Miquel Adrià: “Me parece más interesante rescatar los mercados que montar una cineteca”
‘Mextrópoli’, el festival de urbanismo y arquitectura de referencia en Latinoamérica, inaugura este viernes en Ciudad de México su décima edición
Primero tomó la forma de un congreso, pero una reunión entre colegas de profesión no reunía el entusiasmo suficiente. Faltaban la gente y la celebración. Entonces decidieron convertirlo en una fiesta, y esa fiesta cumple ahora su primera década. Mextrópoli, el principal festival de arquitectura y urbanismo de América Latina, inaugura este viernes en la capital mexicana su décima edición con diversas rutas, diálogos, exposiciones e instalaciones temporales que invitan a pensar de forma colectiva el futuro de la ciudad. Entre los invita...
Primero tomó la forma de un congreso, pero una reunión entre colegas de profesión no reunía el entusiasmo suficiente. Faltaban la gente y la celebración. Entonces decidieron convertirlo en una fiesta, y esa fiesta cumple ahora su primera década. Mextrópoli, el principal festival de arquitectura y urbanismo de América Latina, inaugura este viernes en la capital mexicana su décima edición con diversas rutas, diálogos, exposiciones e instalaciones temporales que invitan a pensar de forma colectiva el futuro de la ciudad. Entre los invitados a reflexionar sobre las posibilidades de esta técnica, se encuentran la arquitecta Kazuyo Sejima y los arquitectos Wang Shu y Lu Wenyu, premios Pritzker 2010 y 2012, respectivamente.
“Quizá no todas las experiencias que se comparten nos sirven literalmente para problemas específicos de aquí y de hoy, pero nos están abriendo la mirada hacia todos los caminos abiertos”, explica Miquel Adrià (Barcelona, 67 años), fundador del festival y director de la revista Arquine, que recibe a EL PAÍS en su sede. El futuro se proyecta como los cimientos de un edificio y el objetivo es conquistarlo con imaginación y audacia. Algunas de las claves para lograrlo, señala el arquitecto, están en el reciclaje de materiales e infraestructuras, en la capacidad para generar barrios autosuficientes y en nuestra voluntad para construir colectivamente un espacio público que cuide lo común. Todo ello, sin olvidarnos de los dos elementos fundamentales: el agua y la tierra.
Pregunta. Hoy hace justo seis años del último gran terremoto en México. ¿Hemos aprendido algo desde entonces?
Respuesta. Yo creo que sí, porque es una experiencia muy fuerte y muy traumática. Somos más disciplinados a la hora de evacuar cuando suena la alarma —tenemos alarmas, que antes no—, y también en la construcción. La normativa que hay desde el 86, después del sismo del 85, es súperestricta. Un edificio que se construía de acuerdo a la normatividad no hay manera de que caiga. Lo que pasa es que se cometían muchas irregularidades. Me extrañaría pensar que después de 2017 alguien se atreva a hacerlo porque no tiene sentido.
P. ¿Las Administraciones han cambiado en algo su forma de proceder?
R. Yo diría que en la incorporación de las alarmas, y poco más. Se tardaron años en encontrar mecanismos para rescatar y reconstruir. Esa es una Administración muy torpe, poco articulada. Al no tener recursos, decidieron implementar un modelo que permitía incrementar varios pisos, rompiendo un poco el skyline y aumentando las densidades. Pero sin encontrar un modelo financiero que realmente apoyara eso, dejándolo en manos del mercado.
P. Si aterrizara un extraterrestre mañana en la Ciudad de México, ¿qué le contaría la arquitectura de nuestro modo de vida?
R. Si pasó primero por París, se daría cuenta de que el surrealismo no lo inventó André Bretón, sino que lo inventaron aquí, porque se sorprendería de muchas cosas. Pero, ¿qué le diría la arquitectura? Que México tiene una arquitectura extraordinaria, con una serie de constantes a lo largo de todas sus épocas. Algunas de las obras más notables, como Teotihuacán, el Zócalo, Ciudad Universitaria o la Biblioteca Vasconcelos, tienen algo en común, y es que lo más importante no es lo construido, sino el vacío que crean. Siempre son unos muros inclinados los que generan el espacio y es una arquitectura totalmente dependiente de su condición solar. Esto es muy original.
