Trump resucita la política de expansión territorial de Estados Unidos

El presidente electo ha pasado de prometer acabar con guerras como la de Ucrania a plantear la anexión, incluso por la fuerza, de Groenlandia o el canal de Panamá

Un cartel con la imagen de Donald Trump quemado durante una manifestación en Panamá contra su pretensión de que el país devuelva el canal, el 23 de diciembre en Ciudad de Panamá.Bienvenido Velasco (EFE)

Parece que fue hace un siglo, pero apenas han pasado cuatro años. En su primer mandato, Donald Trump prometía colocar a “Estados Unidos primero” y zafarse de las “guerras interminables” que lanzaron sus predecesores en Oriente Próximo y Afganistán. Durante la campaña electoral para las elecciones del pasado noviembre, incluso aseguró que pondría fin en cuestión de 24 horas a la guerra en Ucrania. Sin embargo, desde su triunfo electoral y a poco más de una semana para regresar a la Casa Blanca, su discurso ha dado ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Parece que fue hace un siglo, pero apenas han pasado cuatro años. En su primer mandato, Donald Trump prometía colocar a “Estados Unidos primero” y zafarse de las “guerras interminables” que lanzaron sus predecesores en Oriente Próximo y Afganistán. Durante la campaña electoral para las elecciones del pasado noviembre, incluso aseguró que pondría fin en cuestión de 24 horas a la guerra en Ucrania. Sin embargo, desde su triunfo electoral y a poco más de una semana para regresar a la Casa Blanca, su discurso ha dado un giro hacia una política de expansión territorial de EE UU con tintes imperialistas.

Groenlandia y Dinamarca, Canadá, Panamá y México ―todos ellos países o territorio aliados― han estado en su punto de mira durante los tres meses de transición. Y esta semana ha dado un paso más extremo. En una rueda de prensa el pasado martes, no descartó el uso de la fuerza para anexionarse la isla ártica y arrebatársela a Copenhague. Tampoco excluyó esa opción para recuperar el canal transoceánico que Washington cedió a Panamá en la presidencia de Jimmy Carter (1977-1981). Además, amenazó con presiones económicas para convertir a Canadá en un Estado más de Estados Unidos. Y proponía cambiar el nombre del golfo de México, internacionalmente reconocido, por “golfo de Estados Unidos”.

Si hay algo que no es el presidente electo Donald Trump, es un erudito de la historia de las relaciones internacionales. Es célebre que las detalladas sesiones informativas de alto secreto que los presidentes reciben de sus servicios de inteligencia cada día le aburrían soberanamente durante su primer mandato y que pedía que se limitaran a una única página, a poder ser con más gráficos que texto. Como candidato presidencial renunció a esos resúmenes, con el argumento de que así no podrían acusarle de filtrarlos.

Sin embargo, sus declaraciones de esta semana han conseguido que académicos y expertos desempolven conceptos geopolíticos que parecían reservados a la historia decimonónica: la Doctrina Monroe de “América, para los americanos”, de 1823, por la que Washington consideró durante toda una era que el resto del continente era su patio trasero; o la del destino manifiesto, del mismo siglo, por el que Estados Unidos supuestamente tenía el derecho y el deber de expandirse. Algo que parecía finiquitado, al menos oficialmente, desde que Franklin D. Roosevelt abrazara el globalismo y el comienzo de una política en Washington de alianzas en todo el mundo para extender el poderío de Estados Unidos y compartir gastos y obligaciones con otros países. La última ampliación territorial formal del país, la incorporación a la Unión de los territorios de Alaska y Hawái, ocurrió en 1959.

Aunque la Doctrina Monroe nunca desapareció del todo. Durante la Guerra Fría, América Latina volvió a quedar en su mayor parte en la esfera de influencia estadounidense; Washington trató o ayudó a derrocar los regímenes de izquierda, desde Cuba a Chile, pasando por Nicaragua, El Salvador o la isla de Granada. “Vistas desde ese prisma histórico, las amenazas de Trump hacia el Canal de Panamá o de usar tropas en México son menos un abandono de la tradición que una vuelta a la norma”, escribe Stewart Patrick, de Carnegie Endowment, en el blog de este laboratorio de ideas.

