De Al Julani a señor Al Shara: las diferentes caras del nuevo líder de Siria

El líder del grupo salafista HTS se ha impuesto a todas las facciones rivales tras romper con el ISIS y Al Qaeda y es definido por quienes lo conocen como una persona de gran inteligencia, ambición y oportunismo

El líder sirio Ahmed al Shara (derecha) saludaba al ministro de Exteriores ucranio, Andrii Sibiha, el pasado 30 de diciembre en Damasco.Khalil Ashawi (REUTERS)

“La guerra es aquello que sabéis y probasteis / no un cuento adornado y vago. / Si la atizas, arderá […] te hará polvo como el molino en su tolva”. A finales de diciembre, en un encuentro con activistas y periodistas, Ahmed al Shara recitaba estos versos del poeta preislámico Zuhair (siglo VI), algo que no suele casar con la imagen de un integrista islámico. Es la misma persona que, no hace tanto, bajo su nombre de guerra, Abu Mohamed al Julani, instruía a sus combatientes: “O vivimos bajo la ley del islam o vivimos bajo la ley ...

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“La guerra es aquello que sabéis y probasteis / no un cuento adornado y vago. / Si la atizas, arderá […] te hará polvo como el molino en su tolva”. A finales de diciembre, en un encuentro con activistas y periodistas, Ahmed al Shara recitaba estos versos del poeta preislámico Zuhair (siglo VI), algo que no suele casar con la imagen de un integrista islámico. Es la misma persona que, no hace tanto, bajo su nombre de guerra, Abu Mohamed al Julani, instruía a sus combatientes: “O vivimos bajo la ley del islam o vivimos bajo la ley de los infieles”. Y que ha nombrado como ministro interino de Justicia a Shadi al Waisi, un estrecho colaborador que en el pasado supervisó la ejecución de mujeres acusadas de prostitución.

Al Shara no tiene ningún cargo oficial en la nueva Siria, aparte de ser el líder de Hayat Tahrir al Sham (HTS), el grupo islamista que encabezó la reciente ofensiva que derrocó al régimen de Bachar el Asad, pero nadie duda de que es el nuevo hombre fuerte del país, una suerte de presidente de facto al que acuden, cada día, delegaciones de los más diversos grupos profesionales, étnicos o religiosos de Siria, así como enviados de Turquía, EE UU, la UE o los países árabes. “Es un tipo listo. Quienes se han reunido con él están bastante impresionados”, explica a EL PAÍS Aaron Zelin, analista del Washington Institute especializado en yihadismo.

Las fuentes consultadas definen a Al Shara como un hombre de gran inteligencia, mucho carisma y ambición. Lo que sigue siendo un misterio es qué planes se esconden tras su enigmática mirada: ¿es el hombre culto que recita poemas, promete respeto a todas las confesiones y ha colgado el fusil, o sigue siendo el islamista radical que estuvo vinculado a Al Qaeda?

Poco antes de su entrada triunfal en Damasco, Al Julani abandonó el nombre de guerra que lo había acompañado durante dos décadas, un nombre que hace referencia a los Altos del Golán sirios, de donde su familia huyó en 1967 tras la ocupación israelí. Ahora se presenta con su nombre real: Ahmed Husein al Shara. “Es una persona que ha vivido una gran transformación ideológica desde el inicio del levantamiento en Siria. Ha mostrado una y otra vez que es el personaje más oportunista, pragmático y adaptable del conflicto”, explica Orwa Ajjoub, académico sirio de la Universidad de Malmö (Suecia) experto en yihadismo.

Al Shara se dirigía a sus fieles desde el interior de la mezquita de los Omeyas de Damasco, el pasado 8 de diciembre.Associated Press/LaPresse omar albam (APN)

De entre los líderes militares de la miríada de facciones que han participado en los más de 13 años de guerra en Siria, es uno de los pocos que ha sobrevivido a un conflicto que ―en el campo de batalla, en bombardeos y en maquinaciones dentro de los propios grupos combatientes― se ha cobrado la vida de veteranos yihadistas que antes habían combatido en Afganistán, Chechenia e Irak. Al contrario que otros de su cuerda ideológica, movidos por la idea del martirio, Al Julani “no quiere morir, quiere gobernar”, opina Ajjoub: “Busca reservarse un asiento en el futuro de Siria”.

