Píldoras y preservativos en uno de los rincones más pobres y poblados de la India
El país más habitado del mundo, que busca estabilizar el crecimiento demográfico, desarrolla proyectos en zonas humildes y rurales para fomentar la educación sexual de las mujeres
Bajo las grandes cifras que encumbran a la India como la nueva nación más habitada del planeta —tras superar a China en abril— y los titulares que auguran años de desarrollo económico “brillante” —según el FMI— impulsado en parte por una población cuya media de edad ronda los 28 años, se encuentra esta aldea polvorienta llamada Ranni Jathaura, a la que se llega atravesando cultivos de caña, plátanos y mangos...
Bajo las grandes cifras que encumbran a la India como la nueva nación más habitada del planeta —tras superar a China en abril— y los titulares que auguran años de desarrollo económico “brillante” —según el FMI— impulsado en parte por una población cuya media de edad ronda los 28 años, se encuentra esta aldea polvorienta llamada Ranni Jathaura, a la que se llega atravesando cultivos de caña, plátanos y mangos que flanquean una carretera a medio asfaltar. Se ven búfalos atados a los árboles, niños descalzos y viviendas humildes. Hay unas pocas casas más nuevas y lustrosas, muchas no son más que chozas hechas de palos y ramas en las cuales guarecerse del sol que incendia el mediodía. Una tienducha de madera y plástico vende golosinas en un cruce y enfrente se yergue una modesta guardería rodeada de maleza. A este edificio, un par de veces por semana, acuden mujeres de la zona a escuchar a las trabajadoras sociales y sanitarias que les aconsejan sobre planificación familiar, salud reproductiva y métodos anticonceptivos.
El interior de pronto se vuelve un cuadro colorido con unas 15 mujeres vestidas con saris de todas las tonalidades. La sanitaria, en pie, tiene una caja de píldoras anticonceptivas en la mano. Explica que estas son de uso semanal y que si se olvidan de tomarlas pueden recurrir a los preservativos. Luego expone las de uso diario. “¿Alguna está interesada?”, pregunta. Una de las asistentes se levanta y le entregan el producto. Prosigue la charla con las inyecciones anticonceptivas, cuyos efectos se prolongan durante tres meses. Explican los posibles efectos adversos. En caso de optar por este método, las pacientes reciben un incentivo de 100 rupias (1,12 euros) por pinchazo. La trabajadora sanitaria que lo promueve recibe la misma cantidad.
Kusum, una de las mujeres, no sabe exactamente su edad. Unos 26 años. Tiene dos hijos, de seis y tres, y explica que ahora está interesada en adoptar algún método de planificación familiar. Ha decidido que, en principio, no tendrá más descendencia. Antes lo ha consultado con la familia, relata, porque es así como acostumbran a hacerlo aquí. Su iniciativa en cualquier caso supone un cambio de paradigma: ella tiene cinco hermanos y su marido, seis. Lo cual la asemeja mucho a la tasa de fertilidad de la India, que ha ido cayendo desde los 5,9 hijos por mujer en 1950 hasta los dos actuales. El plan encaja con los objetivos del Gobierno indio, que es “estabilizar” para 2045 una población que ha superado los 1.428 millones de habitantes y sigue creciendo, aunque a menor velocidad.
Kusum percibe diferencias con respecto a la generación de sus padres. “He visto las dificultades en las familias grandes”, dice. Prefiere plantarse en dos vástagos. “Quiero que tengan una mejor educación, que desarrollen habilidades para que mejore su vida”. Esta mujer va vestida con un sari azul con ribetes dorados y lleva un punto rojo pintado en la frente. Ella se ocupa del hogar, su marido tiene un empleo en un restaurante y gana unas 10.000 rupias (unos 112 euros) mensuales. Tienen también en propiedad un pedazo de tierra que trabaja su cuñado. Sueña con que sus hijos cursen más allá de secundaria, que puedan ir a la universidad. “Para eso hace falta ingresos”, concluye.
Las historias de estas mujeres cuentan en el fondo la de la localidad de Ranni Jathaura y la de muchos otros lugares de la India. Este es uno de los rincones más humildes del país. El pueblo, de unos 1.200 habitantes, se encuentra en el distrito de Bahraich, donde casi el 72% de los habitantes sufre “pobreza multidimensional”, según un estudio de la agencia gubernamental NITI Aayog. Es el segundo distrito más pobre de uno de los Estados más pobres del país, Uttar Pradesh (centro-norte), que es también el más poblado, con casi 200 millones de habitantes (según el último censo, de 2011).
