Trump tensiona aún más el alto el fuego en Gaza

Netanyahu envía, tarde y con un mandato simbólico, una delegación a Doha para negociar la segunda fase de la tregua. La propuesta del presidente de EE UU de expulsar a la población de la Franja y controlarla quita incentivos a su continuidad

Benjamín Netanyahu y Donald Trump en el despacho Oval de la Casa Blanca, el miércoles pasado.Foto: Avi Ohayon/Gobierno israelí (EFE/Gobierno Israelí) | Vídeo: EPV

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, está en su salsa. Lo entrevista, sin preguntas incómodas, el canal de la televisión israelí que lo adora, el 14. Sigue en Washington, pese a las críticas internas por quedarse toda la semana (en vez de volver a tiempo a Tel Aviv para el quinto canje del alto el fuego, este sábado) y acaba de recibir de Donald Trump lo que define como probablemente la recepción más “cálida” que ha dado jamás un p...

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El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, está en su salsa. Lo entrevista, sin preguntas incómodas, el canal de la televisión israelí que lo adora, el 14. Sigue en Washington, pese a las críticas internas por quedarse toda la semana (en vez de volver a tiempo a Tel Aviv para el quinto canje del alto el fuego, este sábado) y acaba de recibir de Donald Trump lo que define como probablemente la recepción más “cálida” que ha dado jamás un presidente de Estados Unidos a un dirigente israelí y una idea que le gusta: vaciar Gaza de sus 2,3 millones de habitantes para controlarla, poseerla “a largo plazo” y convertirla en la “Riviera de Oriente Próximo”, habitada por “gente del mundo”.

Tan crecido se ve a Netanyahu con el plan de Trump —que entusiasma a sus socios de ultraderecha (que sueña desde hace décadas con la limpieza étnica de los palestinos), aplaude descolocada la oposición y apoyan buena parte de los israelíes— que bromea con crear un Estado palestino… en Arabia Saudí. El entrevistador se confunde y dice “Estado saudí”, en vez de “palestino”, al preguntar si Riad exige o no la solución de dos Estados a cambio de reconocer a Israel. Netanyahu lo corrige y añade sarcástico: “Salvo que quieras que el Estado palestino esté en Arabia Saudí. Tienen mucho territorio, muuucho, muchísimo”.

Una multitud de vehículos esperan cruzar un puesto de control cerca de la ciudad de Gaza, este domingo. Dawoud Abu Alkas (REUTERS)

El famoso día después de la guerra ya no es, como planteaba inicialmente Netanyahu, una Gaza en la que Hamás carezca de capacidades de gobierno y de combate y no pueda suponer una amenaza para Israel, sino el desplazamiento forzoso de la población. “Siempre nos decían: ¿qué pasa con el día después? ¿Qué pasa con el día después? ¿Lo queríais? Aquí está. Llega un presidente de Estados Unidos con una idea nueva para el día después de Hamás”, dice en la entrevista.

— ¿Es optimista sobre su puesta en marcha?, pregunta el entrevistador.

— “Lo queremos mucho, así que lo lograremos”, responde

Es la actitud de quien sabe que viene jugando una partida geopolítica con mejores cartas que sus contrincantes y, de repente, recibe el as que le faltaba para tener la mejor manga posible. Desde que llegó al poder, el 20 de enero, Trump ha anunciado sanciones al personal del Tribunal Penal Internacional que investigue a ciudadanos de EE UU o sus aliados, meses después de que su fiscal jefe pidiese el arresto de Netanyahu y su anterior ministro de Defensa, Yoav Gallant, por presuntos crímenes de guerra y contra la humanidad en Gaza, entre ellos el de emplear el hambre como arma de guerra. También ha anulado dos de las escasas medidas que tomó su antecesor, Joe Biden, contra los intereses de Netanyahu: la moratoria de bombas pesadas de hasta 900 kilos y las sanciones contra colonos violentos en Cisjordania.

