Estados Unidos revisa su pasado (y su presente) imperial
Una exposición en Washington y un libro del historiador Daniel Immerwahr ajustan cuentas con la conflictiva relación del país con sus colonias. “Es razonable pensar que Puerto Rico se convierta en un Estado en los próximos 15 años”, dice el autor
“La guerra”, dijo el cómico Jon Stewart, “es la forma que tiene Dios de enseñar geografía a los estadounidenses”. La cita, a veces mal atribuida a Ambrose Bierce o Mark Twain, le sirve al historiador Daniel Immerwahr, profesor de la Northwestern University, al norte de Chicago, para argumentar en su libro ...
“La guerra”, dijo el cómico Jon Stewart, “es la forma que tiene Dios de enseñar geografía a los estadounidenses”. La cita, a veces mal atribuida a Ambrose Bierce o Mark Twain, le sirve al historiador Daniel Immerwahr, profesor de la Northwestern University, al norte de Chicago, para argumentar en su libro Cómo ocultar un imperio (Capitán Swing) que la relación que tienen sus compatriotas con sus colonias (territorios, prefieren llamarlos) es al mismo tiempo causa y consecuencia de esa ignorancia. “Los estadounidenses”, aclaró a principios de mayo Immerwahr en una entrevista por videoconferencia, “siempre han cultivado el antiimperialismo; está en su mito fundacional, la independencia de los ingleses. Así que lo ignoran casi todo de sus posesiones de ultramar, del mismo modo que no saben colocar tantos países en el mapa. Es una ignorancia asentada en un privilegio. Si no tienes que saber cosas, si no estás obligado a pensar en el resto del mundo, es muy fácil no saberlas”.
Immerwahr repasa en su ensayo la historia imperial estadounidense como un drama en tres actos. Primero está la expansión hacia el Oeste y el genocidio de los nativos americanos, así como el mordisco tejano a México. “En esa primera parte, que concluye en 1854, el imperio no se oculta, sino que está a la vista de todos”, explica Immerwahr.
Después comienzan las aventuras de ultramar, con la anexión de decenas de islas deshabitadas en el Caribe y el Pacífico para asegurarse el suministro de guano para la agricultura; Alaska; la absorción en 1898 de los restos del imperio español (Filipinas, Puerto Rico y Guam); la suma de Hawái, la isla de Wake y Samoa Americana y, ya en 1917, las Islas Vírgenes de Estados Unidos. Como parte del debate instigado por el libro, la National Portrait Gallery de Washington se ha sumado a la reconsideración historiográfica con una interesante exposición, la “mejor y más atractiva organizada por la institución en una década”, según The Washington Post, sobre ese tiempo. Se titula 1898: Visiones y revisiones del imperio estadounidense y explora la historia de la colonización y sus consecuencias a partir de un año esencial, con la guerra con España de fondo.
La tercera fase llega al término de la II Guerra Mundial y es la más paradójica de las tres. En 1945, cuando la superficie del país había llegado a su apogeo y el “Gran Estados Unidos” albergaba unos 135 millones de personas fuera de la zona continental, Washington decidió soltar la mayoría de esos territorios en lugar de asegurárselos. Filipinas obtuvo su independencia, Puerto Rico se convirtió en Estado libre asociado ―estatus en el que aún se hallan sus habitantes, ciudadanos estadounidenses sin derecho a voto en las elecciones presidenciales― y Alaska y Hawái vencieron la resistencia racista y se convirtieron en Estados por derecho propio.
Ahí también empieza “otro tipo de imperialismo”: el económico, tecnológico y cultural, una “coca-colonización”, como la bautizaron en Francia, que llega hasta nuestros días, cuando Washington aún cuenta con 750 bases en 42 países. “En esa fase, que yo llamo de ‘imperio puntillista’, cuyo caso más paradigmático es Guam, fue muy importante esa presencia militar, de la que se sirvió Estados Unidos para extender su influencia por el planeta. Las quejas ante esa influencia ya empiezan a finales del siglo XIX, pero alcanzan su culmen en la posguerra con el lema ‘Yankees go home!’, un eslogan que hizo tanta fortuna que hasta los estadounidenses fueron conscientes de su existencia. Si se piensa bien, no dice ‘coged vuestras películas e idos de aquí’, sino que exige la retirada de los soldados”.
Más allá de esa pegadiza frase, “nada de todo eso”, escribe Immerwahr, ha dejado “mucha huella mental” en la historiografía nacional, ni, mucho menos, en el estadounidense de a pie, a cuya cabeza aún acude al pensar en su país el “mapa del logotipo”, como llamó el politólogo Benedict Anderson a la redonda silueta delimitada por Canadá, México, el Pacífico y el Atlántico. En el mejor de los casos, a este se añaden Alaska y Hawái, deformados por cuestiones de diseño, cuando entre las puntas más oriental y occidental de Alaska hay una longitud similar a la que separa las dos costas del continente.
Esos olvidos, considera el historiador, fueron casi siempre interesados. “A principios de siglo, la palabra que empieza por ‘c’ [colonias] se convirtió en un tabú”, escribe Immerwahr. El cambio lo marca la llegada de Woodrow Wilson a la Casa Blanca (1913-1921). “Creció en el Sur, tras la Guerra de Secesión, que consideraba que había sido conquistado por el Norte”, recordó durante la entrevista. “Escribió mucho contra la idea del imperio, sobre todo el británico, pero no vio el problema en que Estados Unidos ocupara durante 19 años Haití. Para él, había gente apta para el autogobierno, gente blanca, y otra que no lo era, así que sus ideas coloniales estaban teñidas por el racismo”.
