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LA SABATINA
Columna
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Hora de definiciones

Ejercer el periodismo es un compromiso que se asume en lo personal, pero que en la actual coyuntura obliga a reflexionar, y decidir, qué hacer para garantizar la libertad, de unas y otros, para publicar los hallazgos que la sociedad necesita

La periodista mexicana Carmen Aristegui participa en una mesa de dialogo el día 01 de diciembre de 2021 en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
La periodista mexicana Carmen Aristegui participa en una mesa de dialogo el día 01 de diciembre de 2021 en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Hector Guerrero
Salvador Camarena

El lunes, el presidente Andrés Manuel López Obrador: “Loret de Mola, ya lo dije, es un golpeador, un mercenario, sin ideales, sin principios”.

El martes, el presidente Andrés Manuel López Obrador: “Ayer no le gustó a Loret de Mola cómo lo definí, me faltó una palabra. Dije que era un periodista golpeador, mercenario, sin principios y sin ideales; me faltó, es un periodista golpeador, corrupto, eso fue lo que me faltó, mercenario, sin principios y sin ideales”.

El miércoles, el presidente Andrés Manuel López Obrador: “Loret de Mola ¿no?, pues ¿con qué autoridad moral? Lo repito: periodista, porque le tengo que decir así, pero sin duda golpeador, corrupto, mercenario, sin ideales y sin principios. Lo tenían ahí en Televisa, me consta, me dio hasta pena, porque un alto directivo de Televisa se refirió a él, a Loret, diciendo qué era para Televisa. No lo puedo repetir aquí, lo más suave es decir un golpeador que tenemos aquí, o un porro; pero no me dijo eso, me dijo una cosa que no la puedo repetir, un alto, alto funcionario, de para qué les servía”.

El presidente cerró los días hábiles de la semana sumando descalificaciones contra otra periodista. Esto dijo López Obrador el viernes: “Carmen Aristegui, que también engañó durante mucho tiempo, mucho tiempo. Yo conocí gente que veían en Carmen Aristegui al modelo de comunicación a seguir, la paladina de la libertad. Una vez unos señores grandes, un señor español casado con una señora mexicana, ya grandes los dos, pero de esos que escuchan la radio, todos los programas, muy simpatizante. Entonces, de repente que yo hice un comentario, les digo: ‘Pues tengan cuidado, porque no es así lo de Carmen’. ‘¡No! ¡Cómo nos va a decir eso, cómo nos va a decir eso!’, ofendidos. Y me quieren y yo los quiero muchísimo, pero no, era muy venerada. Murió el señor español y ahí está la señora, muy luchadora, de Guadalajara. Pero muchísima gente así y no, no, no, o sea, a la hora de las definiciones se fue, o así pensaba siempre, pero simulaba, está a favor del bloque conservador. Todos estos reportajes calumniosos, manejados por Carmen Aristegui”.

Así se refiere el presidente de los Estados Unidos Mexicanos a dos periodistas. Además de las palabras denostativas, rotundas por sí solas, el mandatario imprimió en cada caso un tono que acentuaba su inquina, su desprecio por la labor y la persona de esos dos comunicadores. Hay que consignar para la posteridad estos ataques. Para nada los primeros, ni contra ellos ni contra otros colegas, pero igualmente graves.

Más graves si tenemos en cuenta que: en México se asesinan periodistas como en casi ningún país del planeta; en México está consagrada en la ley la libertad de prensa; constitucionalmente, en México ninguna autoridad puede coartar esa libertad, y en México el presidente, su Gobierno e incluso sus familiares mayores de edad, están sujetos al escrutinio público. Porque así es la democracia. Aunque a López Obrador no les guste. La cosa que en común tienen hoy Loret y Aristegui es que recientemente en sus plataformas fue difundida, y comentada con profusión, la manera en que vive en Houston, junto con su esposa, el primogénito del presidente.

A falta de pruebas de alguna ilegalidad en ese modus vivendi, así como de una investigación de entidad oficial por algún presunto conflicto de interés, por ser ella una funcionaria de petroleras y haber vivido en aquella ciudad texana en casa de un ejecutivo de una empresa contratista de tiempo atrás de Pemex, la revelación subrayaba, si algo, la disparidad entre el discurso de austeridad que promueve López Obrador y la forma en que vive su vástago. Y esa denuncia, dada a conocer hace 10 días, ha desatado la iracunda respuesta del presidente, que se ha lanzado contra esos periodistas de una forma desaforada, a un nivel poco visto en quien ha hecho de atacar a la prensa un hábito cotidiano.

Los denuestos presidenciales ameritan varias preguntas en voz alta. ¿Qué consecuencias tendrán para el ejercicio de la libertad de prensa en México? ¿Qué riesgo suponen para esos periodistas en concreto? ¿Qué harán a partir de esa andanada los seguidores del presidente? ¿Qué deben hacer Loret, Aristegui y el gremio? ¿Qué tipo de convivencia democrática se puede esperar en un país donde el jefe del Estado responde a una publicación no con desmentidos puntuales, sino con descalificaciones personales? ¿Por qué callan el gabinete y la jefa de Gobierno ante la descalificación de Carmen, una periodista vista con una bien ganada simpatía por los progresistas? ¿Dónde quedó la amistad de esos que antes iban a casa de Aristegui a festejarla y que hoy, desde sus trabajos en el Gobierno, callan sobre los ataques contra ella?

