Del asalto al bloqueo del Capitolio: dos años de crisis política en Estados Unidos

La legislatura comienza por segunda vez de forma accidentada con un Partido Republicano que no ha superado el trumpismo

Partidarios de Trump, durante la toma del Capitolio, el 6 de enero de 2021.Bonnie Jo Mount (The Washington Post / Getty)

“Ahora todos parecemos terroristas locales”. Hope Hicks, una asesora de Donald Trump en la Casa Blanca, se quejaba amargamente el 6 de enero de 2021 de la situación en que quedaban quienes trabajaban para el entonces presidente tras el asalto al Capitolio de ese día. El mensaje es uno de los muchos desvelados esta misma semana por la comisión de la Cámara de Representantes que ha investigado lo ocurrido aquel día. Todos los observadores de la política estado...

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“Ahora todos parecemos terroristas locales”. Hope Hicks, una asesora de Donald Trump en la Casa Blanca, se quejaba amargamente el 6 de enero de 2021 de la situación en que quedaban quienes trabajaban para el entonces presidente tras el asalto al Capitolio de ese día. El mensaje es uno de los muchos desvelados esta misma semana por la comisión de la Cámara de Representantes que ha investigado lo ocurrido aquel día. Todos los observadores de la política estadounidense vuelven a tener justo dos años después la mirada puesta en el Capitolio, donde la legislatura ha comenzado, una vez más, de forma accidentada —aunque no tanto— por la incapacidad de la mayoría republicana para elegir un presidente de la Cámara, lo que bloquea su funcionamiento.

Esta vez no hay violencia. Pero sí división, facciones, algo de bronca y algunos demócratas disfrutando con palomitas del espectáculo de las peleas internas de sus rivales en el Capitolio. Pero hay un hilo conductor que une lo sucedido hace dos años con el bloqueo actual: la disfunción de un Partido Republicano con tendencias extremistas e incapaz de aceptar de buen grado la derrota en las elecciones presidenciales de 2020 que ganó Joe Biden.

El asalto al Capitolio se produjo como consecuencia de la negativa de Trump a reconocer la victoria de Biden. Entre los correos electrónicos hechos públicos ahora hay uno en que un alto cargo de la Casa Blanca revela que Trump quería incluso utilizar “elecciones amañadas” como marca registrada. Los papeles de la comisión han mostrado que el expresidente era muy consciente de que había perdido, pero que estaba dispuesto a utilizar todos los resortes a su alcance para subvertir el resultado electoral y que presionó a su vicepresidente, Mike Pence, (al que la turba pedía colgar), para que rechazase certificar aquel 6 de enero en el Capitolio la victoria de su rival.

Ahora, los representantes republicanos que bloquean la elección de Kevin McCarthy como presidente de la Cámara de Representantes son negacionistas electorales, que comulgan y difunden esa mentira. El candidato de la mayoría republicana volvió a sufrir derrotas humillantes este jueves en sucesivas votaciones, pese a ofrecer nuevas concesiones a los miembros del ala más radical del partido que debilitarán su posición en caso de que llegue a ejercer el cargo.

Pruebas abrumadoras

En realidad, el resultado de las presidenciales de 2020 que cuestiona Trump ni siquiera fue ajustado. Biden ganó por más de siete millones de votos populares y por 306 a 232 votos electorales. Las pruebas de la derrota del expresidente son abrumadoras y cualquier intento de cuestionar el resultado se ha demostrado sin fundamento. El comportamiento antidemocrático de Trump y su papel como incitador del 6 de enero (que provocó su segundo proceso político, impeachment) habrían acabado con la carrera política de cualquiera. Pero, pese a todas las evidencias, el expresidente no solo se ha instalado en su bulo, sino que con él ha convencido a una mayoría de los votantes republicanos.

Trump, de hecho, se consolidó como líder del Partido Republicano y su papel fue decisivo como el de ningún otro en las primarias de 2022. Combatió, con alto grado de éxito, a los congresistas republicanos que habían votado a favor del impeachment. En algunos casos llegó a apoyar a candidatos tan extremistas que hasta los demócratas los respaldaron en las primarias republicanas... para luego derrotarlos a la hora de la verdad (en una estrategia exitosa para los del partido de Biden). Y se lanzó en campaña a una gira de mítines multitudinarios por todo el país con un discurso cada vez más extremista y antidemocrático. Ni las sesiones de la comisión de investigación del 6 de enero ni el registro por el FBI de su mansión de Mar-a-Lago (Florida) por los papeles secretos que se había llevado ilegalmente de la Casa Blanca parecían detenerle.

