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Pensándolo bien
Columna
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¿Por qué es popular López Obrador, pese a todo?

El apoyo del que goza el presidente parte de un hecho: el modelo anterior, la alternativa a la 4T, provocó la inconformidad política y social de las mayorías

López Obrador durante su gira por Baja California Sur, en noviembre de 2023.
López Obrador durante su gira por Baja California Sur, en noviembre de 2023.Presidencia MX
Jorge Zepeda Patterson

Muchos mexicanos tienen la sensación de vivir en el surrealismo político, la esquizofrenia colectiva o de plano en el absurdo: todo y todos confirman “las barbaridades” que está cometiendo el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. En los círculos que les rodean, sean familiares, amigos, redes sociales o medios de comunicación, la indignación frente a los actos y dichos por el presidente va en aumento.

¿Cómo es posible, entonces, que López Obrador mantenga esa popularidad? Peor aún, las cotas de aprobación del presidente no solo se mantienen en torno al 60%, puntos más o puntos menos según la encuesta de que se trate; todas ellas, además, señalan un repunte adicional en las últimas semanas.

Puede advertirse el desconcierto de muchos ciudadanos que miran estos números con perplejidad e incluso con la sensación de haber sido traicionados por sus compatriotas. En los primeros años, se refugiaban en la noción de que había una especie de engaño en esas cifras, pero tuvieron que asumirlas cuando sus periódicos de cabecera comenzaron a confirmarlas. Luego concluyeron que la mayoría de los mexicanos eran presa de la demagogia, resultado de la ignorancia y el atraso. Pero los más lúcidos entendieron que ese argumento resultaba comprometedor: ¿cómo declararse demócrata y al mismo tiempo sostener, a lo largo de cinco años, que las mayorías están equivocadas porque piensan diferente que las minorías? Finalmente, llegaron a una explicación del fenómeno; los sectores populares habían sido comprados por los programas sociales y las dádivas del gobierno de la 4T. Había una lógica en su apoyo a López Obrador, pero era una lógica perversa.

Y en efecto, la derrama de 35.000 millones de dólares anuales entregados directamente al bolsillo de los beneficiarios, el aumento en el salario mínimo de 88 a 249 pesos, la entrega gratuita de fertilizantes, el fin del outsourcing o subcontratación que burlaba derechos de los trabajadores y las reformas laborales ofrecieron un enorme respiro a los sectores populares. Para millones de ancianos, el apoyo bimestral hace la diferencia entre la miseria y la pobreza relativa.

Al tercio más próspero, todas esas ayudas pueden parecer un gesto demagógico o migajas indignas; para muchos que las reciben pueden representar la posibilidad de escapar a las versiones más agresivas e indignas de la penuria y la desesperación. Y si tales beneficiarios constituyen más de la mitad de la población, la más necesitada, no habría ningún misterio, engaño o perversidad en el apoyo de los sectores populares al Gobierno de la 4T. En conjunto, son acciones que han provocado una mejoría del poder adquisitivo de los “de abajo”.

Al suscribir en favor de la presidencia, están actuando estrictamente a partir de sus intereses objetivos. Lo contrario sería ilógico: que estas mayorías pidieran el regreso de un modelo que había congelado el poder adquisitivo de los trabajadores de base, había aumentado la desigualdad y condenaba al 56% de la población activa a buscarse la vida en la economía informal. Eso no ha cambiado con la 4T, dirán los críticos, pero en todo caso estaría sujeto a discusión. Hay un impulso pendular en esa dirección, con muchas insuficiencias, pero también con algunos logros concretos, los suficientes para generar la percepción de que este Gobierno lo está intentando.

No hay nada perverso ni ilógico en estas políticas porque sobre aviso no hay engaño: el ascenso al poder se hizo bajo el emblema “primero los pobres” y a tirones y jalones es lo que se ha buscado ¿Errores de la 4T? Sin duda. Pero eso también lo saben quienes lo siguen apoyando. Los más desprotegidos son también los más impactados por la inseguridad o las insuficiencias educativas o de salud. Pero mal haríamos en cuestionar su capacidad para extraer el balance que hacen sobre su realidad y la manera en que esta ha cambiado o no con el presente régimen.

Engañados por el verbo de López Obrador, se dice. ¿En serio? Tendríamos que creer que millones de personas suspenden lo que hacen de 7 a 10 de la mañana para ser indoctrinados por la Mañanera. Se estima que las reproducciones promedio de ese espacio ronda la cifra de 430.000. Ni siquiera el 1% respecto a una población de 124 millones de habitantes. Y en todo caso, una gota frente al impacto acumulado de los medios de comunicación que, mayoritariamente, critican al Gobierno. Los más influyentes conductores de radio, opinadores, programas de televisión y periódicos de mayor circulación han cuestionado duramente a López Obrador durante cinco años.

Tendríamos que concluir que los medios de comunicación tienen menos penetración e influencia de la que les atribuíamos en la definición de la opinión pública; o que tienen la penetración, pero carecen de la suficiente credibilidad para modificar la percepción que muchos mexicanos han construido sobre su realidad, al margen de lo que escuchan y ven en los medios.

El tercio que hoy desaprueba a López Obrador sin duda puede esgrimir argumentos respecto a los errores, excesos e insuficiencias del Gobierno en curso. Hay muchas cosas que pudieron hacerse mejor o de plano de otra manera. Pero el tema de fondo es otro. Dar cuenta de esas incongruencias no quita algo mucho más categórico. El apoyo del que goza el presidente parte de un hecho: el modelo anterior, la alternativa a la 4T, provocó la inconformidad política y social de las mayorías y hasta ahora, y con todos sus claroscuros, estas siguen pensando que lo realizado por el Gobierno de Morena les resulta más conveniente que lo que tenían antes.

La oposición seguirá careciendo de futuro mientras siga perpleja respecto a la popularidad de López Obrador, lo asuma como una aberración o lo atribuya a actos de demagogia, sin dar ningún crédito a la capacidad de la gente para valorar su situación. O como suele decir de manera coloquial el propio presidente: el pueblo no es tonto, son tontos los que creen que el pueblo es tonto.

@jorgezepedap

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