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Israel se enfrenta a un fuerte golpe económico por la suspensión del acuerdo comercial con la UE

El país se juega la octava parte de sus exportaciones sin grandes opciones de encontrar compradores alternativos

No será un golpe mortal, pero sí sustancial. El fin temporal (y parcial) del acuerdo de asociación entre la Unión Europea, pendiente aún del visto bueno de los gobiernos de los Veintisiete, añadirá un elemento más de presión sobre una economía no precisamente boyante: tras el bum inicial —un patrón habitual en los países en guerra—, el país ...

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No será un golpe mortal, pero sí sustancial. El fin temporal (y parcial) del acuerdo de asociación entre la Unión Europea, pendiente aún del visto bueno de los gobiernos de los Veintisiete, añadirá un elemento más de presión sobre una economía no precisamente boyante: tras el bum inicial —un patrón habitual en los países en guerra—, el país atraviesa un trance complicado, con el crecimiento claramente a la baja y la deuda pública en aumento, dado el ingente gasto militar.

La pasada semana, y antes de dar marcha atrás con discreción ante las críticas políticas y empresariales, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, defendió que Israel se convierta en una “superEsparta” en los próximos años y adopte “una economía con características autárquicas” porque atraviesa “una especie de aislamiento”.

De cristalizar la propuesta enviada por el Ejecutivo comunitario, que ya cuenta con el visto bueno de la Eurocámara, quedarían en el alero casi el 12% de las exportaciones israelíes, más de 5.800 millones de euros. Una represalia no menor por las atrocidades de su ejército en Gaza.

En ese contexto adverso, la potencial reimposición de aranceles sobre sus ventas a Europa, con un sobrecoste que Bruselas calcula en casi 230 millones de euros para los exportadores israelíes, empeora aún más las cosas: en 2023 y 2024, sus ventas al exterior ya cayeron, un 1,1% y un 4,9%, respectivamente.

La UE es el mayor destino exterior para los productos israelíes, que también se están viendo gravados este año con el arancel del 15% impuesto por Donald Trump, el mismo que pesa sobre los productos europeos. El grueso de sus exportaciones a los Veintisiete (casi la mitad, que se dice pronto) se corresponde con maquinaria y equipamiento de transporte. Un epígrafe tan específico que será difícil encontrar compradores alternativos si no es rebajando mucho los precios.

El resto son químicos (18%) y manufacturas de diversa índole, donde sí hay más opciones de encontrar nuevos mercados en caso de que los importadores europeos opten por comprarlos a terceros países para evitar el arancel que volverá a gravar los bienes israelíes. Lo hará solo 30 días después de que el Consejo Europeo dé su visto bueno —si lo hace— a este paso sin precedentes en una relación bilateral que, hasta el asedio de Netanyahu sobre Gaza, tenía bases más que sólidas. Aranceles al margen, los productos israelíes se enfrentan, también, a una creciente presión en los lineales, con cada vez más consumidores evitando la etiqueta made in Israel. Cuando no llamando directamente al boicot.

El principal destino europeo de las exportaciones israelíes es Irlanda, junto con España el país del club comunitario más crítico con unos bombardeos indiscriminados que ya se han cobrado la vida de más de 65.000 personas. El segundo es Alemania, de quien depende, en gran medida, las opciones de que la propuesta de la Comisión Europea de suspender el acuerdo de asociación llegue a buen puerto. El tercero es Países Bajos, uno de los que ha pedido la suspensión del pacto. España figura en sexto lugar, tras Francia, que va a reconocer en los próximos días a Palestina como Estado ante la ONU, e Italia, con un Gobierno mucho más cercano a Netanyahu y cuyo voto contrario puede ser clave para que salga o no adelante la moción.

“Cualquier resultado negativo de la actual revisión de su acuerdo de libre comercio con Israel por parte de la UE podría tener un impacto sustancial en la balanza comercial israelí y afectar negativamente a su situación financiera”, reconocían recientemente las propias autoridades del país en la documentación aparejada a sus bonos soberanos, a la que ha tenido acceso EL PAÍS.