P. ¿Y dónde ve el punto surrealista?
R. El surrealismo está más en la ciudad, en los dobles sentidos, en escaleras que no llegan a los lugares, en calles que se quedan sin banqueta... Sería sobre todo en la condición urbana, más que en la arquitectura.
P. ¿Embellecer el espacio público gentrifica?
R. Claro, pero así ha sido toda la vida. Cuando mejoras la ciudad, es un atractor para la gente con más recursos, locales o de otros lugares. Si no solo la embelleces, sino que la haces más segura, (México) sería el ombligo del mundo. Tienes al mejor mercado consumidor al lado, un montón de ciudades y costa, una oferta turística y cultural brutal. Eso tendría un impacto. Y, parcialmente, también podría ser que alguno de esos impactos fuera gentrificador, pero hay mecanismos para amortiguar ese impacto.
P. ¿Cuáles?
R. Que tuviéramos una Administración municipal que exija mantener un cierto número de constantes, es decir, de comerciantes locales, de que si tú haces un nuevo edificio y hay una tortillería o un zapatero, tengas que ofrecer un porcentaje de los departamentos que construyes a la gente que ya vive ahí.
P. Regulación pública frente a la privatización del espacio.
R. Claro. Cualquier política de izquierdas, de modelos como el de Barcelona, Copenhague o Ámsterdam, serviría para tomar decisiones de ese tipo, pero nos faltaría tener un Gobierno, de entrada de izquierdas, con políticas públicas y con recursos.
P. ¿Existe una arquitectura progresista y otra conservadora?
R. Claro que sí. Siempre hay una arquitectura más preocupada por la generación de forma o de espacios de lujo, y otra más comprometida con las necesidades urgentes. Yo creo que son compatibles. En términos de vivienda, hay una escasez brutal en todos los niveles, en Latinoamérica muy en especial. La arquitectura tiene capacidad de responder a muchas de esas necesidades, pero es muy difícil atenderlas de un modo que tenga impacto si no es con políticas públicas.
P. ¿Las Administraciones suelen contar con los arquitectos a la hora de diseñar esas políticas públicas?
R. No. El Infonavit en los años 70 llevó a cabo una serie de proyectos muy interesantes de grandes conjuntos habitacionales en los que sí involucraron a los arquitectos, pero después se convirtieron en una financiera que entendía la arquitectura casi como un valor de lujo o algo que encarecía el producto, cuando debería ser todo lo contrario. El buen diseño arquitectónico es el que te permite eficientar los espacios. Hace pocos años, con el laboratorio de arquitectura sustentable, se llevaron a cabo bastantes experimentos piloto que, si hubieran continuado, podrían haber sido parte de la solución.
P. ¿Qué pasó con ellos?
R. Pues cambió el Gobierno y dejaron de entenderlo así y decidieron asignar el dinero directamente al usuario final. Es una idea buena, en principio, te saltas una serie de intermediarios. Pero si vas al usuario final, no estás juntando recursos y haciendo comunidades. Y, si no tienes comunidades, no puedes hacer vivienda colectiva, que es mucho más eficiente y sustentable, y que mejora la calidad de las ciudades porque no las expande. Ahora, de algún modo están fomentando seguir con el modelo de la autoconstrucción, que al final del día requeriría más calles, más kilómetros de acometidas de agua, de drenaje, de luz. Yo creo que sigue siendo mejor vivir en una ciudad que vivir dispersos en cualquier periferia, en un territorio que ya no es rural, pero que no llega a ser urbano.
P. La mancha urbana.
R. Sí. Hay ciudades, como Chihuahua, que duplicó su población, cuya mancha urbana creció casi veinte veces. Una cosa extrañísima. Juntar eso y hacer una ciudad más compacta haría una ciudad mejor.