Reiterar: lo visto en esta semana no es del todo nuevo, pero es grave. ¿Es más grave que antes o la repetición lo hace menos delicado? ¿Dónde está la línea de alerta de que el presidente ha ido más allá de lo premisible, de lo tolerable, de lo democrático? ¿Cuándo se rebasó? ¿A costa de qué son esos excesos verbales y de autoridad? O, puesto de otra manera, ¿es consciente López Obrador de lo que hace y de lo que puede provocar, además de aislamiento al trabajo periodístico, al atacar a la prensa?

Esto no es sobre dos periodistas, por visibles que sean. Para empezar, porque no solo los atacó a ellos esta semana. El modus operandi lopezobradorista contra la prensa incluye la descalificación recurrente de Denise Dresser, a la que anula incluso antes de llenarla de epítetos: es común que haga como que olvida el apellido de la articulista, o menciona “por error” en su lugar a la periodista Denise Maerker, lo que tiene que ser visto como una estrategia expansiva de desprestigio: las dos Denise por el precio de una. Y así se siguió, con Sergio Aguayo y con El Universal y Reforma, con la misma Televisa. Y, otra vez, solo estoy hablando de algunos de los atacados esta semana.

El ejercicio de la prensa en México no está libre de defectos, agendas personales, carencias y, por supuesto, partidismo. Nuestro medio periodístico, a pesar de las aportaciones que en décadas han hecho voces y plumas meritorias, arrastra defectos de un tortuosa, sino que corrupta, relación con el poder.

Entre otras aspiraciones de mejora, la llegada a la presidencia de López Obrador también suponía la oportunidad de establecer nuevas reglas en esa relación —menos discrecionalidad en la entrega de publicidad oficial, menos “no te pago para que me pegues”, por ejemplo—. Más transparencia y menos espionaje, también. No ha sido el caso. El Gobierno de Andrés Manuel destina menores recursos a la propaganda, es cierto, pero estos se entregan a dedo: el presidente es igual que sus antecesores: consiente a amigos.

Pero la elección de 2018 no significaba, en forma alguna, que las y los periodistas darían a este Gobierno un beneficio de la duda que se tradujera en dejar de investigar dispendios o desvíos, errores y fallas en políticas públicas, por más bien intencionadas que éstas fueran; y por supuesto, frente a una administración que se cree transformadora no es antipatriótico, sino al contrario, reportar las negligencias, los abusos y los delitos de los de Morena en el uso del presupuesto y los cargos públicos.

Igualmente, la conducta de este presidente, su equipo y su familia es materia de escrutinio porque es una sana práctica desde pasados sexenios. Es así porque la sociedad y la prensa mexicanas conquistaron el derecho a investigar todo lo público —que incluye a los “orgullos del nepotismo”, para seguir con las citas de López Portillo—, y eso no iba a cambiar en este Gobierno, aunque al presidente le enerve, aunque él se diga diferente. Y es que, de alguna manera, López Obrador cosecha parte de lo que él sembró. El sano ejercicio de la crítica fue usado por periodistas y por él para denunciar el despilfarro y la frivolidad en los tiempos recientes.

El comunicado b15-053 de Morena, fechado el 8 de abril de 2015, lleva por título: “Se avergüenza López Obrador que Enrique Peña y Angélica Rivera se comporten como nuevos ricos”. El arranque de ese boletín consigna lo siguiente: “Andrés Manuel López Obrador manifestó que le da vergüenza que Angélica Rivera y el priista Enrique Peña Nieto se comporten como nuevos ricos y lamentó que haya tanta corrupción, impunidad, desvergüenza, extravagancias y fantocherías por parte de quienes ostentan el poder en México. (...) Y puso de ejemplo que las cámaras de la empresa Telemundo captó (sic) a la esposa del priista Enrique Peña Nieto, Angélica Rivera y sus hijas al entrar en tiendas machuchonas de Beverly Hills, California, Estados Unidos, donde las prendas de vestir son costosísimas y donde van a comprar los potentados del mundo. (…) En Milpa Alta, López Obrador planteó que deberían de renunciar Enrique Peña Nieto; los secretarios de Hacienda, Luis Videgaray y del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, entre otros, por utilizar sus cargos para llevar a cabo actos de corrupción, de derroche, de despilfarro y obtener privilegios”.

