Biden escenifica su acercamiento a una Europa reticente por la era Trump

El presidente de EE UU llega a Bruselas para asistir a la cumbre de la OTAN y mantener su primera cumbre bilateral con los líderes de la Unión Europea

La reina Isabel II saluda al presidente Biden y su esposa Jill en el Castillo de Windsor, al oeste de Londres el 13 de junio. En vídeo, el mandatario estadounidense en rueda de prensa tras la reunión con los líderes del G7.Vídeo: MATT DUNHAM / AP | REUTERS

Bruselas acoge este lunes la primera visita de Joe Biden como presidente de Estados Unidos con una expectación como no se recordaba desde el aterrizaje de Barack Obama en las pistas comunitarias en 2014. El estadounidense, que el lunes asiste a la cumbre de la OTAN y el martes a la cumbre bilateral UE-EE UU, se encontrará un Viejo Continente bastante desconcertado por su inesperado ímpetu político y escamado por los vaivenes geoestratégicos de la Casa Blanca tras el paso de Donald Trump....

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Bruselas acoge este lunes la primera visita de Joe Biden como presidente de Estados Unidos con una expectación como no se recordaba desde el aterrizaje de Barack Obama en las pistas comunitarias en 2014. El estadounidense, que el lunes asiste a la cumbre de la OTAN y el martes a la cumbre bilateral UE-EE UU, se encontrará un Viejo Continente bastante desconcertado por su inesperado ímpetu político y escamado por los vaivenes geoestratégicos de la Casa Blanca tras el paso de Donald Trump. La cita de la OTAN estará marcada por la resistencia de los aliados europeos a embarcarse en una guerra fría contra China como pretende Washington. El encuentro con la UE aspira a poner fin a las guerras comerciales desencadenadas por Donald Trump y a consolidar un eje transatlántico frente a la beligerancia de Vladímir Putin.

La visita de Obama se produjo durante el segundo mandato de un presidente de mediana edad y balsámico para el orden internacional. A Europa llega ahora un septuagenario recién elegido que en los primeros meses en el poder ha desbordado la capacidad de reacción de los líderes europeos, que a duras penas pueden seguir las continuas iniciativas de Biden en política exterior, económica, sanitaria o fiscal.

“Nos ha pasado por la izquierda varias veces en estos primeros meses de su mandato”, concede un alto cargo europeo, en alusión a las posiciones de Washington en asuntos como la violencia de Israel en Gaza, la fiscalidad de las empresas o el debate de las patentes sobre las vacunas contra la covid-19. Incluso en la vigilancia del Estado de derecho dentro de la UE: Washington acaba de imponer sanciones por casos de corrupción política a Bulgaria, socio del club comunitario desde 2007, mientras Bruselas se ve incapaz de disciplinar a otros socios como Hungría, Polonia o Eslovenia.

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El desconcierto de los socios europeos se puso de manifiesto durante la última cumbre de la UE (24 y 25 de mayo). Algunos primeros ministros, según fuentes diplomáticas, expresaron su resquemor por el intento de Biden de asumir un liderazgo moral en la lucha global contra la pandemia mientras mantenía bloqueada la exportación de vacunas. Y, sobre todo, lamentaron las continuas iniciativas unilaterales de un presidente de EE UU que parece dar por descontado el respaldo europeo.

“Los contornos de la política europea de Biden todavía no están claros”, apunta Rosa Balfour, directora del centro de estudios Carnegie Europe, durante un encuentro virtual con varios medios internacionales celebrado el pasado miércoles. Balfour señala que “en Bruselas todavía no hay claridad sobre qué espera Washington de la UE más allá de un fuerte compromiso sobre China”.

El presidente de EE UU giró de repente su posición sobre la propiedad intelectual de las vacunas contra la covid-19 y se desmarcó de la UE para alinearse en la Organización Mundial de Comercio con los partidarios de suspender las patentes. Biden ha mantenido, además, decisiones unilaterales de Trump como la retirada de tropas de Afganistán (solo aplazada de mayo a septiembre) o el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Y anunció sin previo aviso, según fuentes europeas, su reunión en Ginebra con el presidente ruso, Vladímir Putin, una cita de indudable repercusión para la seguridad del Viejo Continente.