P. ¿Qué le parecen el proyecto Chapultepec y la nueva cineteca? ¿Cumplen un criterio social?
R. A mí me parece que fue el resultado del capricho de alguien más o menos iluminado que decide invertir todos los recursos de Cultura en un parque metropolitano de la zona más rica de la ciudad. Y, como los recursos son escasos, el resto del presupuesto se quedó en nada. Los museos se quedaron con dificultades para pagar la luz, sin programa. Otros parques se quedaron sin recursos, como el Bosque de Aragón, etcétera. La concentración de todo el presupuesto en un área tan específica me parece difícil de justificar. Y también me parece una mala idea encargar un proyecto de 800 hectáreas a un extraordinario artista como Gabriel Orozco. No es suficiente confiar en la genialidad de un artista para algo tan complejo.
P. En alguna ocasión ha puesto el Parque de los Pies Descalzos, de Medellín (Colombia), como un ejemplo de planificación urbana que ha contribuido a contrarrestar la violencia de la ciudad. ¿Qué pueden aportar la arquitectura y el urbanismo al problema de inseguridad en México?
R. Ese es muy buen ejemplo. Medellín pasa de ser la capital mundial del narcotráfico a ser un ejemplo de urbanismo social, pero esto no se hace solo con arquitectura, se hace con políticas públicas que tienen que ver con el diálogo permanente.
Creo que aquí falta empezar a salir a la calle y dialogar, y también la arquitectura podría jugar un papel importante, pero tiene que partir de ahí. En México hay buenos ejemplos. Destacaría los faros, de la época de Cuauhtémoc Cárdenas. Hicieron centros vinculados al arte, a los grafiteros, al cine. Recientemente en la Ciudad de México se han hecho los pilares, que creo que es interesante, como faros más chiquitos, para dotar a los barrios de un lugar de encuentro, y que en Iztapalapa ha tomado un carácter más populista y bastante curioso que son las utopías.
Eso se podría llevar más lejos con el rescate de una gran infraestructura de los años 30 y después de los 60 y 70, que son los mercados. Barcelona tiene 33, Londres tiene 55. En Ciudad de México tenemos creo que 320. Con eso que ya existe, la cantidad de recursos que tienes que meter es relativamente poco. Me parece más interesante que montar una cineteca por la gracia del Ejército mexicano.
P. Muchos de los modelos que menciona se remontan al siglo XX.
R. La ciudad es un cúmulo de lo que podemos imaginar en el futuro y de toda una tradición. Esta es una ciudad hecha de colonias bastante autónomas, y yo creo que hay que mantener esa lógica, sobre todo, en una condición metropolitana en la que desplazarse lleva tiempo, es caro y es peligroso. Reforzar esas estructuras barriales es una buena enseñanza, no solo del siglo XX sino del siglo XVI, que ya lo tenía.
P. ¿La ciudad de los 15 minutos es una utopía?
R. No creo que sea una utopía, es viable. Hay ciudades que tienen mejores condiciones, pero es hacia donde tienen que ir todas. No nos sigamos creyendo el modelo que se demostró obsoleto de vincularnos con esa herramienta que nos llevaba a la libertad, que era el coche, cuando ya vimos que nos dejaba atrapados en cualquier avenida para ir al Costco.
P. ¿Qué papel tendrá la inteligencia artificial? ¿Cambia la forma de abordar la planificación?
R. La inteligencia artificial en términos académicos nos interesa muchísimo. En la universidad es una discusión que tenemos permanentemente. Mis alumnos están angustiados por si no van a tener trabajo, pero creo que es una herramienta que nos debería permitir ser más proactivos y más creativos. Me parece apasionante el futuro que viene.
P. ¿Es optimista, entonces?
R. Soy patológicamente optimista porque creo que, siendo arquitecto, si no lo eres, no tienes nada que hacer. Lo que hacemos es proyectar y proyectar es imaginar futuros. Pueden ser para pasado mañana, para dentro de dos años o para dentro de 20. Pero siempre estamos tratando de imaginar algo y quiero pensar que tratamos de imaginar algo mejor.
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