Esta es, por supuesto, solo una de las incontables ocasiones en que desde la oposición el hoy presidente denostó, según el citado boletín, “las extravagancias de los pequeños faraones acomplejados y corruptos como Enrique Peña y otros”: entre muchos otros criticados por el tabasqueño estuvieron hijos de políticos, como los de Marta Sahagún, o el de José Murat, Alejandro, hoy gobernador de Oaxaca. En referencia a estos últimos, y en el preámbulo electoral de hace seis años en esa entidad, López Obrador dijo en enero de 2016: “Luego que se dedican a robar, se les premia. Se sabe que su hijo [Alejandro Murat] tiene departamentos de lujo en Nueva York; quieren seguir saqueando el Estado”.

Muchas de las denuncias que como opositor Andrés Manuel formuló tuvieron origen en revelaciones periodísticas que él retomaba; y también ocurría que sus denuncias sobre corrupción y dispendio eran replicadas por múltiples medios locales, nacionales e internacionales.

Sin proponérselo, la prensa fue aliada de quien proponía un México donde los excesos de la élite fueran no solo acotados sino mal vistos. Las críticas de López Obrador a la forma frívola en que se comportaban gobernantes y sus familias encontraba eco en una sociedad harta del saqueo de la nación para enriquecimiento de las cortes sexenales.

”La corrupción es el principal problema de México”, dijo el político en Torreón en enero de 2015, “y solo con un Gobierno honrado saldremos de la decadencia. Cuando triunfe nuestro movimiento voy a pedirle a organizaciones de filantropía que compren la Casa Blanca de Peña Nieto para convertirla en museo y mostrar cómo vivían los políticos corruptos en la época del PRIAN”.

Esa Casa Blanca hoy no es museo, pero las noticias de otras casas han acaparado espacios mediáticos y redes sociales, y si no ahí están las de Bartlett.

En 2018 la ciudadanía premió con el voto a quien formuló promesas de renovación, a quien propuso un nuevo estándar, uno donde se ofrecía un comportamiento virtuoso que sin embargo ha sido abollado por videos, denuncias y sentencias que exhiben cómo hermanos y colaboradores de este presidente lo mismo reciben sobres con efectivo que descuentan ilegalmente diezmos a burócratas.

Ha sido la prensa, esa que tantas veces sirvió de vehículo al discurso lopezobradorista, la que ha dado cuenta de las fallas e inconsistencias del actuar de este gobierno y del entorno de Andrés Manuel. Pero él está decidido a no permitir que los mexicanos se enteren por sí solos. El presidente que antes atizaba la denuncia periodística ahora la toma contra el mensajero.

El recuento de la semana incluye otras denostaciones a la prensa, a la que se le ve como ariete de los adversarios: “Ya pueden lanzarse con las campañas más fuertes y armonizarse, agruparse entre todos y atacarnos e inventar hacer un periodismo mercenario. No pasa nada, nada, nuestro escudo es la honestidad y es nuestra conciencia”.

Para los periodistas en general tuvo otras lindezas el presidente esta semana: recordó al maderismo al comparar al hoy con aquellos tiempos: ‘Le muerden la mano al que les quitó el bozal’; por si hubiera duda agregó la referencia de que “periodistas e intelectuales” “luego se volvieron huertistas”. Y hasta en el aquelarre nada diplomático con Panamá recomendó un libro de Greene para ilustrar cómo los periodistas “se convierten en inquisidores”.

Es hora de definiciones, dijo al menos en dos ocasiones esta misma semana el presidente. En una de ellas para reclamar el comportamiento de Aristegui, de la que seguro esperaba, como antes ha dicho de Proceso, sumisión con respecto a su Gobierno.

Decirle al pueblo que hay prensa mercenaria y al servicio de sus opositores, que no ha renunciado a plegársele, es una proclama que pretende conculcarle a la nación el derecho a informarse libremente. Y en esa agenda, pocas semanas como la actual, en donde el abuso retórico del presidente ha perdido todo límite.

Sí, es hora de definiciones, según lo ha dicho el propio López Obrador. Él lo menciona para someter. Debe ser leído para refrendar que ante los ataques del poder, a la prensa le queda un camino, pero también una obligación. Ejercer el periodismo es un compromiso que se asume en lo personal, pero que en la actual coyuntura obliga a reflexionar, y decidir, qué hacer para garantizar la libertad, de unas y otros, para publicar los hallazgos que la sociedad necesita.

La hora de las definiciones supone pensar en las rutas que hagan viable, y efectivo, el derecho de la sociedad a tener la información sobre lo que hace y deja de hacer el gobierno lopezobradorista y sus integrantes, incluidos familiares directos y políticos.

No será suficiente en estos tiempos que cada cual siga comprometido con su búsqueda periodística individual, o de medio aislado, si el presidente está decidido a abusar del poder. Hay un momento inédito en décadas. Hay un ataque sistémico desde Palacio, en tiempo real y con recursos oficiales, contra la prensa.

Responder desde lo individual permite al mandatario vapulear a los colegas y a su trabajo. A los que fueron atacados esta semana y a otros. A ellos y a todos. Si es cierto que el periodismo solo se entiende como labor colectiva para la colectividad, es la hora de probarlo. Es tiempo de definiciones. Y esas no deben ser establecidas desde la máxima tribuna.

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