Ministros pararrayos

Muchas veces son una especie de escudo o fusible, y deben justificar las decisiones más controvertidas de sus jefes, empecinarse en los errores o practicar el lanzamiento de globos sondas

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, da una rueda de prensa tras participar en la IV Reunión de la Comisión de Seguimiento del Plan de Acción de Lucha contra los Delitos de Odio en el Ministerio del Interior, este miércoles, en Madrid.Rodrigo Jiménez (EFE)

El prólogo se podría llamar “pararrayos”, escribió Lichtenberg. Los ministros muchas veces también lo son: una especie de escudo o fusible, como ha escrito Zarzalejos. Deben justificar las decisiones más controvertidas de sus jefes, empecinarse en los errores o practicar el lanzamiento de globos sondas. Luego el líder, si quiere, puede aparecer y presentar una posición más moderada. Los grados de desautorización son variables.

A veces lo vemos en gente que no tiene otra cosa que hacer y resulta comprensible. Produce más desconcierto cuando lo vemos en alguien que tenía prestigio profesi...

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El prólogo se podría llamar “pararrayos”, escribió Lichtenberg. Los ministros muchas veces también lo son: una especie de escudo o fusible, como ha escrito Zarzalejos. Deben justificar las decisiones más controvertidas de sus jefes, empecinarse en los errores o practicar el lanzamiento de globos sondas. Luego el líder, si quiere, puede aparecer y presentar una posición más moderada. Los grados de desautorización son variables.

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A veces lo vemos en gente que no tiene otra cosa que hacer y resulta comprensible. Produce más desconcierto cuando lo vemos en alguien que tenía prestigio profesional en otro campo. Se observa en esos casos cómo tritura la política: aunque lo sabemos desde los clásicos siempre parece nuevo y fascinante. Con algunos líderes y estilos comunicativos tritura mejor. Un ejemplo es el caso del ministro del Interior. Su puesto es difícil; tiene la complejidad añadida de estar en un Ejecutivo experimental, donde el socio menor ejerce a ratos de oposición, con un griterío que entiende la deslealtad institucional como fidelidad a los principios y apenas logra ocultar su creciente irrelevancia. El ministro ha afrontado una situación inédita en términos de alarma sanitaria y orden público. Lo hemos visto excusar el acoso a diputados de otras formaciones en el día del Orgullo Gay. Fue responsable de decisiones discutibles en su momento y corregidas por la justicia como la idea de que violar el confinamiento era desobediencia. La falta de instrucciones claras a los agentes dio a la policía un margen excesivo de discrecionalidad, que posibilitó numerosos abusos. Su departamento destituyó al coronel de la Guardia Civil López de los Cobos porque López de los Cobos había cumplido con su deber. El ministro dio en sede parlamentaria una explicación que no se ajustaba a los hechos. Una sentencia de la Audiencia Nacional (recurrida) estima que el cese fue ilegal. El ministro justificó la irrupción de la policía en fiestas sin orden judicial. Ahora ha tratado de desviar la responsabilidad de la devolución de los niños marroquíes en Ceuta hacia el presidente de la ciudad autónoma, que no tiene competencias sobre el asunto (la maniobra se aprovechó de las habituales contradicciones internas del PP). Algunas de estas polémicas se deben a decisiones propias. Muchas no tanto. Pero no se le evalúa por su gestión para todos, sino por su eficacia como pararrayos: mientras los errores parezcan solo suyos. @gascondaniel

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