Maria Ressa, una periodista contra el autoritarismo

La premio Nobel de la Paz en 2021 publica ‘Cómo luchar contra un dictador’, donde alerta de un ecosistema social basado en la mentira: “Hay gente y empresas que buscan manipular nuestras emociones, cambiar cómo pensamos o a quién votamos”

La periodista Maria Ressa, Nobel de La Paz en 2021, fotografiada en el Hotel de Las Letras de Madrid el 27 de febrero.Claudio Álvarez

Cuando Maria Ressa (59 años), premio Nobel de la Paz en 2021, comenzó a ejercer el periodismo, era una profesión que generaba confianza en la ciudadanía: “La sensación era que cumplía una misión esencial para la democracia”. “Ahora no. Como la democracia, el periodismo y los periodistas ―especialmente las mujeres― estamos bajo asedio”.

Nacida en Filipinas y criada y formada en Estados Unidos, Ressa lleva casi cuatro déadas siguiendo la actualidad y analizándola. Desde 2012, forma parte de ...

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Cuando Maria Ressa (59 años), premio Nobel de la Paz en 2021, comenzó a ejercer el periodismo, era una profesión que generaba confianza en la ciudadanía: “La sensación era que cumplía una misión esencial para la democracia”. “Ahora no. Como la democracia, el periodismo y los periodistas ―especialmente las mujeres― estamos bajo asedio”.

Nacida en Filipinas y criada y formada en Estados Unidos, Ressa lleva casi cuatro déadas siguiendo la actualidad y analizándola. Desde 2012, forma parte de Rappler, medio filipino de referencia, fundado por ella y otras tres mujeres: Cheche Lazaro, Marites Vitug y Nix Nolledo. Previamente, había trabajado en cadenas como la CNN, donde fue responsable de la oficina de Manila y después de la de Yakarta, ambas inauguradas por ella. “Me hice experta en historias locales que tenían o podían tener un impacto global. Lo que me obligó a ser consciente de lo que estaba pasando en mi país, o en otras zonas del Sudeste asiático, pero también a traducirlo para una audiencia global”, explica.

Esa visión le ha permitido identificar de manera temprana problemas que actualmente soliviantan a la sociedad. “Lo que pasa en Filipinas luego se replica en otros lugares del mundo”, avisa. “Siempre que EE UU es atacado de alguna manera, ha habido un ensayo previo, y exitoso, en Filipinas. Llevo 37 años como periodista y dos de las historias más relevantes que he tenido que cubrir ―el 11-S, el terrorismo islamista, y el uso de la desinformación para aupar a líderes autoritarios― ocurrieron en Filipinas antes de afectar al mundo entero”.

Ressa acaba de publicar Cómo luchar contra un dictador (Península), donde, hilvanando su vida, su trayectoria y la actualidad, alerta del socavamiento que sufren las democracias en el siglo XXI consecuencia de unas “insidiosas técnicas de manipulación”. Un ataque amparado por las empresas tecnológicas, especialmente las dedicadas a las redes sociales.

Aunque dedicó gran parte de su carrera a la televisión ―también fue vicepresidenta del canal filipino ABS-CBN―; hace 11 años Ressa pasó al ecosistema online con Rappler, que nació como medio nativo digital. Enseguida, comprobó el potencial de la Red: “Y casi desde el principio, el 85% de nuestro tráfico era vía móvil. Unas cifras a las que tardarían en llegar los medios del resto del mundo”.

Filipinas es un país que abrazó los móviles desde su advenimiento; incluso antes de que estuviesen conectados a internet. “Manila era la capital del mundo del SMS. En 1996, hubo unas protestas contra el entonces presidente Joseph Estrada, que se organizaron de esta manera”, recuerda. “Por otro lado, el país tiene unas instituciones débiles y la corrupción es endémica. Sin embargo, se crean profundas redes familiares y de amistad. De ahí que rápidamente las redes sociales se convirtieran en relevantes”, prosigue. Esa combinación de alto número de móviles per cápita y el valor dado a los círculos personales, hizo a los filipinos pioneros del modo de vida actual: “También nos convirtió en un blanco fácil; en un campo de prueba y testeo”.

En 2016, esa afirmación de Ressa quedó evidenciada. “Reparamos que en redes sociales se producían ataques furibundos cuando alguien criticaba al Gobierno de Rodrigo Duterte [presidente de Filipinas entre 2016 y 2022], especialmente si hablaba de su ‘guerra contra la droga”. El líder populista de extrema derecha radical aplicó medidas que acabaron con la muerte de miles de personas (la policía reconoce 6.000, pero hay recuentos, como el de Amnistía Internacional, que hablan de 27.000 víctimas). Desde Rappler, denunciaron esas prácticas asesinas. A partir de ese momento, por las investigaciones y repotajes publicados, Ressa comienza a ser perseguida por Duterte. Actualmente, aún tiene varias causas pendientes, penas de cárcel incluidas, y, aunque podría exiliarse, ha optado por quedarse en Filipinas y contratar a la abogada Amal Clooney para su defensa. “Odio esa persecución. Pero no creo que, como periodistas, tengamos otra opción. Quizás no es el mejor momento para ejercer el periodismo. Aunque, a la vez, por todo lo que está ocurriendo, es un buen momento periodístico para hacer cosas interesantes. Quizás hay que volver a los principios. El libro también habla de esto”.

