Periodismo en resistencia
El reportero no debe ser condescendiente ni frívolo, ni andar aplaudiendo a los “líderes”, sino ser crítico e incisivo y preocuparse por lo que afecta a los ciudadanos
El periodismo se encuentra, desde hace años, hundido en una crisis total. Crisis de identidad, de negocio, de estilo y de valores. Radio, televisión y periódicos han visto sus antaño prósperos reinos sacudidos o de plano demolidos por las redes. Las empresas informativas tradicionales han sufrido mermas drásticas de sus ganancias y han respondido de un modo, en general, atolondrado, con recortes de personal y de espacios, cuando no con una rendición acrítica a los modos y usos de internet.
Qué amargo resulta, para quienes crecimos leyendo los diarios impresos, verlos reconvertidos en portales de noticias (aunque esta es, seguramente, la opción más promisoria y sensata) o reducidos a su mínima expresión física, casi como esos diarios gratuitos y menudos que proliferaron a principios del siglo. Las sábanas de antaño, detrás de las cuales podía uno desaparecer por horas en el afán de informarse y entretenerse, han pasado a ser cuadernillos con mínimos y poco atractivos retazos de notas. Y la escasez de espacio sofoca a lo mejor del periodismo: el reportaje de fondo, la crónica a profundidad, la entrevista aguda y amplia. Mucho de lo que se lee ahora en esas breves páginas parecen tuits alargados...
Aunque quizá no de un modo tan radical como ha sucedido con la prensa, pero también la radio y la televisión han padecido el ascenso de las redes y ahora parecen sus sirvientes, condenados por su propia naturaleza comparativamente rígida a ir por detrás de un medio, como la internet, que los incluye y a la vez los rebasa. ¿Cómo se compite con la gratuidad (al menos, aparente) de buena parte de los contenidos de las plataformas sociales y las páginas web, con la flexibilidad para que los usuarios accedan a lo que quieren de forma inmediata, con su vastedad de opciones y alternativas de toda clase? Nadie parece haber dado con la respuesta. Quizá porque no hay una buena.
Las presiones políticas y económicas han puesto otra zancadilla en los tobillos del periodismo. Alguien argüirá que siempre han existido. Y claro que sí, solo que ahora se ceban en unos medios debilitados y urgidos de ingresos. Algunos medios han optado por volverse militantes de los gobiernos que pueden fondearlos. Otros resisten, pero el oleaje sube y muchos se resquebrajan. También la violencia tiene vela en este asunto. México es uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo, como lo saben los familiares y colegas de los nueve reporteros asesinados el año pasado en el país, ante la pasividad del gobierno federal y los estatales.
Ante este escenario desalentador, es necesario, como ciudadanos, apuntalar y defender el trabajo que hacen algunos medios en su conjunto y tantísimos reporteros y editores, aquí y allá, a costa de esfuerzos muchas veces individuales y de no pocos riesgos. El periodismo es la permanente bestia negra de los gobernantes y los poderosos corruptos, ineficaces y mentirosos. No existe el político que aprecie a los medios que no se le cuadren: justamente por eso es indispensable su buena salud y su libertad. El periodismo no debe ser condescendiente ni frívolo, ni andar aplaudiendo a los “líderes”, sino ser crítico e incisivo y preocuparse por lo que afecta a los ciudadanos, en vez de servir como la simple caja de resonancia de los que mandan. Vale la pena no olvidarlo.
Nota final: Al redactar estas líneas me entero del fallecimiento de Juan Carlos Valdés, periodista cultural del IMER, un gran entrevistador y un apasionado de la literatura. Fuimos colegas y cuates por más de dos decenios; se le extrañará por siempre. Un abrazo a sus familiares y amigos.
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