PIB estancado

Uno de los problemas de Netanyahu es que las agencias internacionales de calificación crediticia no se creen el brillante horizonte que dibuja “cuando acabe la guerra”, una expresión que —tras dos años en los que solo crece el número de países de Oriente Próximos bombardeados— no convence mucho a los oídos más técnicos que políticos. Las grandes agencias de calificación de riesgos coinciden en definir como “negativo” su horizonte económico. Por la inestabilidad geopolítica, por el gasto público en defensa y por el empeoramiento del ratio deuda sobre PIB, entre otros factores.

Ya a principios de 2024, Moody’s se convirtió en la primera en rebajar la nota (de A1 a A2) al Estado de Israel, por primera vez desde su creación, en 1948. Hasta entonces, había logrado crecer, pese a los estallidos de violencia, la guerra de 2006 con Hezbolá en Líbano, la pandemia o el impacto de la invasión rusa de Ucrania.

El año pasado, la economía israelí creció apenas un 1% y en sus últimas previsiones, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, el think tank de los países ricos) proyectaba un alza del 3,3% este año y de casi el 5% en 2026. Eso era, sin embargo, antes del verano, cuando el organismo con sede en París aludía al alto el fuego con el Líbano de meses antes como hito con reverberaciones positivas para el sector productivo israelí.

Desde entonces, el entorno se ha deteriorado. Frente a unas previsiones que apuntaban a un pequeño aumento, la economía se contrajo en el segundo trimestre del año, con la renta per cápita cayendo aún más intensamente. El Gobierno se vio obligado a recortar sus propias previsiones de crecimiento. El banco central reconoce que la línea de tendencia del PIB está un 4% por debajo de la que se proyectaba antes de la guerra.

La semana pasada, el propio Netanyahu reconoció que tendrá que adaptar su economía —muy centrada en la tecnología— a una era marcada por un creciente aislamiento internacional. Con dos convenientes culpables: “La inmigración ilimitada de minorías musulmanas a países de Europa Occidental”, que “hacen que los Gobiernos cedan”, y las campañas contra Israel en redes sociales pagadas por “países como Qatar y China”.

“Creo en el libre mercado, pero podríamos encontrarnos en una situación en la que nuestras industrias armamentísticas se vean bloqueadas. Necesitaremos desarrollar industrias armamentísticas aquí, no solo investigación y desarrollo, sino también la capacidad de producir lo que necesitamos”, declaró en una conferencia en Jerusalén. “No hay otra opción, al menos en los próximos años”, sentenció.

Tras esas palabras, la Bolsa de Tel Aviv cayó un 1,8%. El potente selectivo tecnológico, un 1,6%. Oposición, empresarios y economistas cargaron contra la idea de transformar una economía abierta en una “SuperEsparta”. El foro que agrupa las 200 mayores compañías lo acusó de llevar al país a un “abismo político, económico y social”. El concepto alimenta, además, una narrativa victimista de Estado paria que no se corresponde con la realidad: EE UU mantiene desde hace dos años su firme apoyo político, militar y diplomático; ninguno de los Estados árabes que reconocen a Israel han cortado relaciones por las masacres en Gaza, y la UE solo ha cambiado el tono recientemente. Netanyahu se puso en modo control de daños y convocó una rueda de prensa para mostrar su “plena confianza” en la economía nacional, tras un “malentendido”.

A esto se suma el hundimiento del turismo. Ya no depende de que caigan más o menos misiles. Sigue estancado en torno al millón de turistas anuales. La cifra puede llevar a engaño, porque en realidad un tercio son judíos de otras partes del mundo que vienen a visitar a sus familiares, sobre todo durante las festividades. Son cifras similares a las de la pandemia, como recordaba el director de la Asociación de Operadores Turísticos, Yossi Fattal. En su cenit, en 2019, Israel recibió casi cinco millones de turistas.

Pese a las recientes caídas puntuales, la paradoja está en la Bolsa. Ajeno a las turbulencias económicas, el principal índice del parqué de Tel Aviv sube más de un 50% en el último año, bate récord tras récord y —atención— casi duplica su valor desde el 7 de octubre de 2023, la fecha de los ataques de Hamás. La asincronía entre mercados financieros y economía real, en su máxima expresión.

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