Marina de Tavira lleva a las buscadoras mexicanas al teatro con ‘Antígona González’
La actriz adapta el texto de Sara Uribe y trabaja por primera vez junto a su hermana Cecilia en la puesta en escena de una obra que ahonda en la herida de los desaparecidos


La actriz mexicana Marina de Tavira cuenta que un día su cuñado, el escritor Emiliano Monge, puso en sus manos un libro que fue una revelación. Se trataba de la obra Antígona González de Sara Uribe, publicada en 2012, que narra la historia de la búsqueda de Tadeo, un hermano desaparecido en Tamaulipas, uno de los Estados de México con mayor número de personas desaparecidas. “Antígona, esta joven que es de los pocos personajes femeninos griegos que se impone al sistema, que grita no ante algo que percibe como una injusticia, me apasionaba y la estudié muchísimo”, cuenta de Tavira. “Siempre fue una asignatura pendiente para mí hacer algo con Antígona en el teatro”, afirma. El libro de Uribe, como una revelación, la empujó a cumplir ese sueño. “Esta es la Antígona que tengo que hacer”, se dijo.
Es una gélida tarde otoñal en la colonia Juárez, en el centro de Ciudad de México, en pleno paso de una helada temporal. Marina de Tavira se ha reunido junto a su hermana Cecilia en el Teatro El Milagro para los ensayos de Antígona González. Es la primera vez que trabajan juntas y lo hacen aportando el talento de la actriz con la destreza de la bordadora. Marina está a cargo de desarrollar el poderoso monólogo sobre el escenario, mientras a su espalda una enorme pantalla reproduce imágenes y textos bordados por su hermana, en un delicado y laborioso trabajo que imprime ternura a una historia dolorosa.

La obra de Uribe es una reescritura del mito clásico de Antígona, pero situada en el contexto de la violencia y las desapariciones en México. A través de una voz coral que mezcla poesía, testimonio y denuncia, la escritora convierte a Antígona en una figura colectiva: una mujer que busca el cuerpo de su hermano desaparecido, como tantas otras que recorren el país con su grito de justicia. La obra se construye como un collage de voces, las de quienes buscan, las de los desaparecidos, la de la indolencia, que revelan la herida social de un país marcado por la impunidad. Es Marina de Tavira quien sobre el entarimado reproduce todas estas voces, que son la banda sonora de lo inulto.
“Hay noches en que te sueño más flaco que nunca”, dice Antígona en la voz de Tavira. “Andas solo por la noche recorriendo calles de ciudades desconocidas. Andas buscándome en la oscuridad porque intuyes que voy tras de ti”, dice la mujer en uno de los fragmentos de su monólogo desesperado. Antígona está segura de que su hermano está muerto y, además de justicia, reclama una sola cosa: lo más cercano a la paz para ella es que la llamen una mañana y le digan que el cuerpo de Tadeo apareció. Porque la vida se la ha tragado. Debe cumplir con las rutinas, pagar los impuestos en un Estado indolente, acudir a dar clases, porque “que a una se le desaparezca un hermano no es motivo de incapacidad”, porque “la vida no detiene su curso por catástrofes personales”. En el aula de clases la maestra pasa lista a sus alumnos. “Presente, presente”, repiten. Pero ella solo escucha: “Tadeo González, ausente”.

Tavira cuenta en un receso del ensayo que la obra de Uribe la seguía como una obsesión. “Me tardé muchos años para que este proyecto cobrara forma, que me atreviera a hacerlo. Para empezar es estar en escena sola, que es algo que nunca había hecho. No es específicamente una obra de teatro, yo le llamo un poema escénico”, explica.
Sara Uribe, cuenta, escribió la obra para una directora y actriz de Tamaulipas, Sandra Muñoz, cuando recién había ocurrido el asesinato de 72 migrantes —originarios de Centro y Sudamérica— en un rancho del municipio de San Fernando, Tamaulipas, por miembros del cartel de Los Zetas. Las víctimas fueron secuestradas y ejecutadas tras negarse a trabajar para el grupo criminal o pagar extorsiones. El crimen fue descubierto cuando uno de los migrantes logró escapar y alertar a las autoridades. La masacre de San Fernando se convirtió en uno de los episodios más atroces de la violencia en México.