El auge de China

Xi Jinping planea sobre toda esta visita de Biden a Bruselas, pero también Vladímir Putin. Daniel Hamilton, director del Programa Global Europeo del Wilson Center, uno de los centros de pensamiento de referencia de Washington, se refirió esta semana ―en una mesa redonda sobre este viaje― a la ola de ciberataques sufridos en Estados Unidos recientemente, tanto actos contra agencias públicas atribuidos al Kremlin como los perpetrados por cibercriminales que buscan recompensa. “Esta es una dimensión de la seguridad en la que la Alianza [Atlántica] no ha hecho tanto como podría hasta ahora y creo que les va a pedir [a sus miembros] que hagan más”.

Luis Simón, director de la oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas, añade que “EE UU busca fórmulas de implicar a la OTAN en el debate sobre el posible impacto estratégico del auge chino”. Para Washington, que ha acuñado el término “competición extrema” para referirse al gran rival asiático, “China es la única potencia que puede desafiar de manera sostenida el orden internacional”, según Simón.

Pero fuentes europeas insisten en la necesidad de “mantener un planteamiento equilibrado en la relación con China”. Bruselas organiza su relación con Pekín sobre la base de un triple eje: como socio comercial, como competidor económico y como rival sistémico.

Simón prevé que no será fácil encontrar el punto de consenso entre las dos orillas del Atlántico porque “muchos aliados europeos consideran que el auge de China no es un tema para la Alianza, dado su carácter militar y su priorización de la región euroatlántica”.

La UE, además, duda sobre la perdurabilidad de la era Biden a la vista del resultado electoral de 2020 y del intento de insurrección de los partidarios de Trump que cristalizó en el asalto al Capitolio en enero de este año. “EE UU ha sido, es y será el aliado y socio esencial de la UE con independencia de quién esté en la Casa Blanca”, apunta una fuente comunitaria. Pero la misma fuente precisa que esa estrecha alianza está supeditada “a que ambas partes sigan siendo democracias que comparten los mismos valores fundamentales”.

El martes Biden asistirá a la cumbre con la Unión Europea, representada por el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Sobre la mesa, algunas disputas comerciales entre Washington y Bruselas que deberán resolverse para que esta entente de democracias liberales que el estadounidense ansía pise sobre terreno firme.

La nueva Administración estadounidense todavía no ha designado a sus embajadores permanentes ante la UE y la OTAN, dos puestos clave para canalizar las relaciones de la Casa Blanca con ambas instituciones. Trump tardó varios meses en cubrir ambas plazas, una dilación que en Bruselas se interpretó como falta de interés por las relaciones transatlánticas. No es el caso de Biden, cuyo interés por colaborar con Europa parece evidente aunque no haya concretado todavía cómo.

Bruselas y Washington esperan poner fin a las guerras comerciales de los últimos años

Biden ha tenido el gesto de incluir la visita a Bruselas en su primera gira europea, a diferencia de Obama que ninguneó las relaciones con el Viejo Continente y, en particular, con la UE, durante sus primeros años en la Casa Blanca. El actual presidente llega además en son de paz y concordia transatlántica, a diferencia de su predecesor, Donald Trump.

Trump cultivó con esmero y algo de saña la confrontación con los socios de la UE y los desplantes a los aliados de la OTAN, una organización cuya supervivencia llegó a poner en duda. El líder europeo que mejor resumió qué podía hacer la UE con Donald Trump fue el francés Emmanuel Macron en la víspera de la cumbre del G-7 de junio de 2018 (cumbre que resultaría tormentosa).

La prensa preguntó entonces a Macron qué le parecía que el estadounidense apostase por quedarse cada vez más aislado de los aliados tradicionales de Washington y Macron respondió: “Dice que no le importa quedarse solo, quizá, pero nadie es eterno”.

Aquel G-7 acabó como el rosario de la aurora a cuenta de las tensiones comerciales. El que acaba de finalizar en Cornualles (Reino Unido), sin embargo, parece haber sentado las bases de un nuevo ciclo, con un acuerdo tan importante como el de un impuesto mínimo para sociedades que frene la competencia fiscal entre países. El comienzo, tal vez, de una gran amistad recuperada. El problema es que Biden, como Trump, también es efímero.

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