Los avances nucleares de Irán añaden urgencia a sus negociaciones con EE UU

La falta de progresos tangibles en las conversaciones indirectas entre los viejos enemigos hace temer que se pierda el tren de la diplomacia

Encuentro el pasado 27 de diciembre durante la última ronda negociadora en VienaHANDOUT (AFP)

Después de ocho rondas negociadoras, Irán y Estados Unidos han acabado 2021 sin haber sido capaces de reactivar el acuerdo que puso coto al programa nuclear iraní. Las posturas de ambos están tan distantes que ni siquiera se sientan a la misma mesa en Viena (Austria), donde se celebran las conversaciones con la mediación de la UE y los otros países firmantes del ...

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Después de ocho rondas negociadoras, Irán y Estados Unidos han acabado 2021 sin haber sido capaces de reactivar el acuerdo que puso coto al programa nuclear iraní. Las posturas de ambos están tan distantes que ni siquiera se sientan a la misma mesa en Viena (Austria), donde se celebran las conversaciones con la mediación de la UE y los otros países firmantes del pacto abandonado por la Administración de Donald Trump hace tres años. Numerosos analistas alertan de que no hay alternativa a la vía diplomática porque recurrir a la acción militar sería un desastre para ambos. El problema es que el tiempo apremia.

Al poco de iniciarse la octava ronda el pasado lunes, el ministro iraní de Exteriores, Hossein Amirabdollahian, dio a entender que se estaba avanzando. “Las conversaciones de Viena van en la buena dirección”, declaró a los periodistas antes de manifestar que el acuerdo dependía de la “buena fe” de la otra parte. Sin embargo, el negociador estadounidense, Rob Malley, ha asegurado que apenas quedan “unas semanas” para avivar el acuerdo si Irán continúa con su actual ritmo de actividades nucleares.

No está claro si el tono positivo de Amirabdollahian busca evitar que se responsabilice a Irán de una eventual ruptura del diálogo, o intenta enviar una señal de mayor flexibilidad ante la impaciencia de estadounidenses y europeos. Para estos, el desarrollo del programa iraní amenaza con dejar sin sentido el Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC), el nombre oficial del pacto, que Joe Biden ha tratado de recuperar desde que llegó a la Casa Blanca en enero de 2021.

El progreso logrado en la primera mitad del año pasado quedó interrumpido con la elección del ultraconservador Ebrahim Raisí como presidente de Irán. La formación de un nuevo equipo negociador retrasó la vuelta a Viena hasta finales de noviembre. Desde entonces, los avances han sido imperceptibles, algo que tanto los funcionarios estadounidenses como europeos atribuyen a que el nuevo Gobierno ha rechazado los compromisos alcanzados por su predecesor, Hasan Rohaní.

La periodista iranoestadounidense Negar Mortazavi, autora de un podcast titulado Irán, admite que los nuevos gobernantes iraníes tienen “una postura más dura hacia Occidente, especialmente Estados Unidos, y también respecto a las negociaciones nucleares”. Para los conservadores, la decisión de Trump confirmó su recelo hacia cualquier compromiso con aquel país. Aun así, defiende que “quieren un acuerdo, y prefieren el PIAC [a otra alternativa], porque traerá alivio de las sanciones, la economía iraní está bajo mucha presión y para mejorarla, no hay otra forma”.

El problema es que las posiciones de partida de unos y otros son muy distantes. Teherán insiste en que se levanten todas las sanciones antes de frenar su actividad nuclear y quiere garantías de que un futuro presidente de EE UU no volverá a renegar del pacto. Mientras, Washington, bajo su exigencia de “cumplimiento por cumplimiento”, lo que quiere, según explica a EL PAÍS el analista político Ali Ahmadi, es que “Irán dé marcha atrás a los avances tecnológicos que ha hecho” desde que Trump se retiró del PIAC e impuso durísimas sanciones a Irán.

La República Islámica respondió a esa política de “máxima presión” acelerando de forma significativa su programa atómico. Su calculado goteo de violaciones ha esquivado hasta ahora la denuncia del resto de los firmantes del PIAC (China, Rusia, Reino Unido, Francia, Alemania y la UE) ante el Consejo de Seguridad de la ONU, pero ha ido vaciando de contenido el acuerdo.

Según los últimos informes del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) —encargado de supervisar el cumplimiento técnico del acuerdo—, Teherán regresó a la mesa de negociaciones el pasado noviembre con 11 veces más de uranio enriquecido de lo permitido. Además, buena parte de ese combustible alcanza hasta el 60% de pureza, un grado muy por encima del 3,67% que le autorizaba el pacto y más cerca del 90% que se requiere para un eventual uso militar. El plazo para que Irán disponga de suficiente uranio enriquecido para una bomba atómica se ha reducido de un año a uno o dos meses.