La vía a la yihad

Al Shara se crio en una familia de clase media alta. Su padre, un admirador del panarabismo naserista, trabajó como asesor del Gobierno sirio en temas de petróleo y abrió varios negocios. Un antiguo compañero de escuela, citado por el medio digital Middle East Eye, recuerda al pequeño Ahmed al Shara como “un niño delgado, ordenado y estudioso”. A medida que crecía fue desarrollando cierto sentimiento de rebeldía, quizás porque pese a su estatus no era totalmente aceptado por la elite damascena por su condición de desplazado del Golán. O, añade la misma publicación, por un amorío con una chica alauí ―la minoría chií a la que pertenecen los El Asad― truncado por la oposición de ambas familias.

Él mismo, en una larga entrevista concedida a la cadena estadounidense PBS en 2021, afirmó que sus primeras ideas políticas estuvieron influidas por la Segunda Intifada Palestina (2000-2005) y el 11-S (2001). Derrotada la ideología panarabista que profesaba su padre, al convertirse en justificación de terribles dictaduras como las de Siria o Irak, el modo de vehicular su incipiente apetito político lo encontró en el islamismo. Empezó a asistir a sermones en secreto y, en 2003, cruzó la frontera hacia Irak para luchar contra la ocupación estadounidense (en una ruta promovida por el propio Gobierno sirio para librarse de eventuales yihadistas locales y atacar a Estados Unidos). El joven Al Shara se convirtió en Al Julani y se unió a Al Qaeda, cuyas brutales tácticas convirtieron la resistencia al invasor en una guerra sectaria.

Aunque la información sobre sus actividades en Irak es fragmentaria, se han alzado voces desde aquel país exigiendo que rinda cuentas por sus posibles crímenes en la época. “Para las comunidades victimizadas por el terrorismo islamista causa estupor”, afirma el activista yazidí Mirza Dinnayi, exasesor del presidente iraquí: “Al Julani ha dicho que no aceptaba los ataques del Estado Islámico y Al Qaeda contra los civiles en Irak. Pero es indispensable que haya justicia transicional en la que cada individuo de estos grupos fanáticos se haga responsable de lo que hizo en el pasado. La impunidad es lo más horrible”.

Al Julani pasó parte de este periodo iraquí en el infame Camp Bucca estadounidense, un centro de internamiento que sirvió para alumbrar a una nueva generación de yihadistas, incluido Abubaker al Bagdadi, quien se proclamaría califa del autodenominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). Allí, Al Julani dedicó su tiempo a hacer contactos y elaborar una estrategia para exportar la yihad a Siria. Tras ser liberado, convenció a Al Bagdadi de que le diese dinero, armas y hombres para hacerlo.

Su expansión en Siria al inicio de la revuelta contra el régimen de El Asad, bajo el pabellón del Frente al Nusra, fue un éxito militar. Sus despiadados atentados y ataques le hicieron ganar territorio y su mayor disciplina frente a otros grupos le granjeó cierto apoyo popular, tanto que en 2013, Al Bagdadi, celoso de su antiguo pupilo, ordenó subsumir el Frente al Nusra en su nuevo proyecto: el Estado Islámico de Irak y el Levante. Al Julani, que no guarda buena opinión de Al Bagdadi (“No era muy competente al analizar situaciones”), desafió la decisión, juró lealtad directa al emir de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, y desató una guerra entre las dos mayores organizaciones yihadistas del momento.

“Es un hombre astuto, de dos caras”, resaltaba un alto cargo del ISIS en un informe sobre Al Julani dirigido a Al Bagdadi, que cita la revista New Lines: “No le importa la religión de sus soldados y está dispuesto a sacrificar su sangre para hacerse un nombre en los medios de comunicación. [Su rostro] se ilumina cuando oye que mencionan su nombre en los canales por satélite”.

Un ciudadano rezaba junto a edificios destrozados por la guerra siria en Homs, el pasado 17 de diciembre.Álvaro García

Apenas tres años después, en 2016, Al Julani abjuró también de Al Qaeda y, al poco, formó, junto a otros grupos rebeldes islamistas, Hayat Tahrir al Sham (HTS), dejando claro que su único objetivo era la lucha en Siria y que no usaría el país para promover atentados en el exterior. “La Coalición Internacional [liderada por EE UU] estaba acabando con el ISIS y se dio cuenta de que Al Qaeda no podía sobrevivir en Siria”, sostiene Ajjoub.

Arrinconado en el noroeste de Siria por la expansión de las milicias kurdas ―sostenidas por Washington― y del régimen ―apoyado por la aviación de Rusia y tropas iraníes―, Al Julani creó su bastión en la provincia de Idlib, enfocándose, por un lado, en la creación de instituciones que garantizasen un mínimo de estabilidad y posibilidad de supervivencia a sus millones de habitantes (la mayoría desplazados por el conflicto) y, por otro, acabando de manera implacable con el resto de facciones rivales, bien cooptándolas, bien luchando contra ellas, incluidos grupos vinculados a sus antiguos camaradas de Al Qaeda, a la vez que, gracias a su carisma, lograba convencer a sus combatientes de que le siguiesen en este proceso de transformación.