“Con el tiempo se fue volviendo un texto paradigmático. Es una reflexión muy actual. Estamos hablando de más de 100.000 personas desaparecidas, cuyos cuerpos ni siquiera se han encontrado”, comenta la actriz. “Sara Uribe dice que esta es una obra que hubiera querido no escribir y que ojalá no tuviéramos que seguir montando, que ojalá ahorita la leyéramos y dijéramos: ‘No, esto ya está superado, no es vigente’. Y, sin embargo, se ha vuelto más vigente. En lo personal pienso que lo único que sé hacer es levantar la voz. Para mí hacer esta obra no es un reto artístico, es la posibilidad de hablar en voz alta, de prestar mi voz y mi cuerpo para nombrar las ausencias”, explica de Tavira. “Siento que hay una necesidad de hablar de esto, que tenemos que poner en voz alta lo que desde mi punto de vista es la más cruel, terrible, la mayor tragedia nacional”, afirma.
De Tavira dice que mientras trabajaba en la puesta en escena de la obra con la directora Sandra Félix ella le dijo que vio una exposición con bordados hechos por buscadoras, una práctica común entre estos colectivos de madres, hijas, esposas y hermanas que cepillan el país en busca de sus familiares. “Empezamos a hacer toda una investigación, porque hay todo un movimiento alrededor de las personas que buscan, que se juntan para bordar y que en esa acción encuentran algo de compañía, de solidaridad, un lugar donde poder depositar esas palabras, esos rostros”, comenta la actriz. “Bordar se ha vuelto una tarea de las personas que buscan”, agrega.

Fue cuando decidió que el trabajo del bordado sería potente para acompañar la puesta en escena. Y se sumó Cecilia de Tavira. Ella se encargó de la investigación sobre esta tarea del bordado de las buscadoras, los textos e imágenes que reflejan en sus creaciones. “El bordado está dentro del trabajo de memoria, de tratar de visibilizar a los desaparecidos, es el lenguaje que ha sido más utilizado para nombrarlos”, explica mientras su hermana termina sus ensayos. Cecilia de Tavira se dedica al trabajo textil, hace bordados y ahora prepara un libro infantil para enseñar a la niñez la importancia de esta técnica. “El bordado es muy cercano a las mujeres, es algo que viene desde lo femenino, porque está como muy relacionado con todas las actividades de cuidados. Es un trabajo que se hace mucho en comunidades de mujeres, porque pueden hablar, escuchar, o sea, el bordado permite esta generación de comunidad”, explica.
Estas mujeres bordan los rostros y los nombres de sus familiares para que no se olviden, para que sobrevivan a la indolencia. Cecilia leyó el texto de Uribe para analizar cómo podía crear las imágenes que acompañan el monólogo de su hermana. Rescató frases del texto, pero también creó rostros. Tuvo que correr con los tiempos, lo trabajó todo en dos meses, porque los ensayos ya estaban encaminados. Son 104 imágenes bordadas en papel, que fueron fotografiadas y luego convertidas en video. “Para este trabajo hice una investigación visual, aparecen de repente los retratos de buscadoras, los zapatos o las mochilas y todas son imágenes de archivo, reales. No me quiero apropiar de su lenguaje, solamente compartir su trabajo con el bordado”, admite.

De Tavira dice que fue un trabajo arduo, no solo por lo que representaba en términos de labor, sino por las historias de estas mujeres hundidas en la desesperación. “El bordado es parte de la herida. Cuando la aguja atraviesa el soporte, hace una herida, pero luego regresa y la zurce. O sea, hay un sentido de ir reparando. Creo que eso es entrañable y por eso se ha utilizado el bordado en tantas luchas sociales para hacer memoria. Es la forma de lenguaje visual que las mujeres han utilizado para comunicarse, para guardar la historia, para hacer una denuncia”, explica.
El trabajo de ambas hermanas, producido por Incidente Teatro, una compañía de teatro independiente, podrá apreciarse a partir de este 15 de noviembre en el escenario de El Milagro, en la colonia Juárez de Ciudad de México, con una programación de 16 funciones. Es una oportunidad, dicen los organizadores, para reflexionar sobre el dolor que desquebraja a este país. “Creo profundamente en el poder del teatro”, dice Marina de Tavira. “Es un espejo en el que nos vemos como sociedad, como personas, como colectivo y, en ese sentido, genera conciencias”, afirma.
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