El escritor Héctor Abad, tras sufrir un bombardeo en Ucrania: “En un momento de risa, nos vimos en el infierno”

Al menos 11 personas mueren en un ataque ruso sobre un restaurante de Kramatorsk donde cenaba una delegación colombiana que impulsa una campaña de solidaridad. Una de sus integrantes resultó gravemente herida

Héctor Abad, este miércoles en Kiev.Luis de Vega

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, de 64 años, pisó Ucrania la semana pasada convencido de que él ya había resucitado. La operación a corazón abierto a la que fue sometido hace año y medio había significado su “renacimiento”. Así fue hasta la tarde-noche del martes. ...

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El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, de 64 años, pisó Ucrania la semana pasada convencido de que él ya había resucitado. La operación a corazón abierto a la que fue sometido hace año y medio había significado su “renacimiento”. Así fue hasta la tarde-noche del martes. Una bomba reventó el local en el que cenaba en la ciudad de Kramatorsk (región de Donetsk), cerca de uno de los frentes más activos de la guerra. Hasta el momento, el balance de ese ataque es de 11 muertos, tres de ellos niños, y más de 50 heridos. El escritor y periodista, que viajó a Ucrania para impulsar una campaña de solidaridad, relata por teléfono a EL PAÍS su nueva vuelta a la vida tras salir milagrosamente ileso. Lo cuenta con el testimonio retorcido de dolor, pues la escritora ucrania Victoria Amelina, que le acompañaba, se encuentra entre la vida y la muerte.

“Un estruendo como brotado del suelo nos tiró como un rayo. Caía de todo y todo empezó a moverse en cámara lenta. Yo estaba lleno de salpicaduras negras. Pensé que estaba herido, pero no me dolía nada. Había escuchado que, cuando estás herido, nada te duele. Yo me mantenía en silencio, con el zumbido perpetuo de los oídos, que me siguen todavía pitando. Rodeado de gritos de miedos y dolor también en cámara lenta. Así me fui levantando”, rememora a mediodía del miércoles mientras viaja en coche desde el este de Ucrania hacia Kiev, la capital.

Héctor Abad Faciolince y Sergio Jaramillo reciben atención médica tras el atentado.cortesía

Abad compartía mesa en el popular restaurante Ria, muy frecuentado por militares, voluntarios y periodistas, con Sergio Jaramillo, excomisionado de paz de Colombia; la reportera, también de esa nacionalidad, Catalina Gómez; la escritora ucrania Victoria Amelina y un conductor. Él acababa de regresar del baño cuando empezaron a bromear en torno al toque de queda, que obliga a cerrar los locales a las 20 horas, y la ley seca, que impide despachar alcohol en esa región especialmente sacudida por la guerra. Amelina, sentada junto al escritor colombiano, aceptó pedir una cerveza sin alcohol. “Queríamos hacer una picardía: conseguir alcohol. Y en ese momento de risa, te llega la muerte, o la vida… Nos vimos en el infierno. Catalina pensó que yo estaba herido por los goterones. ‘Perdóname por haberte traído aquí', me decía como si ella fuera la culpable y no los rusos. Los colombianos siempre nos sentimos culpables de algo”.

En medio del caos, pensaron que Amelina era la que menos había sido golpeada por la explosión, pues no había salido despedida. “Miré. Todos parecían bien, hasta Victoria. Quieta, recta, sin sangre, con los ojos cerrados… En la misma posición que estaba sentada mientras pidió su cerveza. Pero estaba muy pálida. Le hablaban Catalina y Sergio, pero no respondía”, cuenta Abad Faciolince. “A mí, como parecía herido, un ucranio me sacó. Vi que estaba destrozado el carro de Dima (el chófer) y eso que estaba más lejos de la bomba que nosotros. Raro, el carro destrozado y nosotros no. Escuchaba gritos en ucranio pidiendo cosas. Yo me alejé un poco más, como perdido... Todos pensaban que yo estaba herido. Empezaron a llegar ambulancias. Me llamó Sergio porque no me encontraban y volví hacia el sitio donde cayó el misil”.

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Trabajadores de los equipos de rescate trabajan en el restaurante en el que cenaba ayer martes Héctor Abad.Europa Press/Contacto/Cover Images (Europa Press/Contacto/Cover Imag)

En ese momento ya había sido evacuada la escritora ucrania con daños en la cabeza, todo apunta a que fueron causados por esquirlas o metralla. Hasta el hospital Número Tres se dirigen a bordo del vehículo de un vecino Abad, Gómez y Jaramillo, que es atendido de una contusión en un muslo. Allí, el panorama que describe es desolador, de “gente gritando y corriendo, sangre en el corredor, personas que llegan a arrodillarse ante heridos. Una escena dantesca en una lengua incomprensible”. Mientras tanto, “Victoria ni siquiera estaba identificada. Su bolso lo tenía Catalina. Mostrábamos su foto para explicar que es una escritora importante. Tras varias horas, nos fuimos al hotel. Nos fuimos a estar tristes por Victoria y a no entender por qué estábamos nosotros bien y ella, no”, lamenta.

