Lo que tumbó a Nieto
La renuncia de Santiago Nieto es un síntoma de algo más grave que una boda cara: veo en ella la radicalización política de la coalición de López Obrador
Líderes de opinión y primeras planas en todo México sugieren que Santiago Nieto, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), tuvo que renunciar a su cargo porque su boda fue demasiado suntuosa. La forma de vida que mostró, dicen, fue una afrenta a la marca de austeridad que quiere mantener su jefe, López Obrador, y le costó su carrera al frente de la Unidad de Inteligencia Financiera.
La realidad, sin embargo, parece ser mucho más política y compleja.
De hecho, si la suntuosidad fuera razón para destituir a personas de cargos, muchas personas afines al Gobierno de López Obrador ya hubieran perdido sus posiciones. Destaca Manuel Bartlett, a cuya familia se le atribuyó tener un “imperio inmobiliario” de 800 millones de pesos, o Irma Eréndira Sandoval, quien supuestamente recibió de manera indebida por parte del Gobierno un terreno público, para su goce privado, cuando era cercana a López Obrador.
Otras personas con dinero rodean al presidente, como es el millonario Alfonso Romo, quien fuera considerado su mano derecha y quien supuestamente funge como asesor independiente del presidente.
Más aún, una boda en Guatemala no es un gasto que Santiago Nieto y su ahora esposa, Carla Humphrey, no pudieran realizar. Con 40 años de trayectoria profesional conjunta, el matrimonio tiene una remuneración mensual neta de casi 300.000 pesos al mes. Con eso alcanza. Además, las bodas en Guatemala son mucho más económicas que en destinos de playa mexicanos de lujo como Tulum, Cabo o partes de la Riviera Nayarit.
Es por ello que la renuncia de Nieto me parece un síntoma de algo más grave que una boda cara: veo en ella la radicalización política de la coalición de López Obrador.
Al interior del obradorismo radical Santiago Nieto estaba dando muestras de “promiscuidad ideológica”, es decir, de ser demasiado cercano a personas no gratas para el Morenismo. Ello no gustaba nada. Por ejemplo, a su boda asistieron destacados miembros de la coalición opositora a López Obrador como los exgobernadores Quirino Ordaz, de Sinaloa, y Francisco Domínguez, de Querétaro, así como la senadora del PAN Josefina Vázquez Mota.
No solo eso, la misma esposa de Nieto, Carla Humphrey, quien es consejera del Instituto Nacional Electoral, ha sido atacada por ser considerada afín al PAN. Antes de estar casada con Nieto, Humphrey fue esposa de Roberto Gil Zuarth, quien fuera diputado del PAN e incluso concursó para dirigir al partido. Carla ha negado su cercanía e incluso expresa que su exesposo ha querido bloquear su carrera.
Independientemente de su vida sentimental, Humphrey avaló la sanción que impidió que Salgado Macedonio, un reconocido morenista, pudiera ser candidato a gobernador de Guerrero en el 2021. La votación de dicha sanción fue muy cerrada (6 votos a favor y 5 en contra) y fue, según el mismo Salgado Macedonio, “la que me tumbó”. Dentro de Morena hay quien no le perdona esta supuesta afrenta.
A lo anterior habría que agregar que Nieto parecía ser un actor incrementalmente incómodo para cierta parte de la coalición. Meses antes, el periodista Raymundo Riva Palacio había documentado que Palacio Nacional no veía con buenos ojos la independencia que aparentemente estaba teniendo Santiago Nieto para investigar casos que afectaban a morenistas, crear su propia agenda independiente y tratar de ayudar a exgobernadores del PAN.
Así, la boda supuestamente suntuosa de Nieto supuso la coyuntura perfecta para que los puros dentro de la coalición morenista (o quien fuera que se sintiera potencialmente afectado por el trabajo de Nieto) encontraran una excusa para hacer que su carrera implosionara. O en palabras de una de mis fuentes, “no fue la suntuosidad, fue la promiscuidad” lo que lo tumbó. Tal parece que en obradorismo no se vale ser neutro.
Esto es preocupante. Si una supuesta incremental falta de pureza ideológica le costó el puesto, el principal perdedor no es Santiago, es México. Por décadas nuestro país ha estado sumergido en amiguismos. El caso de Nieto muestra que no podemos dejarlo atrás. Que para permanecer en un puesto hay que tener las amistades adecuadas, so pena de perderlo todo.
La política no es la guerra y no debe serlo. No podemos concebirla como un juego de enemistades terminantes donde hay sanciones a los acercamientos, siquiera distantes, con personas que piensan distinto. Tal concepción no crea democracias, las destruye con polarización y odio. El infantilismo político de quien no acepta tener amigos que piensan distinto es veneno para México.
Por supuesto, esto no excluye la posibilidad de que, en efecto, en la boda haya habido actos irregulares cometidos por algunos invitados. Por ejemplo, existe evidencia de que a la boda asistió el dueño de El Universal, un periódico mexicano, con 35.000 dólares en efectivo. Según dijo, el dinero era para pagar servicios médicos en Estados Unidos en una segunda escala de viaje. Sin embargo, no queda claro por qué tal cantidad sería llevada en billetes. En cualquier evento de esa magnitud (supuestamente de 300 personas) y en donde confluye la alta clase política mexicana, no resulta descabellado que alguien realice actos indebidos.
Al respecto podrá decirse que realizar un evento con la amplia clase política mexicana bien pudiera ser una imprudencia, pero no por ello constituye un delito o una irregularidad. No debemos olvidar que los delitos no se cometen por osmosis.
En lo personal no tengo razón para dudar de que Santiago Nieto sea un hombre honesto, capaz y una de las piezas más técnicamente sólidas dentro del Gobierno federal. Su trabajo ha avanzado casos importantes para este país y servía para disminuir la impunidad rampante que aqueja a México.
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