Irán se acerca a China para reforzarse frente a EE UU

Las sanciones con las que Washington castiga el programa nuclear iraní planean sobre el reciente acuerdo estratégico entre Teherán y Pekín

El presidente chino, Xi Jingping, y el líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, durante una reunión en Teherán, el 23 de enero de 2016. / GettyAnadolu Agency (Getty Images)

El grafiti aparecido en la ciudad iraní de Kermanshah es tan claro como irreverente: con un estilo que imita a Banksy, muestra al líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, y al presidente chino, Xi Jinping, besándose bajo una bandera china con forma de corazón. Refleja la crítica de muchos iraníes al reciente acuerdo económico y estratégico entre Teherán y Pekín,...

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El grafiti aparecido en la ciudad iraní de Kermanshah es tan claro como irreverente: con un estilo que imita a Banksy, muestra al líder supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, y al presidente chino, Xi Jinping, besándose bajo una bandera china con forma de corazón. Refleja la crítica de muchos iraníes al reciente acuerdo económico y estratégico entre Teherán y Pekín, que ven como una capitulación ante la gran potencia asiática. Sus gobernantes, sin embargo, esperan que alivie el aislamiento internacional de la República Islámica y apuntale su exigencia de que sea Estados Unidos quien dé el primer paso para reactivar el pacto nuclear. Queda saber hasta dónde puede llegar aquel en ausencia de este.

Como el autor del grafiti, los detalles del acuerdo chino-iraní permanecen secretos. Según el borrador que Teherán filtró el pasado verano, la República Islámica se compromete a suministrar a China hidrocarburos a un precio competitivo a cambio de que el gigante asiático invierta hasta 400.000 millones de dólares (unos 340.000 millones de euros) en las maltrechas infraestructuras iraníes durante los próximos 25 años. La cooperación, con la que China incluye a Irán en su Nueva Ruta de la Seda, se extiende a sectores tan diversos como la sanidad, los hidrocarburos, la petroquímica, la energía nuclear, el transporte y la seguridad.

Al margen de cómo se concreten eventualmente esos planes, el proyecto tiene un gran simbolismo para Irán más allá del ámbito económico. Hesamoddin Ashena, un destacado asesor del presidente Hasan Rohani, celebró su rúbrica como una prueba del fracaso de la política de máxima presión de Estados Unidos. “La estrategia iraní de compromiso constructivo, perseverancia y máxima diplomacia está ganando”, tuiteó en inglés. El portavoz del Gobierno, Ali Rabiei, fue más lejos al declarar, durante su rueda de prensa semanal, que ese “documento de cooperación refuerza las últimas esperanzas de reactivar el acuerdo nuclear”.

China, otra de las cinco potencias que firmó ese pacto con Irán en 2015, respalda la negativa de Teherán a revertir sus violaciones del mismo mientras Washington no levante las sanciones unilaterales que estrangulan su economía. Comparte el argumento iraní de que fue Estados Unidos, bajo el mandato de Donald Trump, quien abandonó el acuerdo y debe por tanto dar el primer paso, por mucho que el nuevo presidente, Joe Biden, haya cambiado el tono.

De ahí que la alianza estratégica entre Irán y China inquiete en la región, a pesar de que Pekín también mantiene buenas relaciones con los países rivales de la República Islámica. En Israel, el exjefe de los servicios de inteligencia del Ejército Amos Yadlin se hacía eco de esa preocupación al declarar que “por un lado, China se opone a que Irán tenga la bomba atómica, pero por el otro, no ayuda a evitarlo”. Yadlin relaciona la mayor asertividad de Pekín con el cambio de Administración en Washington.

En la misma línea, el comentarista saudí Mohammed al Saeed estima que el avance “del dragón chino” se apoya en dos ejes: “las políticas contradictorias de los dos grandes partidos estadounidenses (…) y una operación de seducción a través de préstamos que terminan sumiendo en la deuda a los países de su ruta”. En su columna del diario Asharq Al Awsat, Hussein Shobokshi habla del estilo chino de “colonización económica” y menciona las consecuencias que ha tenido en países como Sri Lanka o Pakistán, donde la incapacidad para devolver créditos ha obligado a ceder a empresas chinas el control de las infraestructuras que ayudaron a construir.

Ese argumento enlaza con la polémica que desató el acuerdo con Pekín dentro de Irán desde que se conocieron sus líneas generales el año pasado. Para muchos iraníes el plan equivale a “vender el país” y la firma en plenas vacaciones de Noruz (Año Nuevo iraní) y sin un debate parlamentario previo refuerza los recelos. Temen que China solo busque la explotación de los recursos naturales de Irán y nuevos mercados para sus productos baratos. Rabiei se ha hecho eco de esas críticas y ha dado a entender que es la otra parte la que no quiere publicar el texto.

Aunque el pacto debilita los esfuerzos de Washington para mantener aislado a Teherán, algunos analistas dudan de su alcance mientras persista la disputa por el programa atómico. “China ha firmado el acuerdo teniendo en cuenta el cambio de rumbo de EE UU en su política exterior y posiblemente con respecto a Irán en un futuro cercano”, señala un comentarista iraní que recuerda que el presidente chino lanzó el proyecto durante una visita a Teherán en 2016, cuando ya se había firmado el acuerdo nuclear y, una vez ultimado a mediados del año pasado, “Pekín prefirió esperar a ver qué ocurriría en las elecciones norteamericanas” antes de rubricarlo.

China ha visto aumentar su comercio con Irán desde los años noventa del siglo pasado y en la última década se ha convertido en su principal socio comercial, en gran medida como resultado de las sanciones estadounidenses. Desde maquinaria a repuestos, pasando por ropa, juguetes o material de papelería han sorteado las trabas financieras y abastecido los mercados iraníes. Pasar de ahí a proyectos de infraestructuras multimillonarios resulta más complicado. Igual que el grafiti de Kermanshah no necesita ser un Banksy auténtico para trasmitir el mensaje, la alianza chino-iraní ha dejado claro el suyo.

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