Vulneración

En Israel, la duración de su viaje a EE UU ha escocido por lo simbólico. Pero ha supuesto, sobre todo, una vulneración de los términos del alto el fuego en Gaza, que ha pasado bastante desapercibida por el ruido proveniente de la Casa Blanca. El texto del acuerdo especifica que las negociaciones sobre la segunda fase debían comenzar el día 16º de la primera, que se cumplió este lunes. Consciente de que el futuro de Gaza se decide más en la Casa Blanca que en la mesa de negociaciones en Doha (Qatar), retrasó el envío de una delegación y anunció que convocaría a su regreso al gabinete de seguridad, para decidir las posiciones en torno a los “detalles técnicos” del paso a la segunda fase. Es la que debe llevar a la entrega de todos los rehenes y el fin de la guerra, y que el sueño de Trump de una Gaza sin su población ha convertido en un gran interrogante.

Netanyahu, que rechazó durante más de medio año el mismo texto que firmó ante el regreso de Trump a la Casa Blanca, viene dando sobradas muestras de desinterés por cumplir el acuerdo hasta el final. En la primera fase ha puesto palos en las ruedas de cada canje, con represalias desproporcionadas para transmitir dureza. Cuando comenzó, el mes pasado, ya insistió en que era de momento un mero alto el fuego temporal y que retomaría los bombardeos en Gaza con gran fuerza si, por ejemplo, considera que las conversaciones de transición a la segunda fase no van a ningún lado. Sus exigencias ahora —según las filtraciones— equivalen a una rendición de Hamás en toda regla: devolver a todos los rehenes antes de exiliar a sus líderes, desmilitarizar Gaza y quedar fuera de la reconstrucción de un enclave que, desde el martes, pretende tomar EE UU. En la entrevista televisiva, aseguró que Israel está “cerca” de eliminar a Hamás, pese a que sus hombres controlan Gaza e impera un alto el fuego.

De momento, Netanyahu ha decidido enviar a funcionarios de escaso peso, algunos de los cuales ni siquiera estuvieron involucrados en rondas previas de negociación. No estarán liderados por los directores de los servicios de inteligencia. Tampoco por su ministro de Asuntos Estratégicos y mano derecha, Ron Dermer, con el que pretende reemplazar al jefe del Mosad, David Barnea, que venía capitaneando el diálogo. El equipo básicamente se limitará a escuchar las peticiones de Hamás, sin mandato para más hasta que Netanyahu regrese de Washington y se pronuncie el gabinete de seguridad. Una fuente oficial israelí admitía al diario Israel Hayom la “preocupación de que la respuesta de la otra parte sea dudar de la seriedad de Israel”, incluso “poniendo en peligro la continuación de la primera etapa”, que concluye a principios de marzo.

Ya desde el inicio del alto el fuego, Bezalel Smotrich, el ministro de Finanzas y líder del partido de extrema derecha Sionismo Religioso, que empuja para la anexión de Cisjordania (sobre la que Trump dijo que anunciará una decisión el próximo mes), insiste en que Netanyahu le prometió (a cambio de seguir en el Gobierno) no poner fin a la guerra y reanudar los bombardeos tras la primera fase.

Su otro socio ultranacionalista de coalición, Poder Judío, sí abandonó la coalición, aunque más de cara a su electorado, ya que dejó claro que no dejará caer a Netanyahu. Su líder, el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, roza ya volver, eufórico tras las palabras de Trump. “Aún no me he confeccionado un nuevo traje ministerial, pero no hay duda de que han aumentado las posibilidades de que Poder Judío regrese al Gobierno […] En cuanto empecemos y haya intención de implementarlo [el plan de Trump], volveremos”.

Nuevas condiciones

“El respaldo absoluto que recibió de Trump tienta a Netanyahu a plantear nuevas condiciones para la continuación del acuerdo: detenerlo garantizaría la reincorporación de Ben Gvir al Gobierno y permitiría la reanudación de los combates en Gaza”, señalaba este viernes en el diario Yediot Aharonot uno de los principales comentaristas políticos de Israel, Nahum Barnea.

