocador, regala portadas a las grandes revistas, consigue visibilidad y tiempo en horarios de máxima audiencia. Su secreto es el escándalo. Un ejemplo: 20 de octubre, Seine-Saint-Denis, en una feria sobre seguridad interior, Zemmour presenta su puesta en escena apuntando a los periodistas con un arma. Aparentemente es una broma, pero no hay noticia, solo impacto. Recuerda a la película Joker: un payaso juega con la línea roja y apunta a un periodista mientras habla de la desigualdad, los desposeídos, las vidas que no cuentan. La imagen provocará la reacción indignada del establishment reafirmando el carácter rebelde y antisistema de su figura. Ocupará tribunas, telediarios, informaciones: Zemmour es puro espectáculo político. Según The Atlantic, en septiembre tuvo 4.167 menciones en prensa, 139 al día, y más de 11 horas de tiempo televisivo frente a las dos de Anne Hidalgo, alcaldesa de París, o de Le Pen, poco más de una hora.

“Para ganar a una mayoría no se busca converger hacia el centro, sino encender los extremos”, dice el politólogo Giuliano da Empoli. Mientras el extremo minoritario es intolerante, la centralidad es maleable, puede cambiar de opinión rápidamente y “decidir alinearse con la minoría intolerante”. Solo necesita esa mecha, esa amplificación de los mensajes para normalizar lo que jamás debería normalizarse. El principio del proceso está en ese internet donde los diluvios de odio y desinformación que originaron sucesos como el asalto al Capitolio son permitidos alegremente por Facebook. ¿Qué hacer ante esto? Aunque el pobre Mélenchon quiera debatir con él, Macron ha decidido ignorar a Zemmour, y la reacción ciudadana ha terminado por convertir a Zuckerberg en objeto de burla cuando la decisión que anunció para restañar su prestigio es cambiar el nombre de la compañía. Pero los trumpistas siguen aquí, en Estados Unidos, en Francia, también en España, y ponen muy alto el listón de los políticos de siempre, de los Biden del mundo que saben que no pueden fallar porque todo puede estallar de nuevo.

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