Trump proclamó que en las elecciones del 8 de noviembre pasado habría una “ola roja” republicana y empezó a preparar el terreno para el anuncio triunfal de su candidatura a las presidenciales de 2024 —que luego quedó deslucido—. Biden, mientras, hizo de la defensa de la democracia uno de los ejes de su campaña y decidió entrar al cuerpo a cuerpo contra Trump: “Durante mucho tiempo, nos hemos convencido de que la democracia estadounidense está garantizada. Pero no lo está. Tenemos que defenderla”, proclamó en tono solemne el pasado septiembre delante del Independence Hall de Filadelfia, donde se firmó en 1776 la Declaración de Independencia; y en 1787, la Constitución de Estados Unidos. “Donald Trump y los republicanos MAGA [las siglas del lema de Trump: Make America Great Again] representan el extremismo que amenaza los fundamentos mismos de nuestra república”.

Las encuestas decían que lo que preocupaba a los votantes era la inflación, pero Biden no cejó en su empeño y llamó a movilizarse: “Está en juego la propia democracia”, dijo tajante. Las encuestas tras las elecciones mostraron que los riesgos para la democracia tuvieron un peso mayor del que se anticipaba en el resultado electoral, que acabó siendo una decepción para Trump y la mayoría de los republicanos (la principal excepción fue Ron DeSantis, reelegido gobernador de Florida, que emerge como alternativa a Trump para las presidenciales de 2024).

En gran parte por el rechazo a los candidatos extremistas, los demócratas conservaron el control del Senado y los republicanos conquistaron la Cámara de Representantes con un margen mucho más estrecho de lo que habían anticipado (222 a 213 escaños), en los peores resultados en los últimos 20 años de un partido en la oposición en unas elecciones de mitad del mandato presidencial.

Los republicanos Kevin McCarthy (izquierda) y Andrew Clyde hablaban el jueves tras la séptima votación.Alex Brandon (AP)

La minoría impone a la mayoría

La paradoja es que esa precaria mayoría, debida en buena parte al repudio a los candidatos radicales, ha acabado situando a los ultraconservadores en una posición de fuerza. Su concurso es imprescindible para la elección de McCarthy como presidente de la Cámara de Representantes; y desde la minoría quieren imponer sus condiciones a la mayoría. Ya ni siquiera escuchan las llamadas al orden de Trump. Los votos de los rebeldes han provocado 11 derrotas consecutivas de McCarthy, algo nunca visto desde 1859. En la undécima, uno de los ultras republicanos, Matt Gaetz, propuso oficialmente la candidatura de Trump como speaker. Solo logró un voto y algunas carcajadas. La sesión se levantó hasta el mediodía de este viernes.

Ante la rebelión del ala dura del Partido Republicano, la Cámara de Representantes sigue sin poder empezar a funcionar en la nueva legislatura. La elección del speaker es el primer paso imprescindible para que los representantes juren su cargo y la Cámara se ponga en marcha, pero los diputados ultras han boicoteado la elección de McCarthy en 11 votaciones consecutivas, en un espectáculo inédito en los últimos 100 años. Sin un liderazgo efectivo, los republicanos están dando una imagen de división y caos que pone en cuestión su capacidad para gestionar su mayoría. Incluso si resulta finalmente elegido, se avecina una legislatura conflictiva y caótica, en la que las posibilidades de que se aprueben nuevas leyes son muy limitadas y hasta peligra la aprobación de medidas de gasto esenciales o hasta la imprescindible elevación del techo de deuda para que el Gobierno federal pueda seguir financiándose.

Las heridas del 6 de enero, mientras, siguen sin cerrarse. La comisión que investigó el asalto al Capitolio ha recomendado que se impida a Trump presentarse de nuevo a la presidencia y también votó por unanimidad acusarlo de cuatro delitos (incitación a la insurrección, obstrucción de un procedimiento oficial del Congreso, conspiración para difundir falsedades electorales e intento de fraude a Estados Unidos). Centenares de participantes en el asalto han sido juzgados y algunos (pendientes de que se concrete la sentencia) han sido declarados culpables de delitos que implican decenas de años de cárcel. Pero la gran cuestión abierta es si se procesará a Trump.

Adam Kinzinger, representante republicano del Congreso saliente, dejó claro en una entrevista en la CNN que debería ser juzgado: “Si no es culpable de ningún delito, entonces francamente temo por el futuro de este país”.

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