El autoritarismo también se contagia

La lucha contra la pandemia nos obliga a tolerar una mayor intromisión del Estado en nuestras vidas

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, durante la sesión de control de este miércoles en el Congreso.Chema Moya (EFE)

La combinación de maniobras de distracción, sectarismo y miedo construye una atmósfera tóxica. Así, mientras la campaña de vacunación avanza más despacio de lo previsto, aunque parece ir tomando ritmo, la campaña de las elecciones madrileñas nos pone a discutir de trampantojos. Las fiestas que contravienen la normativa sanitaria, después de un año de pandemia, se convierten en un peligro urgente. Para algunos, la amenaza...

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La combinación de maniobras de distracción, sectarismo y miedo construye una atmósfera tóxica. Así, mientras la campaña de vacunación avanza más despacio de lo previsto, aunque parece ir tomando ritmo, la campaña de las elecciones madrileñas nos pone a discutir de trampantojos. Las fiestas que contravienen la normativa sanitaria, después de un año de pandemia, se convierten en un peligro urgente. Para algunos, la amenaza justifica que la policía te tire la puerta abajo: el Ministerio del Interior defiende la violación de derechos fundamentales, con argumentos de sofista e ignorando la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. El PP decía que veía “bases legales” para la interpretación de Interior.

El Gobierno suele utilizar a otras instituciones como parapeto: hay que investigar y detener los excesos y la policía debe recibir una instrucción clara sobre los límites. La legislación tiende a la chapuza y a la restricción de las libertades: las dos Cámaras votan para que las mascarillas sean obligatorias al aire libre, aunque estés solo. La lógica de la norma recuerda a las monjas que se desnudan tras un biombo en una habitación donde no hay nadie más, para no incomodar a un Dios que teóricamente lo ve todo. Luego, ante la indignación, se propone negociar la norma con las comunidades autónomas y se intenta maquillar el dislate con tergiversaciones.

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La lucha contra la pandemia nos obliga a tolerar una mayor intromisión del Estado en nuestras vidas. Hemos interiorizado limitaciones asombrosas, algunas justificadas y otras arbitrarias: desde el encierro de los niños hasta las restricciones de la circulación. Casi no nos sorprende que no puedas salir a pasear durante horas. Convivimos con márgenes delirantes de discrecionalidad policial, interpretaciones extensivas de la ley de seguridad ciudadana, inseguridad jurídica y erosiones del Estado de derecho y de la separación de poderes. Soportamos una gran intromisión; sospechamos que otros están saltándose las normas, y la vigilancia y delación del vecino se presentan como virtud pública. Justificamos el recorte de los derechos, incluso cuando no se ajusta a los procedimientos legales, porque la situación es excepcional. Pero no hay nada más fácil que encontrar una excepción: el autoritarismo también se contagia y siempre hay un problema a mano para recortar la libertad. @gascondaniel

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