“Se está polarizando la política y la sociedad en un proceso de radicalización; los algoritmos también radicalizan”, afirma Maria Ressa. Claudio Álvarez

Ressa explica que esos mensajes de odio que se usaron para aupar y defender en redes a Duterte eran “operaciones de desinformación”. Más tarde, descubriría que esa manipulación ya operaba, en menor medida, desde 2014, año de la ocupación por parte de Rusia de la península de Crimea. “Distribuyen odio porque es una emoción que mantiene a la gente enganchada y haciendo scroll”, agrega. “En California, en 2016, advertí a las compañías tecnológicas que lo que ocurría en Filipinas, iba a llegar a Estados Unidos y podía extenderse al mundo”. Así fue. El mismo año que ella denunciaba esas campañas de odio y manipulación, triunfó Duterte, se votó el Brexit, y Trump ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Un año después, fue el referéndum de Cataluña. “Se podía ver cómo esos bots rusos estaban influyendo en esas elecciones”, remarca. En todos esos procesos hubo campañas en redes sociales para influir en los resultados. Así, como posteriormente quedó demostrado, la empresa británica Cambridge Analytica manipuló a los votantes de Estados Unidos vía Facebook para polarizar el debate y que apoyasen a Trump. Ressa explica que un informante de Cambridge Analytica, Chris Wylie, afirmó posteriormente que este tipo de acciones, basadas en mentiras masivas, habían sido testadas previamente en Filipinas y Nigeria. “Asistimos a la conversión de Internet, de las redes sociales, en un arma”.

Buscan manipular nuestras emociones y cambiar cómo pensamos, cómo actuamos, o a quién votamos”, denuncia Ressa. Además, opina que fomentan el olvido y la sustitución de la realidad por hechos alternativos. “Sin hechos, no hay verdad; sin verdad, no hay confianza. Y sin confianza no hay una realidad compartida. Así, no puede haber elecciones íntegras, pues los votantes están siendo manipulados por el poder. Eso está ocurriendo en todo el mundo”, expone.

“Se está polarizando la política y la sociedad en un proceso de radicalización; los algoritmos también radicalizan”, alerta la periodista. Ilustra su afirmación hablando del algoritmo aglutinador de YouTube al que describe como creador primigenio de las bases de la extrema derecha radical estadounidense y de la conspiranoia, de manera automática y a base de recomendaciones de vídeos a los usuarios. “Algo parecido ocurrió con el bolsonarismo, que acabó en el poder”, apunta.

En este complejo proceso de degradación de la verdad que define, los medios de comunicación también han sido parte, pues entraron en la fiebre de las visitas, la viralidad y explotaron los contenidos emocionales. “¿Sabes cuál fue nuestra gran equivocación? Cuando los medios permitimos el botón de ‘compartir’ en nuestras páginas web; ahí cedimos a las redes sociales nuestra relación más directa: el trato con los lectores, con la sociedad. Además, dimos acceso a las empresas tecnológicas a datos, a información valiosa”.

Y ahora, ¿qué hacemos? “Creo que necesitamos educar a la ciudadanía en la relevancia de los hechos. También, aprobar legislación. Y, desde ya, redefinir lo que significa el compromiso cívico. Con respecto a los medios: las organizaciones de noticias tienen que trabajar con la sociedad civil, con la religión, con los académicos… Y hay que proteger el buen periodismo y a los periodistas buenos. Desde todos los ámbitos”, resume Ressa.

“No sé si funcionará”, apunta: ”En las últimas elecciones [filipinas], no fue suficiente”. La insidia tuvo sus frutos. Se refiere de la llegada a la presidencia en 2022 de Bongbong Marcos, hijo del que fue dictador entre 1965 y 1986, Ferdinand Marcos. La hija de Duterte, Sara, ostenta el cargo de vicepresidenta. La desinformación jugó un papel en su triunfo. Marcos Jr. está haciendo grandes esfuerzos por resignificar y reescribir la dictadura que impuso su padre: en lugar de una época de represión y autoritarismo, como fue; pretende que la ciudadanía la recuerde como si hubiese sido una era de prosperidad y paz.

Quizás por su experiencia de que lo que ocurre en Filipinas tiene potencial para contagiarse al mundo, Ressa se mantiene firme: “En el siglo XXI, necesitamos una visión y un marco democráticos de internet. Si no, corremos el riesgo de que [la esfera digital haga que] el mundo real se corrompa”.

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