Una foto para escenificar el deshielo entre China y EE UU
El encuentro del lunes entre Xi Jinping y Antony Blinken no buscaba ningún acuerdo concreto, sino espantar los rumores de una nueva guerra fría entre las dos superpotencias
El encuentro del lunes entre Xi Jinping y Antony Blinken en Pekín fue una carambola diplomática. Las relaciones entre China y Estados Unidos están en un momento tan tirante que ninguna de las partes se había atrevido a incluir el cara a cara en la agenda oficial, por si acaso. Pero al final el mandatario chino y el secretario de Estado estadounidense se vieron en el Gran Salón del Pueblo y los dos pudieron vender un titul...
El encuentro del lunes entre Xi Jinping y Antony Blinken en Pekín fue una carambola diplomática. Las relaciones entre China y Estados Unidos están en un momento tan tirante que ninguna de las partes se había atrevido a incluir el cara a cara en la agenda oficial, por si acaso. Pero al final el mandatario chino y el secretario de Estado estadounidense se vieron en el Gran Salón del Pueblo y los dos pudieron vender un titular.
En media hora larga despacharon poco. Los temas en profundidad —comercio, tecnología y seguridad regional— ya los había tratado Blinken con los dos hombres que perfilan las relaciones de China con el mundo: Qin Gang, el ministro de Exteriores, y sobre todo su jefe, Wang Yi, que asesora al presidente en política exterior dentro del Partido Comunista. Lo importante con Xi era hacerse la foto, escenificar el deshielo, espantar los rumores de una nueva guerra fría.
Para entender la importancia del acercamiento hay que pensar que la última visita de un secretario de Estado de EE UU a China fue la de Mike Pompeo en 2018. Entonces, Donald Trump era presidente y hablaba abiertamente de Pekín como amenaza existencial para la economía y la libertad de Occidente. Empezó una guerra de aranceles que fue desgastando la relación bilateral hasta la pandemia. Y entonces cambiaron las tornas para todos. China se cerró durante tres años por la política de covid cero y se convirtió en el mayor cuello de botella logístico del planeta. Occidente se dio cuenta de que, tal y como estaban planteadas las cadenas de suministro, los atascos en el puerto de Shanghái ponían su mercado interno patas arriba. Así que empezaron a hablar de nearshoring, es decir, de que las empresas estadounidenses harían bien en mover parte de la producción a países más cercanos. Por ejemplo, ensamblando sus productos en México en vez de en China, aunque les saliese un poco más caro, porque así eliminaban riesgos.
La rivalidad ha ido complicando el escenario. Desde hace años, Estados Unidos y China mantienen un pulso por la propiedad intelectual. Washington ha dejado de exportar al país asiático los microchips más avanzados. No quiere que se los copien. Algunos llaman a este nuevo giro de política comercial el friendshoring, integrar los procesos productivos no en función del coste sino de afinidades políticas. Es una producción más ineficiente, pero Estados Unidos está dispuesto a asumir ese exceso de coste porque produciendo en China transfiere tecnología. Y no quiere que Pekín aprenda a fabricar esos productos sofisticados. Es un conflicto de intereses.
Para China este cambio de modelo está siendo durísimo. Su economía sufrió mucho durante esos tres años de cierre y esperaba una remontada que no está llegando. El consumo se ha resentido, miles de negocios han cerrado y el paro juvenil está en máximos históricos. Que Estados Unidos abra un frente en el ámbito tecnológico supone para China un problema muy grave, ya que depende de los chips occidentales para luego ensamblarlos en los circuitos y terminar productos que luego exporta. Sin eso, no hay fábrica tecnológica del mundo. No hay teléfonos de Apple made in China. Por eso, una de las cuestiones que más le preocupaba aclarar con Blinken era si EE UU pretende desvincularse de ellos, si va hacia el famoso decoupling o desacoplamiento de las dos mayores potencias del planeta. La manera de salir del paso que ha encontrado Estados Unidos —y la Unión Europea también, por cierto— es insistir en que no quieren cortar, que eso además sería imposible con lo interconectadas que están las economías hoy, sino reducir riesgos.
China sabe que Estados Unidos la necesita, no solo como acreedor de su deuda. Aunque en términos políticos sigue mandando Washington. Wang Yi le pedía a Blinken “evitar la espiral descendente de la relación” y entre líneas le estaba pidiendo a la primera potencia del mundo que deje de apretar las tuercas. Washington ha forzado a los aliados de la OTAN, por ejemplo, a incluir a Pekín como un desafío en el Concepto Estratégico de la Alianza. También ha permitido visitas de políticos de primer nivel a Taiwán, el punto más sensible para el Partido Comunista. Y todo, aderezado con sanciones económicas. Por todo esto, Pekín necesita tender puentes. Como dice un proverbio chino, el que no puede ponerse de acuerdo con sus enemigos termina siendo controlado por ellos.
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