Con independencia del origen de sus demandas, y lo disparatadas que puedan sonar, detrás de ellas hay un gránulo de verdad. Estados Unidos está cada vez más preocupado por la creciente presencia de China en América Latina, el argumento que esgrime Trump para reclamar el canal de Panamá. Con el cambio climático y el deshielo en las rutas del Polo Norte, Groenlandia es un enclave estratégico de cada vez mayor importancia, habitado por solo 57.000 personas, pero fundamental ante los intereses de Moscú y Pekín en la zona ártica.

Un interés que viene de lejos

El interés de EE UU por Groenlandia no es nuevo. En el pasado ha intentado tres veces adquirir el territorio, de una superficie cuatro veces la de España. En la última, en 1946, Harry Truman ofreció a Copenhague 100 millones de dólares en oro. Dinamarca no aceptó. Pero Washington cuenta con una serie de acuerdos de cooperación de defensa en la isla desde 1951, y una base militar en el oeste del territorio, Pituffik, la antigua Thule.

Las declaraciones de Trump representan un giro de 180 grados con respecto a la política de alianzas que ha tejido EE UU desde la era Roosevelt y que han mantenido presidentes demócratas y republicanos hasta ahora. Un giro que preocupa a los gobiernos aliados, aunque no vean factible que se materialice.

“En ningún caso es probable que EE UU empiece guerras contra aliados y amigos. Trump sería responsable de las consecuencias, que incluirían poblaciones hostiles bajo ocupación, una OTAN desbaratada y el aislamiento de EE UU frente a sus aliados, para alegría de sus adversarios Rusia y China”, considera el antiguo responsable de la política europea en la Casa Blanca de Barack Obama, Dan Fried, ahora en el think tank Atlantic Council.

Esas declaraciones, en opinión de Fried, pueden ser una mera bravuconada: “A Trump parece encantarle decir cosas que descolocan a la gente”. O tratarse de una maniobra de distracción ante “las dificultades de cumplir las promesas que le ganaron las elecciones, como la rebaja de los precios”, agrega.

O esa paz para Ucrania en 24 horas de la que presumía en su campaña. Esta misma semana, el presidente electo ya reconocía que resolver la situación en el país invadido por Moscú le llevará meses. El laboratorio de ideas conservador American Enterprise Institute acaba de publicar un informe en el que calcula que permitir el triunfo de Rusia frente a Kiev costaría a EE UU cerca de 808 millones de dólares (cerca de 789 millones de euros) en cinco años en inversiones necesarias para reforzar su defensa, “en un clima estratégico más peligroso”.

Una pintada de apoyo a Groenlandia y Panamá en la acera del Trump International Hotel en Nueva York Robert Nickelsberg (Getty Images)

Un antiguo jefe de Gabinete de Trump, el general Henry McMaster, considera que las posiciones del republicano pueden ser una táctica negociadora. Las baladronadas del presidente electo le acaban dando “capacidad de ejercer presión”, consideraba esta semana en una charla organizada por el Consejo de Relaciones Exteriores. “Él entiende la importancia de entrar en una negociación desde una posición de fuerza, pero también le interesa lograr buenos acuerdos”. McMaster considera que, en el fondo, las prioridades de Trump y sus aliados en Europa o Asia son similares. “La paz mediante la fuerza: es mucho más barato prevenir una guerra que combatirla”.

Según esa lógica, el objetivo de Trump puede ser, en Groenlandia, buscar un acuerdo que aumente la presencia económica y militar estadounidense en la isla, quizás incluso mediante un pacto de cooperación similar a los que EE UU mantiene con naciones archipiélagos en el Pacífico. En Canadá, forzar mejores condiciones comerciales. En Panamá, lograr mejores precios para el paso de sus barcos y mantener a raya a China, cuyas compañías operan puertos a ambos lados del canal.

