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Elecciones Brasil
Columna
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¿Y ahora qué hacer con el Brasil de Bolsonaro?

Haddad logró romper el clima de odio: solo esa oposición será capaz de vigilar al nuevo presidente

Un vendedor de camisetas, en Rio de Janeiro.
Un vendedor de camisetas, en Rio de Janeiro.PILAR OLIVARES
Juan Arias

Brasil se despertó anoche de una pesadilla. Se encontró con que la mayoría de los electores, más de 55 millones, habían elegido democráticamente como presidente de la República a Jair Bolsonaro, un capitán retirado, de extrema derecha, expulsado del Ejército y que se propone, como “designio divino”, acabar con la izquierda que ha gobernado el país durante 13 años. Hacía más de 70 años que esto no ocurría.

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Para los otros 45 millones que votaron al candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, queda ahora la labor de organizar un frente de oposición democrática que impida al nuevo presidente llevar a cabo las amenazas lanzadas durante la campaña electoral contra la democracia y a favor de la tortura y la dictadura militar.

En su primer discurso, Bolsonaro no disparó un revólver, un gesto típico suyo. Levantó en alto el texto de la Constitución jurando que su Gobierno “será esclavo de ella”. E hizo alarde de respetar todas las libertades. Juró que será el presidente de todos los brasileños. ¿También de los que no piensan como él, a los que les había aconsejado el exilio antes de que pudieran ser eliminados? Junto con la Constitución enarboló también un ejemplar de la Biblia, que según él le permitirá “liberar a Brasil”.

Nadie sabe cómo podrá ser ahora guiado el país por un presidente de extrema derecha, votado de forma masiva por los evangélicos, que estará rodeado de generales del Ejército en su Gobierno y que había afirmado en el Congreso que Brasil “no es un país laico” y que a quien no le gustase podía irse. Su lema es “Dios por encima de todo”.

Toca, pues, ahora que las fuerzas progresistas y democráticas creen un frente de oposición responsable que vigile para que el nuevo presidente cumpla su juramento de no alejarse de la Constitución y de gobernar según los cánones de las modernas democracias. Lo lógico sería que esa oposición la guiase Fernando Haddad, que fue capaz en pocas semanas de conquistar a 45 millones de electores, muchos de los cuales, aun no comulgando con el PT, le apoyaron para intentar frenar a Bolsonaro. Y lo hizo. Entusiasmó y mantuvo una postura sin extremismos, razonada y dialogante.

No es, sin embargo, ese tipo de oposición la que parece desear hoy la parte más radical del PT, que preferiría un enfrentamiento directo con el presidente-capitán. Fue ese radicalismo el que impidió que ya en la primera vuelta de las elecciones se crease un amplio frente democrático contra la extrema derecha, presidido por un candidato de centroizquierda, dado que el rechazo de millones de votantes al PT había sido la mecha que encendió el fuego de la candidatura de Bolsonaro. No fue posible porque ni el PT ni Lula, que es quien sigue desde la cárcel dirigiendo el partido, lo permitieron. Prefirieron la derrota a dejar que otra fuerza de izquierda frenase el peligro que se acercaba para la democracia.

Haddad, que es visto por el ala izquierda del PT como un socialdemócrata, consiguió, sin embargo, amalgamar durante la campaña a las mayores y más responsables figuras políticas democráticas y progresistas del país dispuestas a formar un amplio frente en la oposición para servir de contrapunto a la extrema derecha del exparacaidista. Esa oposición democrática fue capaz de romper el clima de odio y de negatividad que permeaba en la sociedad. Y consiguió crear gestos simbólicos de resistencia democrática y festiva, como acudir a las urnas con un libro o flores en la mano, como contrapunto a la pasión del nuevo presidente por las armas.

Solo una oposición de ese tipo, que sirva al mismo tiempo para reunificar a todas las fuerzas democráticas haciéndolas dialogar y colaborar juntas, será capaz de vigilar para que el país no se vea despojado de sus mejores valores democráticos, conquistados con tantos esfuerzos tras la dictadura militar.

La responsabilidad, en este momento sombrío, no es pequeña para el PT y para su líder, Lula, que ha sido, en definitiva, el gran derrotado de las elecciones. Bolsonaro, según no pocos analistas, es el fruto amargo de los errores del PT. Ahora ha llegado el momento de la reflexión y de poner la democracia del país por delante de los estrechos intereses de partido.

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