Lo primero que ha hecho es dispararle aún más en las encuestas. Netanyahu sufrió un fuerte bajón de popularidad en 2023, con su controvertido proyecto de reforma judicial, que dividió al país y generó la oleada de manifestaciones más multitudinarias de su historia. Firmemente apoyado por ultranacionalistas y ultraortodoxos, ganó tiempo (una de sus especialidades) y aguantó el tipo. El ataque de Hamás el 7 de octubre lo sepultó en los sondeos: el “señor seguridad” lideraba el país durante la jornada más letal de sus siete décadas de historia del país, tras años contemporizando con Hamás y debilitando a la Autoridad Nacional Palestina para no tener que negociar la creación de un Estado palestino.

La guerra en Líbano, en particular la detonación por el Mosad de los buscas y walkie-talkies encargados por Hezbolá (Netanyahu acaba de regalar un busca de oro a Trump) y el asesinato de su cúpula, en particular Hasan Nasralá, y la de Hamás (entre ellos el cerebro del 7 de octubre, Yahia Sinwar), le volvió a situar como el favorito de los israelíes. Este viernes, una encuesta del diario Maariv da a la coalición cuatro escaños más que en los anteriores sondeos: 53 de los 120 del Parlamento. La formación de Netanyahu, Likud, es la más votada, con 24, siete más que la opositora Unidad Nacional, que rozaba los 40 hace meses.

Entre tanto, la Casa Blanca ha querido matizar el plan. Asegura que el traslado de los palestinos a otros países de la zona —Trump ha sugerido Egipto y Jordania, que han mostrado su rechazo— sería solo temporal. Y que, al presentar un proyecto que rompe con décadas de política exterior estadounidense (y tan descabellado), busca provocar a las partes a presentar alternativas que no hayan fracasado una y otra vez. Trump señalaba que los gazatíes “tienen muy mala suerte”, como si la causa de la enorme devastación (“es un sitio de demolición”, admitía) hubiese sido una catástrofe natural, y no 15 meses de incesantes bombardeos y explosiones controladas israelíes.

Las declaraciones de Trump han desatado una ola de actividad diplomática en la región. A la visita a la Casa Blanca el próximo martes del rey de Jordania, Abdalá II, previamente anunciada, se suma la del emir de Bahréin, también la próxima semana. Una semana más tarde, será el turno del presidente egipcio, Abdelfatá al Sisi.

Del lado estadounidense, el secretario de Estado, Marco Rubio, continuará su viaje, tras una parada en Alemania para participar en la Conferencia de Seguridad de Múnich, hacia Israel, Emiratos Árabes Unidos, Qatar —otro de los garantes del alto el fuego— y Arabia Saudí. Jordania, Egipto, Arabia Saudí, Emiratos y Qatar han enviado una carta a Rubio en la que protestan en términos enérgicos contra cualquier propuesta de expulsar a los gazatíes de su tierra. Trump ha declarado su interés en cerrar un acuerdo de normalización entre Israel y Arabia Saudí, algo que su propuesta también parece alejar: Riad insiste en que no dará ese paso sin un Estado palestino.

“La propuesta hará más difícil que el Gobierno estadounidense pueda llevar a cabo una diplomacia efectiva” y, como uno de sus garantes, “se asegure de que el pacto para Gaza se aplica en su totalidad”, escribe en su blog Richard Haas, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores.

El plan de Trump deja a Egipto y Jordania, los dos señalados públicamente por Trump para acoger a los gazatíes, en una situación imposible. “Equivale prácticamente a liquidar la causa palestina, que ni El Cairo ni Amán pueden abandonar”, escribe Amr Hamzawi, del centro de análisis Carnegie Endowment for Peace. Decir no despierta el fantasma de represalias por parte de un Trump que alardea de que no le tiembla el pulso a la hora de imponer castigos. Decir sí les abre puertas muy peligrosas. Jordania, donde los palestinos representan ya más de la mitad de la población, “es particularmente vulnerable, sea a un recorte de la ayuda de Estados Unidos si rechaza el plan de Trump, sea a la desestabilización política y demográfica, si lo acepta”, apunta Haas.

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