Pero Trump no deja de ser el presidente de Estados Unidos. Alguien a quien hay que tomar en serio hasta en sus bravuconadas. Y que tiene como gran aliado al oligarca tecnológico Elon Musk, que a través de su red social X ya ha tratado de interferir en la política interna de aliados como el Reino Unido o Alemania.

Argumentos autócratas

Si mantiene sus posiciones, el lenguaje de Trump puede tener otras consecuencias: alentar a líderes autócratas en el mundo a ocupar territorios. Al alegar que Groenlandia o el canal de Panamá son necesarios para la seguridad nacional de EE UU, repite parte de los argumentos que ha empleado el presidente ruso, Vladímir Putin, para justificar la invasión de Ucrania.

“Es exactamente la misma posición que Xi Jinping mantiene en Taiwán. Así que uno puede imaginar a Xi diciendo: ‘Miren, entiendo perfectamente que Groenlandia está cerca de EE UU. Taiwán está cerca de nosotros. Trump no descarta el uso de la fuerza contra Groenlandia. Exactamente nuestra misma posición. Nosotros no la descartamos en Taiwán’”, declaraba John Bolton, consejero de Seguridad Nacional en parte del primer mandato del republicano, en una entrevista en la CNN. “O Putin podría decir: ‘Claro, Ucrania es fundamental para nuestra seguridad nacional. Por eso usamos la fuerza. Y si EE UU invadiera Groenlandia yo, Vladímir Putin, no me opondría”.

Entre sus aliados políticos en Estados Unidos, Trump lleva tiempo generando entusiasmo con sus propuestas. En diciembre, su consejero de seguridad nacional entre 2019 y 2021, Robert O’Brien, escribía en X, la antigua Twitter, que el presidente electo “tiene razón al 100%” sobre la importancia de Groenlandia para defender EE UU. “Si nuestro gran aliado Dinamarca no puede comprometerse a defender la isla, EE UU tendrá que dar un paso adelante”, añadía.

En la línea marcada por el presidente electo, legisladores como Marjorie Taylor-Greene, del ala extremista republicana, han asegurado que redactarán una norma para cambiar el nombre del golfo de México. La presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, mientras tanto, ha bromeado con la posibilidad de denominar los Estados del sur de EE UU la “América Mexicana”, como aparece en documentos antiguos. Otro congresista republicano, Dusty Johnson, ha anunciado un proyecto de ley para reclamar el canal de Panamá.

Este tipo de gestos ha conseguido cuando menos preocupar a los aliados europeos, que ya preparaban desde hace meses planes para un futuro en el que Trump no es, como se pensó en su primer mandato, una anomalía en la política estadounidense, sino un fenómeno mucho más profundo, que probablemente continúe aunque él deje la Casa Blanca. Un futuro en el que Estados Unidos ya no actúe como paraguas para sus aliados.

Inmediatamente después de las declaraciones sobre Groenlandia de Trump, el canciller alemán, Olaf Scholz, replicó que “el principio de la inviolabilidad de fronteras se aplica a cada país”. En Panamá, el ministro de Exteriores, Javier Martínez-Acha, subrayó sobre la soberanía del canal: “No es negociable, y forma parte de nuestra historia de lucha y una conquista irreversible”. Los líderes groenlandeses declaran que quieren la independencia, no convertirse en territorio de otro país.

“Trump no entiende el contexto más amplio en el que se inscriben sus comentarios, y las consecuencias dañinas que todo esto está infligiendo sobre la OTAN ahora mismo”, apuntó Bolton en la entrevista en CNN esta semana. Por su parte, Fried insiste en que la sangre no llegará al río: “Trump ganó las elecciones prometiendo acabar guerras, no empezar otras nuevas”.

Sobre la firma

Más información

Archivado En