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La sabatina
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nada fuera del movimiento

Si ganara los comicios, Claudia Sheinbaum ascenderá al mismo puesto que su líder, pero no gobernará por sí sola

Claudia Sheinbaum durante una conferencia de prensa en 2023.
Claudia Sheinbaum durante una conferencia de prensa en 2023.RAQUEL CUNHA (REUTERS)
Salvador Camarena

Eso que llaman sexenio podría sufrir en 2024 una transformación radical. Si Claudia Sheinbaum gana las elecciones, lo que se vivirá a partir de octubre no será, como se insiste, una reedición del maximato. El lopezobradorismo es más complejo que eso y ella es muy lopezobradorista.

Morena es un movimiento en construcción. En una década ya conquistó la presidencia de la República y la mayoría de los Estados. Su ascenso se debe a que reactivó la ilusión por el nacionalismo al tiempo que, pragmáticamente, supo incorporar personajes de la izquierda, del PRI y hasta expanistas.

Y al tesón e instinto político de Andrés Manuel López Obrador, en torno a quien se agrupan activistas sociales, académicos, periodistas y un sustancial segmento de la población; para los que ese liderazgo es experimentado como un sentimiento bidireccional: él para ellos, ellos para él.

Esa identificación es vertical. Él en la cúspide y hacia abajo se acomodan hasta llegar al “pueblo”. A pesar de que hay quien asegura que pretendió reelegirse, desde hace muchos meses administró un mecanismo sucesorio que está a punto de desembocar en la precampaña de Sheinbaum.

Si ganara los comicios, la ex jefa de gobierno de la Ciudad de México ascenderá al mismo puesto que su líder, pero no gobernará por sí sola, o para sí en el sentido de crear un nuevo “estilo personal”, menos de asumirse independiente o desconectada del lopezobradorismo.

Describir lo que seguiría entre 2024 y 2030 como un gobierno tutelado es no querer aceptar que Morena se define como un proyecto transexenal donde los eventuales presidentes se apegarán a los postulados que de la mano de Andrés Manuel dieron origen a eso que ellos llaman transformación.

Esta semana se dio el mejor ejemplo al respecto. No sin sorpresa vimos que Marcelo Ebrard no ha ajustado su reloj a la nueva realidad: si bien la inminente campaña será un momento culmen, en estos años el movimiento no ha hecho sino irse enredando más y más en torno a lo que dicta AMLO.

El excanciller avisó el lunes que se queda en Morena. Como al explicar sus razones para no renunciar Ebrard se asumiera como cabeza de una supuesta segunda fuerza dentro del movimiento, Sheinbaum le enmendó duramente la plana al reiterar en un video el carácter indivisible del mismo.

El mensaje de la virtual candidata fue para Marcelo y para cualquiera que tenga dudas sobre cómo ejercerá el poder la eventual presidenta. A ella le toca, y lo asume plenamente, ejercer de vigía del lopezobradorismo. Hoy y en los años por venir.

Porque Claudia se ve como una de quienes ayudó a construirlo; porque cree en lo que su líder representa, y porque tiene conciencia de que su candidatura se debe, sobre todo, a la identificación que la base de Morena, e incluso en el extrarradio del movimiento, advierte entre el presidente y ella.

El maximato suponía una simulación. Se iba a elecciones para, formalmente, elegir a una persona como presidente; la realidad es que los comicios servían de fachada para poner un encargado de despacho. Los mangoneados por el jefe máximo, con mayor o menor frustración, se sabían meros instrumentos.

Lo de hoy no puede ser más distinto. Sheinbaum es, como cuando se presentaba de adolescente a otros, la compañera Claudia. Una militante entregada y entusiasta. Una convencida de la autoridad y el proyecto que López Obrador quiere instalar, sin retorno previsible, en México.

Ve el segundo sexenio de Morena como uno que pondrá los cimientos de la nueva formar de gobernar al país gracias a que el presidente derrumbó, con los más disímbolos —y costosos, si se quiere— métodos el régimen que se venía edificando desde los años ochenta.

Su administración se trazaría a partir del suelo llano que le entregarían el 1 de octubre. Pero el basamento no se apartará, salvo en algunos matices, de los preceptos del tabasqueño: más energías verdes por aquí, renovados puentes con sectores lastimados por AMLO (científicos, por ejemplo) por allá, y ya.

Además, tal sincronía ha comenzado desde ahora. El asalto al Poder Judicial es una labor de mancuerna entre el presidente que se irá y la que llegaría. No es una ocurrencia del primero que la segunda acepte con resignación o simuladamente. Desde hace años es coautora de esa pretensión.

Prueba de ello es el Proyecto de Nación 2018-2024 presentado el 20 de noviembre de 2017 en el Auditorio Nacional. Sheinbaum fue la responsable temática del segmento de ese documento en el que se propone discutir la designación vía voto popular de los ministros de la Suprema Corte.

Si bien ahí se habla de consultar con expertos una eventual pero profunda reforma al Poder Judicial que incluía, dicho sea de paso, la desaparición de la Judicatura Federal, ya todo mundo sabe hoy a qué se refiere Morena cuando habla de consultas: a no negociar nada fuera del movimiento.

Seis años después, el asalto al Judicial se da en doble vía. Como eje fundamental de lo que será la oferta electoral de Sheinbaum —quien pedirá voto arrasador para tener mayorías constitucionales en el Congreso a partir de septiembre próximo—, y por la vía de llenar de incondicionales la Corte.

La terna de candidatas a ocupar la plaza que dejó vacante el ministro Arturo Zaldívar es la manifestación más abierta, y desafiante, no solo de lo que López Obrador pretende, sino de lo que la propia Claudia Sheinbaum busca: que la Constitución se pliegue a lo que quiere el movimiento, y no al revés.

Continuidad no es la principal, sino la única oferta de quien este 20 de noviembre inicia precampaña por el oficialismo. ¿Dónde está el maximato? Ella quiere ser la consolidadora de un cambio radical. Y ambos términos son necesarios al imaginar el sexenio de Claudia: se acelerará lo visto hasta hoy.

No por nada el presidente habla de relevo generacional, como si fueran parte de una misma familia; sí lo son, en este caso, de idéntica corriente política. Eso fue lo que Marcelo Ebrard nunca entendió en su fallida aspiración por relevar a Andrés Manuel; y lo que menos aún comprende al quedarse ahí.

La herencia del creador de Morena solo podía recaer en quien buscara perfeccionar lo irreductible del lopezobradorismo, no en quien pretendía reformas para matizarle algunos de sus más costosos filos: el antiaspiracionismo, por ejemplo.

Por cierto, no es la primera vez que en la historia reciente desde el poder se ambiciona fijar transexenalmente una sola visión. Ni más ni menos que el salinismo se declaró listo para gobernar por treinta años a fin de galvanizar su modo de ver las cosas. De hecho, López Obrador cree que para mal se logró.

En este nuevo intento no habría Zedillo que exilie al predecesor. Tampoco Abelardo Rodríguez. Sería una cosa distinta. Habrá que buscar una definición, o ver si cabe otro paralelismo histórico. Porque el maximato no ayudará a entender los goznes entre esta presidenta y el expresidente.

Será distinto. Con lastres (demasiados exégetas de negligente actuar que se creerán merecedores de compartir las glorias de haber sido fundadores) y con la imperturbable decisión de ella por llevar al siguiente nivel lo que se quiso hacer este sexenio, pero diferente al maximato.

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