Análisis

El dilema de la defensa de las ideas en el valle de fango de las redes

Los globalistas sufren en un entorno que privilegia los mensajes simples de los populistas y estimula la tentación de evitar ese combate

Matteo Salvini, vicepresidente del Gobierno de Italia, el pasado septiembre en Viena.Ronald Zak (AP)

En una potente coincidencia bajo la sombra del zeitgeist político, este lunes, en una misma mañana, el líder del Movimiento 5 Estrellas italiano ofreció apoyo —especialmente sabiduría de organización en redes— a los chalecos amarillos franceses mientras el colíder de Los Verdes alemanes anunció que se bajaba del carro de Twitter y Facebook. Los movimientos que antagonizan el sistema cabalgan las...

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En una potente coincidencia bajo la sombra del zeitgeist político, este lunes, en una misma mañana, el líder del Movimiento 5 Estrellas italiano ofreció apoyo —especialmente sabiduría de organización en redes— a los chalecos amarillos franceses mientras el colíder de Los Verdes alemanes anunció que se bajaba del carro de Twitter y Facebook. Los movimientos que antagonizan el sistema cabalgan las olas de las redes; los defensores del sistema se hunden o renuncian.

La sinergia entre los amarillos italianos y franceses es solo el último desarrollo de la estrategia bien afinada de populistas que quieren hablar directamente con los pueblos sorteando el filtro de los medios profesionales; y de pueblos que quieren organizarse de forma eficaz y sin las estructuras jerárquicas tradicionales. La simpleza de los mensajes populistas se adapta perfectamente al medioambiente de las redes. La complejidad, en cambio, se desangra.

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Trump tiene 57 millones de seguidores en Twitter. Salvini es un auténtico maestro del Facebook Live; Bolsonaro ha ganado las elecciones brasileñas sustancialmente en las plataformas digitales.

Frente a esto, los defensores del orden liberal sufren terriblemente. Algunos luchan en esa trinchera, como Macron (3,5 millones en Twitter), que a veces ha dado síntomas de destreza –“make our planet great again” lanzó, rápido, cuando Trump se retiró del acuerdo de París- o, antes, Renzi (3,3 millones). Otros, como Merkel, eluden ese combate. Y ahora, el llamativo gesto de Robert Habeck en Alemania, que estaba, y ya no. Está por ver si abrirá una tendencia.

En su argumento, Habeck lamenta la agresividad propiciada por una red como Twitter. Lamenta la desconcentración, la falta de profundidad que estos formatos alientan involuntariamente. En definitiva, como muchos otros, Habeck se rebela ante un tiempo que privilegia la horizontalidad —rapidez, volatilidad, conectividad, picoteo aquí y allá— a la verticalidad que impulsó la humanidad durante siglos —concentración, especialización del trabajo, profundización como herramienta para trascender y alcanzar las alturas—.

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Y curiosamente Luigi Di Maio, líder del 5 Estrellas, precisamente utiliza la palabra “horizontal” en su post en el que ofrece apoyo a los chalecos amarillos para impulsar su movimiento.

Obviamente, las redes en sí mismas son un instrumento neutro que además ejerce un potente efecto divulgador del conocimiento. Y de control sobre templos a menudo corruptos y autorreferenciales. Pero es también evidente que en la vida real propician a menudo la superficialidad, distracción, instintos agresivos.

Se yergue aquí, por tanto, un gran dilema existencial de nuestro tiempo. El mundo vira hacia el eje horizontal a pasos agigantados. ¿Hay que defender la verticalidad enrocándose en ella o luchando también en el eje que se aborrece? Cada cual tendrá su respuesta, pero está claro que las redes son formidables cosechadoras de votos y que la verticalidad debe hacer gran esfuerzo para afilar su relato, sea enrocada en sí misma o desplegada en territorio adverso. La horizontalidad avanza.

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