Perder, lo que se dice perder, no perdió López Obrador
El presidente no tendrá mayoría calificada en la Cámara baja y el futuro será de confrontación permanente, pues irá por la revancha y la construirá día a día de aquí a que lleguen las elecciones de 2024
En las elecciones intermedias de este domingo, Andrés Manuel López Obrador jugó en dos mesas. En una de ellas la aritmética simple prometía ganancias y las derrotas, si bien dolorosas, serían relativas. En la otra, en cambio, perder significaría mucho; y ganar, lo mismo. Ha ocurrido –respectivamente– que ganó muchas gubernaturas y en muchos Estados avanzó, y que en la Cámara federal el juego le fue moderada, pero cualitativamente, adverso. Las cartas están echadas: López Obrador no tendrá mayoría calificada por lo que el futuro será de confrontación permanente pues el presidente irá por la revancha y la construirá día a día de aquí a que lleguen las elecciones de 2024.
En las intermedias, y a pesar de su hiperactivismo, al perder decenas de diputaciones López Obrador ha sido un presidente típico de la democracia mexicana, pero tal balance le sabrá a poco. La reducción en el número de curules de la Cámara de Diputados muestra que Morena y aliados en San Lázaro, si bien ya no mandan todo, tampoco negociarán desde una debilidad. Aprobar reformas polémicas y ya no se diga constitucionales les costará un poco más que en los primeros tres años, pero tampoco será novedad.
Cronistas parlamentarios han dado cuenta de que en el primer trienio de López Obrador su Gobierno ha tenido el respaldo de la oposición para sacar múltiples leyes y no pocos nombramientos. Por eso Morena dice que sí hicieron política. Sin embargo, para la legislatura que comenzará en septiembre, el PAN, el PRI y el PRD, que han anunciado que se coaligarán para enfrentar a Morena, junto con Movimiento Ciudadano tienen un mandato claro de constituirse en contrapeso al Ejecutivo.
Por si fuera poco, en los últimos tres años la oposición no ganó gran cosa aprobándole a López Obrador iniciativas tan polémicas como la que dio origen a la Guardia Nacional, pues el Gobierno no cumplió el compromiso de quitarle a ese instrumento el perfil militar y, encima, la violencia cabalga tranquila con la bendición de un presidente que este lunes dijo con beatitud digna de causas nobles que el crimen organizado se portó bien en la elección.
En todo caso, San Lázaro se ha de convertir en una cancha donde la oposición tendrá la oportunidad de encarecer al Gobierno cualquier intento de avasallaje.
Pero la jornada electoral estuvo lejos de ser un desastre para Morena. Su porcentaje de votos para diputados federales no es tan lejano al 37% del 2018, y es un número contundente al traducirse en legisladores. Si bajara su presencia en San Lázaro es porque no habrá abusiva sobrerrepresentación y porque a sus aliados –PT, PES– se les llamaba rémoras por algo: se beneficiaban del músculo de López Obrador pero ayer ya no fue así.
De forma que es predecible que al interior de Morena se desate una reflexión sobre la pertinencia de no cargar con lastre.
Si esa reflexión fuera genuina, quizá empezaría por preguntarse cómo han perdido a parte de las clases medias que estuvieron con él hace tres años. Ciudad de México y su zona conurbada darían pistas al lopezobradorismo, pero también Nuevo León, donde la candidata de López Obrador se desinfló totalmente. Ojalá no cedan a la pereza mental de decir que todo se debió al percance de la Línea 12.
La pandemia, la falta de apoyos económicos a las pequeñas y medias empresas, el trato grosero y prepotente a planteamientos de médicos, científicos, maestros y mujeres; y por supuesto los terribles resultados en cuanto a violencia –con el agregado desdén a víctimas– tienen consecuencias. Pero el presidente no lo verá. Él ya dijo la mañana del lunes que en el centro del país sus adversarios cuentan con capacidad mediática para engañar y que toca redoblar la apuesta en contra de ellos. Ingredientes perfectos para la polarización 2.0.
Porque como él mismo lo presumió este lunes, amplias regiones del país refrendaron a Morena que les gusta el presidente y sus políticas. Se ha quedado con las Bajas, con Sonora y el litoral del Pacífico salvo Jalisco, y el sureste ha sellado su alianza con él.
En otras palabras, López Obrador no miente al declarar en la mañanera del 7 cuando dice que está feliz. Si las clases populares no le abandonan, y en la Ciudad de México a pesar de todo no lo hicieron, de aquí al 2024 tendrá todo el tiempo para cultivar más a ese sector y cosechar en grande en la presidencial.
López Obrador es mal perdedor pero algo aprende de los reveses. En 2017 el tropezón en el Estado de México le hizo apretar tuercas que respondieron un año después. En la próxima Cámara de Diputados el camino será menos sencillo pero nada retador. No olviden una cosa: él cree que su movimiento es histórico, así que –en el peor escenario— aguantar otros mil días de “retraso”, para con una nueva cámara consolidar nuevas reformas constitucionales que quizá no pasen en la legislatura elegida este domingo, no es gran cosa.
López Obrador no ha cumplido tres años en el poder pero como él mismo reconoce parece como si fueran más. Él argumenta que eso es porque trabaja mucho. No nos desviemos. El caso es que si la primera mitad de su sexenio pareció prolongarse, la mayoría de los votantes decidieron que la segunda parte sea nada para nadie. Así que el juego de López Obrador comienza de nuevo. Y él tiene de su lado, más que nunca, a quienes siempre quiso. Así que perder, lo que se dice perder, no perdió.
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