Más trumpistas que Trump: así continúa su cruzada el ala más extremista de los republicanos

El sector más radical del partido tiene un plan: controlar los niveles más bajos del poder para impulsar una revolución ultraconservadora que bebe de QAnon

Los representantes Louie Gohmert y Marjorie Taylor Greene, entre otros seguidores de Trump, rezan en la convención de America First Agenda, el martes en Washington.Drew Angerer (AFP)

Roger Stone suele decir que el día en que Joe Biden cruzó el umbral de la Casa Blanca convertido en presidente, se abrió una “puerta satánica” sobre la residencia; una puerta que “solo la oración logrará cerrar”. Es difícil saber si realmente cree eso que dice, pero está probado que lo repite constantemente, entre aplausos, a los asistentes a los mitines de la gira ReAwaken ...

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Roger Stone suele decir que el día en que Joe Biden cruzó el umbral de la Casa Blanca convertido en presidente, se abrió una “puerta satánica” sobre la residencia; una puerta que “solo la oración logrará cerrar”. Es difícil saber si realmente cree eso que dice, pero está probado que lo repite constantemente, entre aplausos, a los asistentes a los mitines de la gira ReAwaken America, que puso en marcha en abril de 2021 un tal Clay Clark, empresario de Tulsa (Oklahoma) y negacionista del coronavirus, después de sufrir una revelación a principios de 2020. Pidió ayuda a Dios, asegura, “para terminar con las cuarentenas, los toques de queda, los mandatos de vacunas y los cierres” que la pandemia trajo consigo, y obtuvo una respuesta: “Volver a despertar a Estados Unidos”.

Foto: Mandel Ngan | Vídeo: EPV

Stone es un veterano estratega republicano, que ha trabajado en campañas presidenciales desde los tiempos de Richard Nixon, y pertenece al ala más extrema de un partido que parece secuestrado por tipos como él. Hombres y mujeres que, desprovistos de máscaras y espoleados por el malestar de un país desgajado en dos, han lanzado sus candidaturas a todos los niveles en las primarias de las elecciones del próximo noviembre con discursos más trumpistas que los del propio Trump y con el apoyo, en muchas ocasiones, del mismo expresidente (y desigual fortuna, eso también). Stone, inventor del eslogan “Stop the Steal” (detengamos el robo electoral), es, por lo demás, uno de los aliados más cercanos del magnate, que estos días anda deshojando la margarita de si se volverá a presentar en 2024.

También lo es Michael Flynn, la otra gran estrella de los eventos de la gira del renacimiento estadounidense, 17 hasta la fecha, celebrados, de California a Ohio, con las entradas vendidas (a 250 dólares cada una). Flynn es un general de tres estrellas retirado al que echaron en 2014 el cargo de director de la Agencia de Defensa de Inteligencia, fue nombrado consejero de Seguridad Nacional con Trump y tuvo que dimitir en 2017 por su implicación en la trama rusa porque mintió demasiado incluso para los estándares de aquella Administración. Hoy es todo un referente en los círculos de la conspiranoia de extrema derecha QAnon por su defensa de teorías peregrinas, como que el coronavirus lo inventaron para inocular en la población microchips diseñados para controlarla, que las élites de izquierda raptan niños para extraerles la sangre y obtener una droga llamada adrenocromo con su supuesta promesa de inmortalidad o que Italia empleó satélites militares para favorecer el triunfo del presidente Joe Biden en 2020.

A Flynn y Stone los une además otra cosa: ambos fueron indultados por el que fue su jefe de delitos relacionados con la mentira en los estertores de su mandato. Fue más o menos en la misma época en la que participaron en los hechos que ahora investiga el comité del Congreso del 6 de enero.

A Stone lo vinculan con la milicia radical Proud Boys (y especialmente con su líder, Enrique Tarrio, acusado de conspiración sediciosa por lo que hizo durante la insurrección), mientras que a Flynn lo sitúan en el centro de una reunión celebrada el 18 de diciembre en el Despacho Oval, que opta seriamente al título de “la más desquiciada de la era Trump”. En ella defendió que “Venezuela, China e Irán” se habían entrometido en las elecciones de noviembre de 2020 o que “unos termostatos de la marca Nest conectados a Internet” habían alterado las papeletas. Esa reunión, en la que casi acaba nombrada fiscal especial para investigar acusaciones de fraude electoral una siniestra abogada de Flynn llamada Sidney Powell, protagonizó una de las sesiones más sonadas de la comisión que investiga la insurrección.

