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Así fue la noche en la que Europa activó la palanca de emergencia para sostener a Ucrania

EL PAÍS reconstruye la reunión clave en la que los Veintisiete abandonaron la idea inicial de financiar a Kiev con los fondos rusos pero dieron con una solución alternativa: la deuda conjunta

Volodímir Zelenski junto a António Costa, con Andrej Babis y Emmanuel Macron en primer término, el jueves en el Consejo Europeo, en Bruselas. Foto: STEPHANIE LECOCQ / POOL (EFE)

Cuando el pasado jueves los líderes de la UE reunidos en Bruselas se sentaron a la mesa de una cena tardía, compuesta por contundentes platos escandinavos —tostada de pan de centeno con pescado ahumado y mariscos, lomo de cerdo asado con chicharrón y arroz con leche y almendras—, hacía días que sus sherpas, que trabajan entre bambalinas para negociar los acuerdos, habían masticado y desgranado varias propuestas políticas para lanzar una solución “innovadora y creativa” de ayuda a Ucrania. También simbólica: que el Kremlin pague, aunque no quiera, por los daños causados por la invasión. ...

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Cuando el pasado jueves los líderes de la UE reunidos en Bruselas se sentaron a la mesa de una cena tardía, compuesta por contundentes platos escandinavos —tostada de pan de centeno con pescado ahumado y mariscos, lomo de cerdo asado con chicharrón y arroz con leche y almendras—, hacía días que sus sherpas, que trabajan entre bambalinas para negociar los acuerdos, habían masticado y desgranado varias propuestas políticas para lanzar una solución “innovadora y creativa” de ayuda a Ucrania. También simbólica: que el Kremlin pague, aunque no quiera, por los daños causados por la invasión. Es decir, usar las reservas soberanas rusas congeladas en cuentas de la Unión, unos 210.000 millones de euros, para evitar la bancarrota de Kiev. No fue posible.

La negativa tajante de Bélgica, el país donde están custodiados la mayoría de los fondos rusos; los recelos de otros Estados miembros por los riesgos de la inédita fórmula y por las represalias del Kremlin; y el rechazo de los socios a cumplir las condiciones que exigía el Gobierno belga hicieron descarrilar ese plan inicial. A cambio, la UE activó una palanca de emergencia: la emisión de eurobonos para ayudar a Ucrania. Una solución mayúscula con implicaciones geoestratégicas complejas. Serán los contribuyentes europeos quienes sostengan al país invadido.

La solución pasó así por endeudarse por valor de 90.000 millones de euros en los próximos dos años para mantener a flote a Ucrania y ganarse un sitio en la mesa de negociación que ha montado Estados Unidos sobre el futuro de Kiev, donde se dirimirá el devenir de Europa. “Europa apoya a Ucrania. Hoy, mañana y mientras sea necesario”, dijo el presidente del Consejo Europeo, António Costa, tras la reunión, a las cuatro de la madrugada, en una sala rodeado de periodistas ojerosos. “Nos comprometimos y cumplimos”, afirmó.

En la cumbre más difícil de los últimos años, el verdadero baile había estado desarrollándose todo el día en las habitaciones aledañas, en reuniones paralelas entre los asesores de la Comision Europea —que preparó la propuesta del uso de los activos rusos— y el equipo belga; o entre los belgas y otros países. Mientras, los mandatarios avanzaban en otros puntos de la agenda. Iba cargada en la última cita del año, desde la situación en Oriente Próximo al acuerdo con los países del Mercosur.

Una hora antes de servir el primer plato llegó una nueva propuesta para intentar dar vía libre a ese “préstamo de reparación” a cuenta de los activos rusos. Un texto, fruto del acuerdo de los técnicos comunitarios con los belgas, que incluía una larga lista de deseos de Bélgica, que exigía mutualizar el riesgo —compartirlo entre todos— para levantar su férrea oposición. Entre las condiciones que ponía resaltaba una palabra entre corchetes —es decir, sujeta a negociación— que fue clave para todo lo que sucedió después: “Uncapped”. Sin límites.

Era el punto G del borrador de conclusiones con el que los líderes establecen la hoja de ruta política a seguir. Decía así: “Plena [y sin límites] solidaridad y reparto de riesgos entre la Unión Europea y todos sus Estados miembros con los Estados miembros afectados y las instituciones financieras de la UE en el contexto del préstamo de reparaciones”. Sin límites.