Abad Faciolince repite que su viaje no es ni como escritor ni como periodista, sino como integrante de la campaña Aguanta Ucrania de apoyo a la población de este país. Tras pasar por la Feria del Libro de Kiev durante el fin de semana, se dirigió al este a comprobar las consecuencias de la invasión rusa, a estar más cerca de esas víctimas a las que desea expresar su solidaridad. Es en ese escenario dominado por la violencia donde el recién llegado acaba haciéndose preguntas que cree que nunca se va a hacer.

Una ‘menorá' en Járkov

“Esa tarde habíamos hablado con un soldado ucranio que nos dijo que era universitario y era pacifista, pero que tras la invasión rusa había entendido que ellos solo iban a comprender el lenguaje de la fuerza y que, por un momento, hacía un paréntesis en su pacifismo. Yo soy el colmo del pacifismo porque soy muy cobarde. Me acababa de tirar al suelo porque había sonado un cañonazo. Pero al mismo tiempo estoy de acuerdo con este soldado, que bajo algunas circunstancias en la vida hay que enfrentarse al más fuerte y violento. Yo no distingo armas… Pensé que ese cañonazo, mortero, o lo que fuera, iba a ser mi mayor experiencia de guerra”, reflexiona.

La vida de Abad ha transcurrido muy rápido en las pocas horas en las que se ha acercado al frente y ha circulado por el paisaje arrasado que el este de Ucrania está heredando de la guerra. “Habíamos parado en un monumento de una menorá (símbolo del judaísmo) a las afueras de Járkov, donde mataron a decenas de miles de judíos. Habían destrozado ese monumento esos que han venido aquí a desnazificar”.

La novelista ucrania Victoria Amelina, herida de gravedad ayer tras el bombardeo ruso en Kramatorsk (Ucrania). Victoria Amelina (Victoria Amelina EFE)

“Todo ha sido muy, muy loco”. Abad busca las palabras para tratar de dar con una explicación a la que ni siquiera logra acercarse. “Vivimos el estupor ante la barbarie de un país que puede tirar un misil, al parecer desde un avión, donde hay decenas y decenas de personas conversando y comiendo. Una vez más, la muerte se impone y lo que no nos esperábamos pasó. Casi no pude dormir y, cada kilómetro que pasa alejándome del infierno creado por los rusos en Donetsk, me siento más seguro”. “Este era un viaje testimonial y, de pronto, se ha convertido en un viaje trágico en el que nuestra colega Victoria Amelina está entre la vida y la muerte. Y nosotros, tristes y consternados, volvemos a donde podamos… A donde todo parece perfecto”.

Sergio Jaramillo, excomisionado de paz junto al escritor Héctor Abad Faciolince, en una estación en Ucrania.Cortesía

En su obra El olvido que seremos (llevada al cine por Fernando Trueba), Héctor Abad Faciolince aborda la muerte de su padre, reconocido doctor, catedrático y activista de derechos humanos, asesinado a manos de los paramilitares colombianos en 1987. La sombra del drama repetido navegó cuando el martes llamó a su familia para comunicar que estaba vivo tras el bombardeo. “Cuando avisé a mis hermanas me llamaron loco. ‘Te estás pareciendo a mi papá'. Esto no es ninguna locura lo que hicimos Sergio y yo aquí. Es venir aquí a expresar la solidaridad y a animarlos a que aguanten esta agresión espantosa”, explica. “Un amigo me dijo que ya no tengo edad para estos trotes y le dije que yo vi salir ensangrentados o muertos a jóvenes, mujeres… No hay edad para estos trotes. Es tremendo. Al contarlo me vuelve a doler la cabeza como si me fuera a reventar. Mis oídos zumban y pitan de un modo insoportable, y no sé si voy a volver a otra vez el rostro de Victoria entre esas risas de la cerveza”.

Aunque haya tenido que ser asomándose al abismo de la muerte, el escritor colombiano trae en su equipaje de vuelta algunas lecciones aprendidas. “Todo esto me confirma de un modo exagerado lo que ya sabía. No había que llegar tan lejos para conocer el abuso de una potencia más fuerte contra otra más débil. Lo he confirmado en mi carne, en la de Victoria, que ni siquiera iba a venir a Donetsk con nosotros. En la Feria del Libro le gustó mucho nuestra campaña y se unió. Pero esta es una ruleta en la que a uno le cae una esquirla y a otros, no. Es espantoso estar así, tener que vivir en un mundo en el que ocurren estas cosas, pero hay que dar testimonio y oponernos a ellas”.

Mientras el coche en el que Jaramillo y Abad avanzan por el asfalto de las planicies ucranias alejándoles de ese infierno, una ambulancia enfila desde Kramatorsk en dirección a Dnipró, ciudad en la que hay un hospital que cuenta con más medios. En ese vehículo viajan dos mujeres, una ilesa y otra muy grave. “La valiente Catalina va sosteniendo la mano de Victoria. Catalina es, de todos nosotros, el mayor ejemplo de valentía”.

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