Carlos Urzúa, el académico
Carlos podía estar pensando en los grandes problemas del país y a la vez en cómo resolver problemas científicos muy concretos. Tengo la impresión que estos últimos sí le quitaban el sueño
Para Laura, María José y Juan Carlos
Recibí con gran tristeza y pesar el fallecimiento de Carlos Manuel Urzúa Macías. Cuando llegué a El Colegio de México a ser estudiante del programa de Maestría en Economía en el año 2000, él ya se estaba preparando para dejar El Colegio y ser secretario de Finanzas en el Gobierno del entonces Distrito Federal. No lo conocí personalmente entonces. Sin embargo, la fortuna me sonrió un par de años después.
Profesores me recomendaron leer un artículo suyo que había sido publicado en el año 2001 en la revista Estudios Económicos publicada por El Colegio. El título del artículo era Consecuencias en bienestar de una reforma impositiva reciente en México. El estudio estimaba cómo había cambiado el bienestar de los hogares debido al incremento en el Impuesto al Valor Agregado (IVA) de 10% a 15% que ocurrió en 1995. Para un estudiante sediento de conocimiento como yo, en ese entonces, las 16 páginas del artículo fueron adrenalina pura para aprender más. En ese momento se estaba discutiendo la posibilidad de una nueva reforma impositiva que consideraba gravar con IVA a alimentos y medicinas. Me propuse extender el estudio de Carlos para esta nueva coyuntura.
Gerardo Esquivel me pone en contacto con él. Carlos, siempre generoso con su tiempo y tal vez nostálgico por tener más contacto con estudiantes, acepta ser mi asesor de tesis. Ocupado como estaba, me invitaba a reunirme con él en su oficina de la Secretaría de Finanzas, cerca del metro Balderas, a la hora del desayuno o la comida. Sabiendo que los estudiantes siempre andamos cortos de dinero, me invitaba a desayunar o comer con él.
En esas reuniones me comentaba lo importante que era para el país tener un algoritmo para calcular no solo los efectos de impuestos en el bienestar de las personas, sino para calcular cuánto se puede recaudar. Esta idea que puede resultar muy simple es complicadísima de calcular. Primero, se requiere saber el gasto que se destina a diferentes bienes y servicios. Segundo, y más importante, se requiere saber si las personas cambiarán cuánto gastan en dichos productos debido a que su precio será afectado por el cambio en impuestos. Es posible que aunque haya ciertos productos que paguen más impuesto, no necesariamente se vea reflejado en mayores recursos para el Gobierno porque las personas pueden elegir dejar de comprar esos bienes. Esto último es lo más complicado de saber, y es lo que trató de hacer Carlos en ese artículo de 2001. La influencia de las ideas de Carlos pueden verse hoy en el simulador fiscal del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria o en el modelo de microsimulación de impuestos y transferencias del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo.
Por azares de la vida y cuando estaba terminando la tesis, en El Colegio se abre una convocatoria para realizar una estancia de investigación en la Universidad de Yale. Concurso para ese programa utilizando la idea de Carlos y que realicé para mi tesis de maestría. Con mucha fortuna fui elegido, lo que a la postre me ayudó a ser aceptado al Doctorado en Economía en la Universidad de California, Berkeley, y luego a obtener un trabajo como el que tengo, profesor-Investigador en El Colegio de México. Cuando estaba sumamente ocupado, me dedicó algunas horas que terminaron siendo determinantes para los años venideros. Siempre le estaré agradecido por su tiempo y empuje.
Desayuné con él hace cuatro meses, en noviembre de 2023. Me lo encontré en el estacionamiento de El Colegio y le dije “ven, vamos a desayunar, te invito, te debo algunos.” Platicamos de colega a colega. Su pasión por las finanzas públicas y por querer construir un mejor país me seguían dejando pasmado. Tal vez lo que más me llamó la atención de nuestra conversación fue su obsesión por resolver un modelo económico. Carlos podía estar pensando en los grandes problemas del país y a la vez en cómo resolver problemas científicos muy concretos. Tengo la impresión que estos últimos sí le quitaban el sueño. Muchos lo recordarán por ser un gran funcionario público, otros como yo que tuvimos la fortuna de interactuar académicamente con él, lo recordaremos como una persona comprometida con la ciencia, con sus estudiantes y con la sociedad. Te extrañaremos, querido Carlos, pero nos dejas un reto muy grande: que podamos cambiar vidas para bien como tú lo hiciste. ¡Hasta pronto!
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