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Estar sin estar
Columna
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Aquí, las tortas

Es tiempo de que alguien se distraiga por uno minutos de la sinrazón electoral y de tanta mala noticia y dedique unos sanos minutos de reflexión a la grandeza de esta comida

En una de las viejas películas mexicanas de la época de Oro (Juan Bustillo Oro, director y guionista), Meche Barba, Sarah García y don Carlitos Orellana protagonizan una historia que se tituló Acá las tortas: la microhistoria de una abnegada pareja de torteros del extinto D.F. que con monumentales esfuerzos en la confección de ese raro manjar llamado torta (que nada tiene que ver con el pastel o con la cachetada en España) se empeñan en brindarle una vida de mejor alcurnia a sus tres hijos. El menor, se pierde en el alcoholismo y en la pantalla, pero sus hermanos llegan a marearse parados en un ladrillo y reniegan de sus raíces, hablando inglés como si no entendieran el cantadito mexicano y fardando solapas anchas y plumas en el pelo que demuestra que han sido alienados, raptados por la cultura del apapacho y el privilegio, con siniestra amnesia por la cultura del esfuerzo con la que sus padres lograron enviarlos a escuelas privadas, viajes… y sólo falta el iPhone, la Tablet, el Uber y la tarjeta de débito para que la película se entienda mejor hoy en día.

Aquí, ahora, las tortas son una delicia que se extraña particularmente viviendo lejos de la patria, porque así como proliferan los intentos por clonar al taco al pastor y la importación de tequilas y mescales, así también es rarísimo que alguien se aviente el tiro de ofrecer tortas como deben de ser en las marismas de Estocolmo, las ramblas de Barcelona, los canales de Venecia o las callejuelas de Madrid y sin embargo, de milagro ha aparecido la Villa del Oso y del Madroño un santuario llamado DFBar donde las hacen de gran calidad y gusto, con entrega a domicilio para toda víctima del Síndrome del Jamaicón (esa morriña que nos obliga a comer chiles serranos en ayunas con tal de ya no extrañar tanto Iztapalapa).

Pues bien, torta en mano es tiempo de que alguien se distraiga por uno minutos de la sinrazón electoral y de tanta mala noticia y dedique unos sanos minutos de reflexión a la grandeza de la torta cubana (donde cabe de todo, sabiéndolo acomodar), la de milanesa (clásico alivio de albañil), la de pierna con queso oaxaca (tan enredado como una trenza), la tradicional de jamón y queso, el enigma del queso de puerco, el discreto encanto del chorizo y también las raras querencias de la torta ahogada de Guadalajara que se baña en salsas de fuego y la casi inexplicable Guajolota mexica de envolver en telera el peso atómico de un tamal o bien la que llamamos Guacamaya en León, Guanajuato, que es chicharrón en pedazos con cueritos en vinagre bañados en una salsa tan picante que permite hablar arameo y también, las tortas de todo recalentado, las de bolillo sin tostar y las de telera sobre la plancha y el guacamole, la crema o mayonesa, las rajas y cebolla… y tantos elementos que debe sopesar todo acarreado a los mítines a la hora de comprometer su voto y el destino de la Nación a cambio de tortitas de nata o nada.

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