Viejas y nuevas razones para destruir libros

Como siempre ha ocurrido, desde la Inquisición al Código Hays, vetar la biografía de Philip Roth se justifica con las mejores intenciones

El autor Philip Roth en Nueva York el 15 de septiembre de 2010.ERIC THAYER (REUTERS)

La editorial W.W. Norton ha anunciado que suspenderá la promoción y distribución de la biografía de Philip Roth a causa de unas acusaciones de varias mujeres contra su autor, Blake Bailey.

La biografía autorizada de Roth era uno de los libros más comentados de la temporada en Estados Unidos. Entre los motivos está su importancia como novelista. También el ...

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La editorial W.W. Norton ha anunciado que suspenderá la promoción y distribución de la biografía de Philip Roth a causa de unas acusaciones de varias mujeres contra su autor, Blake Bailey.

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La biografía autorizada de Roth era uno de los libros más comentados de la temporada en Estados Unidos. Entre los motivos está su importancia como novelista. También el aspecto polémico de su obra. A veces una literatura riquísima se reducía a un par de escenas; otras, se atribuía al autor el comportamiento de sus personajes. La biografía ofrecía la posibilidad de vincular la obra con la vida, los narradores con el autor. Algunos, como Cynthia Ozick, han elogiado el libro. Otros han criticado la indulgencia de su autor con su biografiado.

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Poco después de que aparecieran las acusaciones —que aluden a actos que van desde lo moralmente reprochable a lo criminal—, Bailey fue expulsado de su agencia literaria y la editorial se distanció. Las acusaciones pueden ser ciertas, pero ni la agencia ni la editorial afirman que así sea: su decisión es preventiva. Lo que opera, como ha escrito David Rieff, es una presunción de culpabilidad; han “puesto una cláusula de moralidad retroactiva en el contrato de Bailey”. No importa la culpa, sino la reputación. Se pueden criticar la hipocresía o el momento, que a menudo se conocieran conductas cuestionables y se tolerasen durante años, que algunos comportamientos o su sospecha sean castigados y otros no, en un esquema donde Woody Allen es peor que Rudolf Hess. Pero solo lleva a la melancolía. Estamos frente a una combinación de control de daños capitalista y concepción foucaultiana del poder.

Al final se produce una suerte de censura: puedes publicar pero eres excluido de las instancias de legitimación. Como siempre ha ocurrido, desde la Inquisición al Código Hays, el veto se justifica con las mejores intenciones.

Usamos muchas cosas sin preguntarnos por la calidad ética de quienes las fabrican. Es posible que la aspiración de desligar la obra del autor sea utópica: estudiamos y consumimos los productos culturales pensando en autores, admiramos a unos más que a otros por su posición moral. No parece que la nueva ortodoxia vaya a desaparecer pronto, pero en este caso, como en muchos otros, la medida no repara a las supuestas víctimas, no aclara lo que ocurrió y priva a personas interesadas de un trabajo valioso. @gascondaniel

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