Esto (de verdad) no es un juego
La prioridad es que salgamos sanos y vivos de la pandemia los más que podamos, y eso se logrará solo si confiamos exclusivamente en la ciencia y la información verificable
Los mexicanos somos unos aficionados entregados y apasionados como pocos. Así se jueguen en la otra punta del planeta, en los mundiales de fútbol nos vestimos de guerreros aztecas, o de charros, o del Chapulín Colorado, o de lo que haga falta para dominar la tribuna y llenar de amor a los nuestros. Así de enérgicos y abnegados somos también en los espectáculos. Sería interminable el listado de artistas internacionales que se han visto sorprendidos y abrumados por el cariño sin límites de sus seguidores locales. Qué le vamos a hacer: los mexicanos amamos profunda e irreflexivamente a los que se ganan nuestro corazón. El problema de este entusiasmo es que la vida no solo consiste en vitorear deportistas o agotar las entradas de los conciertos. Y el amor ciego es un mal aliado para quien intenta comprender problemas políticos o sociales.
La pandemia de la covid-19 lo ha comprobado de sobra. Un enorme porcentaje de mexicanos han transitado por estos meses de cuarentena y medidas de prevención con el mismo equipamiento emocional e intelectual con que navegan un mundial de fútbol. Comenzamos instalados en el nacionalismo más orgulloso y complaciente. El Gobierno afirmaba, y mucha gente repetía, que estábamos enfrentando la pandemia como nadie y que podíamos darles lecciones a las potencias mundiales. Aquellas primeras semanas estuvieron llenas de optimismo, aunque se hicieron advertencias oportunas de que lo peor aún estaba por venir. Pero las alarmas fueron acalladas por una catarata de mensajes triunfalistas y confiados. A los que lanzaban advertencias les decían “buitres” y los acusaban de “ansiar muertos” para dañar la imagen del presidente. El Gobierno minimizó el uso de los cubrebocas. Funcionarios y personeros oficiales hicieron promoción en redes de productos dizque preventivos o curativos sin ninguna base científica. Se divulgaron estimaciones alegres sobre los “picos” de casos, el “aplanado” de la curva de contagios, e incluso sobre las fechas en que podrían retomarse las actividades cotidianas. “Domamos la pandemia”, dijo el presidente con todas las letras. Estos mensajes no ayudaron en lo absoluto a transmitir la seriedad real del problema.
Y, así, México transitó por esa etapa igual que la selección mexicana lo ha hecho en las primeras fases de los últimos siete mundiales, victoriosa y prometedoramente. Pero entonces llegó el enfriador. Los números se salieron de las pautas esperadas e informadas por las autoridades durante mayo. La prensa, apoyada en las dudas fundamentadas de especialistas y en investigaciones propias, comenzó a cuestionar las cifras oficiales. Las estimaciones sobre los “picos”, el “aplanado”, y las cantidades de víctimas se vieron superadas. Y fueron actualizadas solo para verse desbordadas otra vez.
Las cosas se agudizaron a lo largo de junio. Y ahora, entrado ya julio, México es uno de los cinco países con más fallecidos por la covid-19 en el mundo, aún sin contar a miles de posibles víctimas más, que siguen a la espera de que las revisiones oficiales las sumen al desalentador total. Y cunde la negatividad. Y esos mismos ciudadanos/aficionados que celebraron la idea de que estábamos para darle lecciones al mundo se aterran ahora del mal cariz que han tomado los acontecimientos, o se muestran hoscos y resignados de que el paso del tiempo, como siempre, nos haya devuelto a la realidad. A la terrible realidad.
Y lo mismo que cada cuatro años nos encontramos buscando explicaciones para nuestro fracaso mundialista (que si no sabemos tirar penales, que si desde los genes nos falta condición atlética, que si carecemos de cultura del éxito) ahora nos repetimos que nuestro sistema de salud está en el abandono, que la gente no se cuida, ni cuida a los demás, que nos hace falta disciplina cívica… Algunos ya piden la cabeza de los entrenadores, es decir, del presidente o del vocero oficial. Pero esa es otra distorsión, producto de la insana costumbre de confundir el fútbol con la vida.
Porque la pandemia nunca fue una competencia. Era ridículo postular que estábamos para dar lecciones, como es absurdo considerarnos derrotados y eliminados a estas alturas. La salud y la vida de millones de mexicanos no pueden entenderse como un torneo con ganadores y perdedores. Aunque estemos agotados y hartos del encierro y las medidas de prevención, y alarmados por las enormes pérdidas humanas y económicas que estamos sufriendo, lo que toca es redoblar los cuidados y reforzar el acatamiento de las medidas de prevención. Y entender que la prioridad no es que el Gobierno atine, para aplaudirle, o abanique en el aire, para abuchearlo. La prioridad es que salgamos sanos y vivos de esta los más que podamos. Y eso se logrará solo si confiamos exclusivamente en la ciencia y la información verificable y le damos la espalda a las interminables porras y silbidos de la tribuna.
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