“¿Qué es ‘sin límites’ cuando se está hablando de un terreno desconocido? ¿Cubrir demandas, pagar indemnizaciones, apoyar a un damnificado de ataques híbridos, sostener a empresas e inversores europeos en Rusia que sufran las represalias del Kremlin?”, plantea un veterano diplomático, que se pasó el jueves correteando de sala en sala en el Consejo Europeo y que terminó sorbiendo un triste café solo, templado, ya de madrugada, antes de ponerse a redactar un informe que recapitulaba toda la secuencia de la cumbre más importante de los últimos años.

En una sala del piso 11, sin móviles, los líderes leyeron a fondo el texto. Fue ahí, negro sobre blanco, cuando muchos empezaron a asumir los riesgos reales de la medida. Para sus propios países y para la UE: no solo Rusia guarda sus reservas soberanas en entidades europeas, también otros grandes actores globales —árabes o asiáticos, por ejemplo— tienen fondos en Europa. Y llevan meses observando con nerviosismo lo que sucede en la UE.

El primer ministro belga, Bart de Wever, con el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, el jueves en Bruselas.Foto: PRESIDENTIAL PRESS SERVICE / HANDOUT (EFE)

“Nosotros lo cubrimos”, afirmó uno de los países bálticos, que llevan desde el inicio de la invasión a gran escala sobre Ucrania abogando por entregar esos fondos rusos a Kiev. Era una promesa más simbólica que real de un pequeño país que vive bajo la amenaza constante del Kremlin.

“Es arriesgado, pero más arriesgado es dejar ganar a Rusia”, remarcó el canciller alemán, Friedrich Merz, que lanzó la propuesta del uso de los activos rusos a finales de septiembre y ha sido su principal defensor junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von de Leyen. Pero fue pragmático. El español Pedro Sánchez, como la gran mayoría de líderes, apoyó la medida del uso de los fondos rusos, aunque con reservas. Otros pusieron sobre la mesa sus propias realidades. Desde políticas a económicas.

Bélgica, como principal damnificado de la fórmula (en ese país se guardan unos 185.000 millones en fondos rusos), ha sido su máximo detractor. Y ha hecho una labor diplomática intensa para explicar su postura. El rey de los belgas llamó en las últimas semanas a varios jefes de Estado europeos, incluido Felipe VI, según varias fuentes.

Además, el primer ministro belga, Bart de Wever, ha puesto la cara pero otros, como la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, también habían puesto pegas a la medida. La semana pasada, Italia, Malta y Bulgaria enviaron una carta a la Comisión Europea en la que le instaban a encontrar fórmulas alternativas a la de los activos rusos para financiar a Kiev. En Francia, Emmanuel Macron está en una situación de debilidad política y también habría tenido dificultades para vender la fórmula en un Parlamento en el que Reagrupamiento Nacional es fuerte. En Francia hay unos 18.000 millones de activos rusos en bancos privados.

Pese a la guerra a gran escala y al aislamiento de Rusia, todavía operan unas 2.000 empresas europeas en ese país, entre ellas la filial rusa del banco austríaco Raiffeisen Bank y la del banco italiano Unicredit. Un líder llegó a comentar que había descubierto recientemente que una importante compañía de su país aún tenía intereses multimillonarios en Rusia.

El Kremlin ha elevado sus amenazas contra Europa. Y ha asegurado que, si entrega sus activos soberanos a Kiev, lo considerará un casus belli, motivo de guerra. Aunque Moscú nunca ha necesitado demasiado para confiscar o perseguir a las empresas y a los inversores europeos.

Y luego está Donald Trump. Washington ha querido echar mano de ese dinero. El plan de 28 puntos ruso-estadounidense para poner fin a la guerra en Ucrania exigía invertir 100.000 millones de esas reservas soberanas en iniciativas lideradas por EEUU para reconstruir e invertir en Ucrania y que el país norteamericano recibiera los beneficios de esas inversiones.

La semana pasada, utilizando una inédita fórmula pensada para las catástrofes naturales o las pandemias, los Veintisiete acordaron inmovilizar permanentemente los activos soberanos rusos, en lugar de tener que renovar ese estatus legal cada seis meses. Una medida pensada no solo para poder entregar hipotéticamente ese dinero a Ucrania sino también para evitar la codicia de Washington; o al menos cortarle un poco las alas. No podrá tocar ese dinero sin el permiso de los europeos.