En pocos momentos fue tan flagrante esa ocultación del imperio como tras el ataque a Pearl Harbour. Cualquier estadounidense recuerda el día, el 7 de diciembre de 1941, como “la fecha que vivirá en la infamia”, según la definición del presidente Franklin D. Roosevelt. Pocos fueron conscientes de que en esa jornada el Ejército japonés atacó, además de Hawái, Filipinas, Guam, y las islas de Midway y Wake, amén de otras colonias británicas. Immerwahr aporta en el libro el discurso tachado y rehecho de Roosevelt, que prefirió obviar el resto de territorios para evitar confusiones y centrarse en el mensaje de que la afrenta había sido en territorio estadounidense. Filipinas y Guam lo eran, pero ¿cuántos de sus compatriotas lo tenían presente?
Los habitantes de Filipinas, cuyo comandante en jefe era Roosevelt y sufrieron una ocupación de dos años, vivieron aquel olvido como una decepción. “En la guerra murieron más de un millón, lo cual desmonta la teoría de Estados Unidos como un colonizador benévolo, que fue mucho mejor para el archipiélago que España, porque construyó escuelas y contribuyó a su desarrollo económico”, cuenta el historiador. “El imperialismo es siempre una forma violenta de gobierno”.
Proximidad con China
¿Y Guam? Sigue siendo ese lugar olvidado en mitad del Pacífico al que los medios estadounidenses solo miran cuando, como hace un par de semanas, un ciclón arrasa con la isla o cuando ponen a trabajar a sus analistas geopolíticos: por su proximidad con China, podría ser el punto en el que estalle la III Guerra Mundial.
El caso de Puerto Rico se lleva una buena parte del ensayo de Immerwahr. “Hay dos fuerzas contrapuestas en esa historia: lo que los puertorriqueños querían y las intenciones de los legisladores estadounidenses, que nunca se inclinaron a considerarla parte de Estados Unidos, en gran parte porque eran diferentes étnicamente, pese a que muchos puertorriqueños se consideran blancos”, explica. “En clave interna, tampoco fue fácil. Tras la anexión, hubo un movimiento de élite que deseaba que la isla se convirtiera en Estado. Pero para los años treinta había emergido un movimiento independentista serio, que ya no es mayoritario, aunque sigue siendo culturalmente importante. Los puertorriqueños se han acostumbrado a vivir bajo Estados Unidos, pero con una cultura diferenciada de la continental, incluyendo el hecho de que hablan español”.
El historiador considera que el debate sobre Puerto Rico se ha colocado en un lugar más central desde que él empezó a escribir el libro, en 2010, pese a que muchos de sus compatriotas del continente, reconoce, “tienen ideas confusas sobre el tema y siguen viéndolos como extranjeros”. Eso está cambiando en parte gracias a exportaciones culturales recientes, como el cantante Bad Bunny. Otro punto de inflexión llegó con el huracán María en 2017. “Cuando Trump comenzó a comportarse de un modo arrogante con Puerto Rico, eso llamó la atención sobre la isla, como una manera de oponerse a sus políticas”, apunta Immerwahr.
“Por primera vez, según las encuestas, una mayoría, ciertamente corta, de ciudadanos de la isla estaría por la labor de convertirse en un Estado”, continúa. “Y hay un apoyo bipartidista a la idea. Siempre me ha sorprendido el escaso convencimiento demócrata, con todo, teniendo en cuenta que probablemente les convendría en las urnas. Es razonable pensar que Puerto Rico se convierta en un Estado en los próximos 15 años. Y creo que es razonable que esa campaña se desarrollara con la que podría acabar convirtiendo el Distrito de Columbia [que alberga Washington] en un Estado, del mismo modo que Alaska y Hawái lo consiguieron al mismo tiempo”.
Otro inesperado cambio desde que empezó a escribir su ensayo, aclara Immerwahr, fue la vuelta con la invasión rusa de Ucrania de la expansión imperial a la vieja usanza. ¿Y el cambio de actitud de China? “Podrían invadir Taiwán, pero no anticipo que vaya a pasar pronto. Pekín ha invertido mucho en otros tipos de expansión, como la iniciativa Belt and Road [conocida como La Nueva Ruta de la Seda] o la creación de islas artificiales en el mar de China Meridional. Es una forma de ganar territorio, pero sin arrebatárselo a nadie”.
Y entre tanto, Estados Unidos avanza en su declive imperial, opina el historiador. “En un sentido tradicional, no se está expandiendo, sino más bien contrayendo en número de bases militares. No veo ninguna anexión a la vista en el corto plazo y, en cambio, cabría imaginar que se desprenda de algún territorio. En un sentido más amplio, también hemos perdido poder en el escenario mundial. Aún tenemos la economía más grande y el Ejército más poderoso, pero todo eso está en proceso de debilitamiento. Hay dos maneras de tomárselo: como una mala noticia o considerando que un país mucho más poderoso que los demás no es bueno para el mundo. En lugar de verlo como un declive, podemos verlo como algo positivo para la democracia. Los politólogos opinan que es mejor que haya un polo claro que ejerza un papel de policía. Eso se contradice con la idea de que en los últimos 50 años hemos visto cómo Estados Unidos ha disminuido su poder mientras aumentaba la paz”.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.