En este lugar no hay mucho que hacer más allá de los trabajos rurales. Ahí fuera, junto a la carretera y a unos bueyes que buscan la sombra, un hombre explica que se dedica a fabricar ladrillos de barro con ayuda de alguno de sus hijos. Tiene ocho. Los hombres del pueblo están reunidos más allá, a la puerta de un taller donde hay una baqueteada máquina para pelar granos de arroz. En sitios como este, un buen número de personas acaba optando por la migración a las ciudades. Es el sino de un país que aún cuenta con millones de pobres. Muchas de las víctimas del accidente de tren de principios de junio, en el que murieron 275 personas y más de un millar resultaron heridas, eran trabajadores migrantes que viajaban en el expreso para buscarse la vida en otra parte.
Esta población en busca de empleo es uno de los grandes retos del Gobierno de Narendra Modi. Pasear por las calles rotas alejadas de los centros de poder y de los think tanks que pronostican años de expansión hace que uno se plantee la gran pregunta de si la India será capaz también de generar puestos de trabajo, ensanchar su clase media y aprovechar lo que los expertos denominan el “dividendo demográfico”. En estos momentos, el país es una de las escasas locomotoras en un mundo de crecimiento a cámara lenta, y numerosas multinacionales, como Apple o Tesla, han expresado interés en trasladar allí su producción.
“La India se desarrolla a buen ritmo”, dice Balbeer Singh, uno de los responsables de la zona para la Population Foundation of India, la organización que da apoyo técnico al programa nacional para la educación en salud sexual y reproductiva de adolescentes en lugares como Ranni Jathaura. “Pero hay que prestar atención a la salud y a la educación para asegurarse de que se incrementan los estándares de vida de las personas”.
Ha habido avances. Unos 415 millones de personas han abandonado la “pobreza multidimensional” en 15 años, un dato “histórico”, según la ONU. Pero las brechas persisten, sobre todo en términos de desigualdad: cinco de cada seis personas en la pobreza pertenecen a las tribus y castas más bajas. “India está ahora entre los países más desiguales del mundo”, asegura el World Inequality Report de 2022: el 1% más rico acapara un tercio de la riqueza, mientras el 50% más pobre no llega ni al 6%. Las diferencias se han deteriorado “seriamente” en los últimos tres años, según el informe.
Poonam Muttreja, presidenta de la Population Foundation of India, cree que hay dos claves ante el reto demográfico de la India. Por un lado, “intensificar” la introducción de toda la cesta de anticonceptivos, un campo en el que “se ha mejorado recientemente”. Pero se necesita más, dice, con eso no basta. “Tenemos que invertir en la educación de nuestras hijas”, explica en una entrevista telemática realizada semanas antes de que EL PAÍS visite el proyecto. Cuando una joven termina la secundaria, prosigue, se vuelve más probable que tenga dos o menos hijos, mientras que las mujeres analfabetas tienen mayor probabilidad de tener tres o cuatro. “Necesitamos capacitar y empoderar a nuestras niñas y satisfacer sus aspiraciones”, señala.
En la India gran parte de las mujeres trabajan en casa o en el sector informal y sus salarios siguen “muy por detrás”, describe Muttreja. “Si la India aspira a ser una economía de cinco billones [de dólares, objetivo del Gobierno para 2025] y un país desarrollado, no puede lograrlo cuando el 50% de la población no avanza con igualdad”, concluye. “Son las mujeres más pobres las que están en peor situación y las que tienen menos autonomía por falta de educación”.
En el local ya han acabado las explicaciones y las mujeres se dispersan. Aquí no solo reciben educación sobre salud reproductiva. También se supervisan sus embarazos, se las anima a acudir al hospital para dar a luz, se siguen las pautas de vacunación de los recién nacidos. El objetivo es que tengan acceso médico de proximidad. Phoolbano, una de las asistentes, sostiene a su quinto vástago en brazos: es el primer varón, que ha llegado después de cuatro niñas. “Con esto es suficiente para mantener nuestros recursos”, observa. Ha venido interesada en obtener preservativos después de hablar con las trabajadoras de primera línea. Su marido trabaja en un negocio que fabrica piezas de coches en Bombay, a unos 1.500 kilómetros, y regresa a casa de vez en cuando. Estos días, cuenta Phoolbano, justo está por aquí.
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