La evaluación del riesgo de la medida empezó a subir durante la noche del jueves. Entender los riesgos fue un shock. Y los líderes dejaron de hablar en términos políticos para discutir en términos legales. El comentario, pocas horas antes, de la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, que puso en duda la conveniencia de usar los activos rusos para ayudar a Ucrania, no ayudó.

Al ver que el debate sobre las reservas rusas era un callejón sin salida, Costa recordó que la de los activos era solo una vía, pero que había otras. En previsión de un debate de extremada dureza, Von der Leyen ya lo había puesto también sobre la mesa el miércoles, en una intervención en el Parlamento Europeo.

Así, algunos líderes empezaron a hablar más abiertamente ya del plan B: deuda conjunta para financiar a Ucrania. La segunda opción propuesta por la Comisión Europea, que proponía crear un préstamo para Ucrania pidiendo fondos en los mercados de capitales y garantizado con el margen presupuestario de la UE.

Ucrania tiene necesidades financieras inmediatas. Se quedará sin dinero al acabar el primer trimestre de 2026. Y la deuda común es una solución más rápida, más sencilla, que no requiere pasar por los parlamentos nacionales y probada: durante la pandemia ya se emitieron eurobonos.

Eso sí, es una fórmula mucho menos simbólica. E “infinitamente menos justa”, planteaban los bálticos y Polonia. Esa ecuación, además, entrañaba un problema: mientras que entregar los activos rusos se podía hacer por mayoría (algunos líderes se llegaron a plantear hacerlo incluso pasando por encima de Bélgica), acordar la emisión de deuda requería unanimidad. Al menos para montar la propuesta.

El presidente del Consejo, que había prometido que nadie se iría de la reunión hasta que se encontrase financiación para Ucrania, aunque la cita durase tres días, se dirigió entonces al líder nacionalpopulista húngaro Viktor Orbán, el más afín a Vladímir Putin (y a Trump), gran detractor del uso de los activos rusos y de dar financiación a Kiev. “Tu embajador se ha opuesto a la vía de la deuda común en las reuniones preparatorias, Viktor. ¿Tú estarías dispuesto?”, le planteó el portugués Costa. El húngaro disparó entonces su retórica habitual contra la ayuda a Ucrania, que considera que alimenta la guerra. “Nosotros estamos en contra… pero… si no tiene implicaciones presupuestarias para los contribuyentes húngaros…”, se abrió, según cuentan fuentes comunitarias.

Aquello cambió toda la dinámica. La idea de la palanca de emergencia para emitir eurobonos cobro fuerza. Los asesores de los Gobiernos, de la Comisión y del Consejo empezaron a rematar otra propuesta utilizando un sistema de cooperación reforzada que permite aprobar cuestiones por equipos, en este caso sin Hungría y sin Eslovaquia y República Checa, otros submarinos del Kremlin en la UE, que habían señalado también cierta apertura a esa vía en sus intervenciones.

Un texto que permitía entregar a Ucrania un préstamo multimillonario para mantener el país a flote y que demostraba que el endeudamiento colectivo ya no era esa solución excepcional e impensable. “Ucrania reembolsará ese préstamo únicamente una vez recibidas las reparaciones [por parte de Rusia]”, rezaba el texto. La Unión se reserva el derecho a utilizar esos activos, además, para pagar el préstamo, una cláusula introducida a instancias de Alemania, que ha invertido un capital político mayúsculo en transitar la vía de las reservas soberanas rusas.

Tras un pequeño descanso, todo fue muy rápido. La idea de los Eurobonos despegó y recibió a luz verde de los líderes de los Estados miembros al borde de las 3 de la mañana. La solución no solo permite la supervivencia económica de Ucrania, que hace tiempo dejó de recibir el sostén de Estados Unidos, sino que abre una vía para normalizar las emisiones de deuda conjunta. También inaugura otro camino para encontrar soluciones para problemas clave sin unanimidad.

“La política no es un partido de fútbol”, señaló tras la cumbre el primer ministro belga, eufórico. “A algunos no les gustó la solución aprobada. Quieren castigar a Putin quitándole su dinero. Los países que viven cerca de Rusia lo encontraron emocionalmente satisfactorio… pero la política no es un trabajo emocional”, lanzó Bart De Wever. “¿Estoy completamente satisfecho? Claro que no”, reconoció el primer ministro polaco, Donald Tusk, uno de los partidarios de usar los activos rusos. “Pero siempre es mejor tener un trozo de algo que un pedazo de nada”.

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