Según Ajjoub, este cambio estratégico implicó compartir información de inteligencia sobre grupos yihadistas con Occidente ―a través de Ankara―, algo que nunca ha reconocido HTS, pero que recientemente dio a entender el ministro de Exteriores turco. No en vano, en el territorio bajo control de Al Julani fueron ejecutados por EE UU tanto Al Bagdadi, en 2019, como su sucesor, Ibrahim al Quraishi, en 2022, y, un año después, un poco más al norte, Turquía acabó con otro de los sucesores al frente de la organización terrorista. “Tiene un gran instinto de supervivencia, sabe moverse hacia donde sopla el viento”, opina Zelin.

La transformación en el atuendo de Ahmed al Shara, líder del grupo islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS).

Al Shara, el político

Solo nueve meses antes de tomar en diciembre Damasco, la posición de Al Julani se tambaleaba. En Idlib había constantes manifestaciones en su contra, hervían las tensiones entre varias facciones de HTS y altos cargos del grupo exigían su dimisión tras un oscuro episodio en el que varios destacados militantes rivales habían sido encarcelados bajo la falsa acusación de ser espías del régimen de El Asad. Se extendieron rumores sobre presuntos complots para acabar con él. Entonces, explica un dirigente de HTS que elige el seudónimo de Al Halabi para hablar con EL PAÍS, Al Julani convocó a 300 comandantes y dirigentes del grupo a un encuentro secreto en Bab al Hawa, junto a la frontera con Turquía. Puso su cargo a disposición: “Si encontráis a alguien que tenga suficiente apoyo para sustituirme, dejo el liderazgo”. Una facción designó a un candidato, pero este, en el último momento, terminó retirándose alegando que no quería generar divisiones.

Para Al Halabi, esto es prueba de que Al Shara “no es un dictador” que se aferra al cargo, sino que recapacita y sabe corregir sus decisiones cuando se le muestran errores. Para Ajjoub, la anécdota, que él mismo ha confirmado a través de sus fuentes, es prueba del tacticismo de Al Shara: “Los yihadistas no saben hacer política, no se han socializado en la política. Son combatientes, son dogmáticos. Pero él sí sabe, y así es como siempre consigue llevarlos por donde quiere”.

Poco después, anunció la preparación de una ofensiva para el otoño, cuyo objetivo era, inicialmente, alejar las líneas enemigas de las zonas civiles. Las manifestaciones se detuvieron, las críticas también, todos aunaron fuerzas en torno al líder. El gambito le salió a pedir de boca.

Su apariencia ha cambiado: del atuendo islamista coronado por un turbante pasó al simple traje caqui de comandante rebelde y ahora se presenta en el traje y corbata típico de un gobernante civil. Pero su transformación lleva años gestándose a través de decisiones ―por ejemplo, revertir su política integrista de conversiones forzosas a cristianos y drusos y de retornarles las propiedades requisadas―, intervenciones públicas y entrevistas a medios internacionales. En una reciente con CNN, aseguró haber dejado atrás su pasado: “A lo largo de su vida, una persona atraviesa diferentes fases. Alguien con 20 años tiene una personalidad diferente a sus 30 o 40″.

Los retos a los que se enfrenta son enormes: además de convencer a la comunidad internacional de que ya no es el terrorista por el que EE UU ofrecía 10 millones de dólares, debe extender el control estatal a todo el país, garantizar el desarme de las facciones y preparar un verdadero Gobierno de transición lo más representativo posible (el actual, interino, está formado por sus viejos colaboradores de Idlib). “Es un líder con una visión estratégica, al que le gusta hacer las cosas entre bastidores. Delibera y consulta con sus colaboradores y, una vez toma una decisión, les deja hacer”, afirma Zelin. Pero debe encontrar un equilibrio entre su camarilla de HTS, formada por islamistas muy conservadores que rechazan las instituciones de la democracia liberal; grupos políticos que exigen ponerlas en marcha cuanto antes y una población siria muy diversa.

Jalid Joya, expresidente de la principal coalición opositora siria en el exilio, es optimista: “Lo que yo he visto es que tiene suficiente carisma y capacidad para ir más allá [de las ideas] de su círculo más estrecho. Creo que hallará el camino adecuado”.

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