Aragonés, el socio preferente

El Gobierno no puede confiar en sus apoyos parlamentarios en un momento crítico para el Estado

Pere Aragonès, en el Parlament este jueves.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Tardó Aragonés unos pocos segundos, muy pocos, en fijar su proyecto: “La culminación de la independencia de Cataluña”. Es lo que hay. De hecho, lo único que hay. Ahí concluye el proceso de formación del Govern que se ha enredado, durante semanas, en la lógica puigdemoníaca dictada desde Waterloo por el ...

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Tardó Aragonés unos pocos segundos, muy pocos, en fijar su proyecto: “La culminación de la independencia de Cataluña”. Es lo que hay. De hecho, lo único que hay. Ahí concluye el proceso de formación del Govern que se ha enredado, durante semanas, en la lógica puigdemoníaca dictada desde Waterloo por el expresident huido de la justicia. Sus dos tuits ante la crisis de Ceuta lo retratan bien: “Espero que la UE no se deje llevar por la inflamación nacionalista española. Ceuta y Melilla son dos ciudades africanas, que forman parte de la UE solo por herencia de un pasado colonial...”. En 265 caracteres, este ultranacionalista siempre escandalizado por el nacionalismo destila su aversión a España. Más allá del esquema argumental impropio de un estudiante de Primaria, algo de lo que tampoco cabe extrañarse vista su fantasiosa reescritura de la Historia de Cataluña, concluye que “Marruecos tiene derecho a plantear el tema de la soberanía”. Vaya ironía: no reclama el derecho a la autodeterminación de Ceuta y Melilla, sino el derecho a reclamarlas de otro país que además ejerce el expansionismo territorial de modo poco democrático. De repente vuelve a la actualidad aquella viñeta de Charlie Hebdo, titulada Puigdemont se radicaliza en Bélgica, que lo retrataba con chilaba y fez gritando: “¡Cataluña Akbar!”. Todo un caso de justicia poética verlo convertido en aliado de Marruecos en una disparatada operación fronteriza con niños como arietes.

El nuevo molt honorable toma el testigo de la hoja de ruta. Con un Parlament muy escorado a la izquierda, no ha vacilado por un instante en certificar que en Cataluña no hay eje ideológico, sólo el procés interminable. Ayer tendió la mano al PSC, contra el que tiene firmado un humillante cordón sanitario, y a los Comunes, después de pactar con la derecha. Es el teatrillo cínico marca de la casa. Junts está ahí para boicotear toda posibilidad de entendimiento con el Gobierno de España; y también las CUP. Claro que todo esto en Cataluña, atrapada en su propio bucle melancólico, ya ha dejado de ser incluso noticia. Pero ERC es socio preferente del Gobierno en la mayoría de la legislatura —aritmética parlamentaria reclamada por Unidas Podemos y asumida por el PSOE— que incluye a Bildu, grupo que esta semana denunciaba la “militarización de la crisis humanitaria”. No es raro que Sánchez haya pedido “unidad y responsabilidad por parte de todos los grupos parlamentarios, singularmente de la bancada conservadora, para que estén con el Gobierno de España en este momento crítico”. Más allá de los oportunismos partidistas, este es un asunto al que no se debería restar trascendencia: el Gobierno de España no puede confiar en sus socios preferentes en un momento crítico para el Estado. Ese mensaje de Sánchez apelando a los partidos conservadores a los que suele despachar de modo muy áspero, ¿no es la imagen misma de un estado de cosas en definitiva demencial?

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