En un perfil de Flynn publicado recientemente por la revista Atlantic, un texto en el que algunos de sus viejos camaradas de la vida castrense deslizan dudas sobre su salud mental, Steve Bannon, gran Rasputín del populismo estadounidense, declara: “Creo que Mike [Flynn] bien podría estar en la lista de candidatos a vicepresidente en 2024. Y si el presidente [Trump] no se postula, creo firmemente que Mike se postulará”.

Bannon, condenado el viernes pasado por una falta leve por negarse a colaborar en la investigación del Congreso, se precia de hacer creer cualquier cosa a los oyentes de su programa War Room (híbrido entre podcast y emisión televisiva de exiguo presupuesto). Desde ese púlpito, que graba en un sótano de Washington, el antiguo asesor de Trump promueve a muchos de esos candidatos como parte de un esquema declarado de poner patas arriba el país a base de controlar con creyentes en las teorías más salvajes de la extrema derecha los niveles más básicos del poder en Estados Unidos, desde los funcionarios electorales o los secretarios de Estado a las juntas escolares o los ayudantes de fiscal general. Todo ello forma parte de algo que Bannon ha bautizado como Precint Strategy, y que alienta a “ciudadanos comprometidos” a dar un paso al frente por su país y luchar contra los radicales demócratas y “los republicanos secuestrados por el sistema”.

Expertos de laboratorios de análisis especializados en elecciones alertan del peligro de que el control de la certificación de los resultados acabe en manos de creyentes de la teoría de que los demócratas subvirtieron la cita de 2020. Como han demostrado las sesiones del 6 de enero, la sanción de aquel triunfo (legitimado en 61 de las 62 causas judiciales abiertas desde entonces) fue posible gracias a la resistencia de un puñado de funcionarios que no cedieron a las presiones de Trump y los suyos. Pese a lo cual, dos terceras partes del electorado republicano siguen creyendo hoy que algo huele a chamusquina en los comicios que llevaron a Biden a la Casa Blanca.

En un país en el que la mayoría de lo ciudadanos cree que el Gobierno de Estados Unidos es corrupto y casi un tercio dice que pronto será necesario tomar las armas contra él, según una encuesta dada a conocer esta semana por el Instituto de Política de la Universidad de Chicago, prende la retórica de algunos de esos candidatos extremistas. A veces lo hace incluso con la ayuda del Partido Demócrata, que está desplegando una táctica ciertamente arriesgada (y rayana en el juego sucio) en estas primarias: financiar las campañas de sus contrincantes republicanos más demenciales para lograr que quienes acaben en la disputa final espanten a los votantes moderados. Así lo han hecho, por ejemplo, en Misuri, Maryland o Illinois.

Donald Trump, durante un discurso en Washington, este martes.Andrew Harnik (AP)

Y el caso es que podría funcionar: según un análisis de The New York Times, hay 37 candidatos al Congreso que apoyan teorías próximas a QAnon. De ellos, 26 ya han sido apeados de las primarias. Y entre los 11 restantes, ocho lo tienen crudo, uno está empatado con su oponente demócrata, y dos, Lauren Boebert (Colorado) y Marjorie Taylor Greene (Georgia), auténticas celebridades del trumpismo (mucho) más allá de Trump, llevan las de ganar en noviembre. Según Mike Rothschild, autor de The Storm is Upon Us: How QAnon Became a Movement, Cult and Conspiracy Theory of Everyting (La tormenta está sobre nuestras cabezas: cómo QAnon se convirtió en un movimiento, culto y teoría de la conspiración de todo) lo que de momento han logrado sus promotores es que calen algunas de sus ideas, como que la elección de 2020 fue un robo o que los demócratas están influyendo peligrosamente a los niños con su educación sexual progresista, que, de facto, los convierte en víctimas propiciatorias de los pedófilos.

De momento, Trump y sus aliados no parecen incómodos por ser acusados de radicales. Hasta han sido capaces de darle la vuelta a uno de los marchamos que el equipo de Biden quiso emplear en su contra, cuando dijo el pasado mayo, tras meses de estudio en busca de una etiqueta propicia, que sus candidatos eran “ultra MAGA” (por las siglas de Make America Great Again, el eslogan favorito del expresidente, que adorna decenas de miles de gorras rojas por todo el país). Cuando Trump lo escuchó por primera vez pensó que lo mejor era apropiarse del sello. Así que en los correos electrónicos con los que inunda las bandejas de entrada de cualquiera que se haya asomado a su mundo, su equipo de propaganda pide que todos se sumen al “movimiento ultra MAGA”. No solo eso: a los más comprometidos los agasaja llamándolos “reyes ultra MAGA”.

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