De ahí el temor de los expertos a que la crisis nuclear que el PIAC trataba de evitar se haga realidad a principios de 2022. Algo distinto es la capacidad o la voluntad de convertir ese material en un arma. El director general del OIEA, Rafael Mariano Grossi, ha declarado que no tiene “ninguna información de que Irán cuente con un programa de armas nucleares o alguna actividad que lleve a un programa de armas nucleares”. Los dirigentes iraníes siempre han negado que sus ambiciones nucleares, que preceden a la fundación de la República Islámica en 1979, tuvieran objetivo militar.

Mortazavi reconoce que “la brecha es grande”, pero estima que “ambas partes son serias sobre querer la diplomacia y alcanzar un acuerdo”. En su opinión, la diferencia estriba en que Estados Unidos abandonó el acuerdo por completo, mientras que Irán “tardó un año en responder” y “no se ha salido del todo”. De ahí que considere que, si bien el pacto firmado en 2015 se mantiene “con respiración asistida”, todavía no está muerto.

La periodista insiste en la necesidad de que ambos hagan concesiones. Pero la desconfianza recíproca dificulta el primer paso. Tampoco ayuda la imagen distorsionada que cada uno tiene del otro. Estados Unidos sigue esperando que la presión económica fuerce la determinación de Teherán, mientras que los dirigentes iraníes han interpretado la retirada norteamericana de Afganistán como una prueba de que Washington no tiene estómago para una nueva guerra en Oriente Próximo. Ese empecinamiento en imponerse al otro bloquea cualquier salida.

Para Ahmadi, lo que hace que, a pesar de todo, Irán y EE UU “sigan negociando es que no hay una alternativa real al PIAC para ninguna de las partes”. Mortazavi coincide. “La alternativa a una solución diplomática será más costosa y peligrosa, ya que probablemente incluirá una escalada militar dañina tanto para Irán como para Estados Unidos, y otros países de Oriente Próximo”, asegura.

Según Ahmadi, Estados Unidos “hace mucho que sabe que los ataques militares solo retrasarán el programa y, al mismo tiempo, probablemente convenzan a Irán de que necesita una disuasión nuclear y que la política de máxima presión ha fracasado”. Por otra parte, Irán necesita que se levanten las sanciones para reavivar su economía. “Incluso sus lazos con China dependen de que las empresas chinas sepan que no van a ser sancionadas”, afirma el analista.

De esa necesidad dice mucho el hecho de que, durante la última ronda de negociaciones, Irán pidiera que se le permita vender petróleo en los mercados internacionales. Para obtener el visto bueno de EE UU, tendría que parar su programa atómico. No obstante, Ali Fathollah-Nejad, autor de Iran in an Emerging New World Order (Irán en un nuevo orden mundial emergente, sin publicar en español) advierte que “incluso en ese caso, persistirán las dudas sobre el uso por Teherán de este dinero del petróleo; muchos temen que lo utilice para alimentar sus controvertidas políticas en la región y sus estructuras autoritarias dentro del país, en lugar de para beneficio de los iraníes de a pie”.

De momento una de las medidas que se han puesto sobre la mesa para acercar posiciones sea un entendimiento para que Irán congele su actividad nuclear a los niveles actuales a cambio de algunos beneficios económicos. Pero sea cual sea el resultado de las negociaciones, la investigación y el desarrollo que Teherán ha obtenido durante los dos últimos años es irreversible.

Detenciones controvertidas

Coincidiendo con el inicio de la octava ronda de las negociaciones nucleares, la familia de Benjamin Brière, un francés encarcelado en Irán, anunció el pasado lunes que este había iniciado una huelga de hambre para protestar contra sus condiciones de detención. Brière, de 36 años, fue arrestado en un parque natural del norte del país en mayo de 2020 y acusado de espionaje y propaganda contra el régimen iraní por “fotografiar zonas prohibidas”, algo que su familia rechaza.

Al menos una docena de ciudadanos con pasaportes occidentales, la mayoría binacionales, se encuentran detenidos en Irán. Varios grupos internacionales de derechos humanos consideran que se trata de una forma de presión para obtener concesiones. Al hilo de la huelga de hambre de Brière, algunos activistas recuerdan que todos los países democráticos que negocian con Teherán en Viena tienen algún ciudadano en esa situación. Tal es el caso de Nazanin Zaghari-Ratcliffe, Anush Ashuri y Morad Tahbaz (irano-británicos); Nahid Taghavi y Jamshid Sharmahd (irano-alemanes), y los irano-franceses Fariba Adelkhah y Nazak Afshar. Incuso el país anfitrión de las conversaciones, Austria, cuenta con los casos de Kamran Ghaderi y Massud Mossaheb. Pero Irán no reconoce segundas nacionalidades. 

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