Dos días de hace 20 años que aún agitan el mundo

La entrada de China en la OMC y la salida de EE UU del tratado antimisiles balísticos, el 11 y el 13 de diciembre de 2001, marcan el conflicto entre potencias

Empleados montan circuitos en una cadena de montaje en la provincia china de ZhejiangVCG (VCG via Getty Images)

El 11 de septiembre de 2001 es uno de los contados días de la historia que quedan grabados en la memoria de una generación entera a escala global. No tantos recordarán en cambio otros dos días de ese mismo año en los que, con pocas horas de distancia, se produjeron acontecimientos que generaron consecuencias de un calado enorme. Hace 20 años, el 11 de diciembre de 2001, ...

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El 11 de septiembre de 2001 es uno de los contados días de la historia que quedan grabados en la memoria de una generación entera a escala global. No tantos recordarán en cambio otros dos días de ese mismo año en los que, con pocas horas de distancia, se produjeron acontecimientos que generaron consecuencias de un calado enorme. Hace 20 años, el 11 de diciembre de 2001, China entró en la Organización Mundial del Comercio (OMC); el 13 de diciembre, la Administración de George Bush anunció su decisión de retirarse del Tratado antimisiles balísticos (ABM, por sus siglas en inglés). Ambos hechos han desencadenado dinámicas que marcan a fondo el mundo actual.

“La integración de China en el sistema económico mundial fue un desarrollo monumental, con consecuencias trascendentales tanto para la propia China como para el resto del mundo”, comenta en conversación telefónica Mikko Huotari, director ejecutivo del Instituto Mercator para Estudios sobre China. Tan trascendentales que son un elemento central de los actuales equilibrios de potencias y de algunas de las fricciones estratégicas más vibrantes.

En términos muy sintéticos, puede observarse que, en estos 20 años, China ha pasado de ser la sexta mayor economía del mundo a la segunda; su PIB se ha multiplicado por once, mientras la inversión extranjera directa, por cuatro, según datos de Bloomberg. Su comercio exterior se ha multiplicado por nueve y multitudes de chinos han salido de la pobreza. La entrada en la OMC ha jugado un papel muy significativo en este espectacular ascenso.

En el resto del mundo, los consumidores se han beneficiado de productos más baratos gracias a la potencia manufacturera del gigante asiático; y empresas de países desarrollados mejorar su penetración en ese mercado, en algunos casos con considerables beneficios. Pero, en paralelo, millones de empleos manufactureros han quedado volatilizados en Occidente; China ha aplicado muy cuestionables políticas con respecto a la transferencia de tecnología e inyectado descomunales subsidios a sectores industriales estratégicos propiciando un polémico desnivel competitivo.

“En balance, China ha sido un miembro de la OMC que en gran medida ha cumplido con sus compromisos”, comenta Huotari. “En conjunto hay un saldo positivo en su integración. Sin embargo, hay algunos grandes peros. China no ha cambiado de la manera que se esperaba. Y el sistema de la OMC tiene aspectos frágiles. Las cuestiones de subsidios o propiedad intelectual destacan entre los flancos débiles. Otro asunto espinoso es el de las licitaciones. Todo esto ha generado unas distorsiones del mercado que son el desafío que encaramos ahora”, apunta.

Desde la guerra comercial que desató Trump hasta los esfuerzos de la UE para sellar un nuevo tratado de inversiones, estas fricciones se hallan en el mismo corazón del orden mundial actual. La tensión es elevada, los intereses inconmensurables, y algunos hablan de una nueva Guerra Fría. Pero hay una diferencia de fondo sustancial con el Telón de Acero, que reside precisamente en eso: la imbricación económica absoluta entre Occidente y China, cosa que no se producía con la URSS.

Hay políticos y analistas que creen que fue un error dejar entrar a China tan pronto y sin mejores garantías; pero, llegados a este punto, pocos defienden la idea de un desacople radical. Las empresas, de hecho, en medio de las dificultades de las cadenas de suministro tratan de reducir su dependencia y mejorar su resiliencia, pero no lo hacen prescindiendo de la manufactura china, sino añadiendo a esa otras vías prudenciales de abastecimiento.

Relaciones militares

La retirada de Estados Unidos del tratado ABM es un desarrollo de características muy diferentes. No implicó un impacto directo en la vida de multitud de consumidores y trabajadores, pero también ha tenido unas consecuencias trascendentales que han alterado el curso de las relaciones militares, algo que se percibe hoy con agudeza.

“Ha conducido a cambios muy significativos. Desde entonces se han desarrollado toda una serie de sistemas armamentísticos diseñados para superar defensas antimisiles”, dice, también en conversación telefónica, Petr Topychkanow, investigador experto en la materia del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (Sipri).

El ABM era un tratado entre EE UU y Rusia que limitaba el número de emplazamientos de defensas antibalísticas, el número de interceptores y toda una serie de actividades de desarrollo en esta área. Se firmó en 1972, y la lógica era que, con defensas limitadas, se reduciría el estímulo a una carrera armamentísticas. Cuanto más defensa, más necesidad de sortearla para mantener un poder de disuasión. Si la defensa es limitada, el impulso a amasar armas es menor.

“Vivimos en un mundo diferente”, dijo Bush en 2001 cuando anunció su decisión. “He llegado a la conclusión de que este tratado merma las capacidades de nuestro Gobierno de defender a nuestros ciudadanos de futuros ataques misilísticos de Estados canalla o terroristas. No puedo permitir que un acuerdo limite nuestra eficacia de defensa”, apuntó, asegurando que la acción no iba dirigida contra Rusia.

No se lo tomaron así en Moscú. En más de una ocasión Putin ha señalado que esa decisión fue la que le espoleó a invertir vigorosamente en una nueva generación de armas que pudiesen sortear los avances en la capacidad de intercepción de Washington. Después de un discurso ante el Parlamento ruso en 2018, en el que habló de una serie de significativos desarrollos armamentísticos, Vladímir Putin dijo: “desde mi punto de vista, aquellos que hablan del lanzamiento de una nueva Guerra Fría no son analistas, simplemente hacen propaganda. Si, en cambio, se habla de carrera armamentística, esa comenzó cuando EE UU se retiró del Tratado ABM”.

“La cuestión es que las consecuencias de aquella decisión han trascendido la relación bilateral Washington-Moscú. No solo el Kremlin ha respondido desarrollando toda una serie de armas. También Pekín observó todo aquello y tomó nota. China no era parte del pacto, pero la existencia de esos límites sobre las dos grandes potencias militares de entonces marcaba su cálculo estratégico. Desaparecido el límite, Pekín readecuó su cálculo”. En esa óptica, también, pueden leerse los recientes experimentos con armas hipersónicas muy desarrolladas, o los informes del Pentágono que apuntan a la intención china de potenciar con fuerza su arsenal nuclear.

En retrospectiva, los grandes vectores de nuestro mundo multipolar, inestable, agresivamente competitivo y desatado de instituciones y regulaciones eficaces que lo embriden tienen dos de sus raíces más importantes en dos días números primos de hace 20 años.

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