Las madres de los jóvenes asesinados en las protestas contra Ortega en Nicaragua exigen justicia
Las familias de las víctimas de la represión desatada por el presidente se unen para que la muerte de sus hijos no quede impune
A Francisca Machado Dávila se le quiebra la voz. El dolor que la oprime también se convierte en rabia e indignación cuando recuerda que han pasado 22 días de impunidad, desde que su hijo fue asesinado durante la cruenta represión desatada contra los manifestantes que protestaban por la imposición de una reforma al Seguro Social en Nicaragua por parte del presidente Daniel Ortega. Aquel 20 abril Franco Valdivia, estudiante de Derecho y cantante de rap, salió a protestar junto a centenares de nicaragüenses en Estelí, ciudad localizada a 149 kilómetros de Managua, cuando las balas segaron su vida. La familia culpa al presidente Ortega por la muerte del muchacho y exige que se investigue y castigue a quienes dispararon. Hasta ahora, sin embargo, Francisca solo ha obtenido silencio de las autoridades. “Tenemos el derecho a saber quiénes fueron los asesinos y tener la certeza de que los castigarán”, dice esta mujer vestida de luto, quien junto a otras madres de víctimas mortales de la represión han comenzado una batalla contra el Estado para evitar que la muerte de sus hijos quede en la impunidad.
Ellas se han organizado en una agrupación que han llamado “Movimiento de Madres de Abril”, porque fue entre los días 18 y el 21 de ese mes cuando Ortega ordenó atacar con violencia las protestas contras las reformas a la Seguridad Social. Nicaragua ya suma 51 muertos, la mayoría caídos en esos días de terror, la mayoría jóvenes menores de 25 años, la mayoría universitarios. Las cifras aumentan día tras día, en un recuento siniestro, dado que todavía hay en las salas de cuidados intensivos de los hospitales del país jóvenes heridos en aquella refriega. Unidas por el dolor, estas madres han decidido no claudicar para que haya justicia y que no se olvide la valentía de sus hijos, silenciados cuando apenas aprendían a alzar la voz, en un país donde a la juventud se la señalaba de apática.
Franco era un joven apuesto, de piel morena y rostro un tanto infantil. En su perfil de Facebook hay todavía una foto en la que aparece coqueto sonriendo frente a la cámara. Fue tomada en una biblioteca. Llevaba vaqueros y una camiseta de mangas largas. Fue el 3 de febrero. Aquel día una orgullosa Francisca le escribió: “Dios te bendiga hijo. Te amooo, que todos tus proyectos se cumplan en el nombre de Jesús”. El joven amante de la música, que una vez dijo que cantaba rap para “concientizar a la gente, principalmente a los jóvenes” y que estudiaba Derecho para conocer las leyes de Nicaragua, caía dos meses después. El muchacho, padre prematuro, dejó en la orfandad a una niña de cuatro años.
Conozca además
Además del dolor por la muerte de su hijo Francisca ha tenido que sufrir la burla macabra del Estado. Las autoridades no practicaron la autopsia del cuerpo del muchacho el día que murió, ni abrieron una investigación. Esperaron trece días para ordenar exhumar el cadáver. La familia accedió para cumplir con todos los requisitos legales en Nicaragua, pero pusieron como condición que en la autopsia estuvieran médicos de su confianza. Francisca dice que no confía en las autoridades nicaragüenses y que si no se esclarece la muerte de su hijo, acudirá a instancias de derechos humanos internacionales. Ella ha visitado a la Fiscalía en Managua para pedir una cita con la fiscal general, Ana Julia Guido, pero no la ha recibido. Y tampoco se les ha entregado el resultado de la autopsia de Franco.
“Mi hijo llevaba los brazos alzados, la bandera de Nicaragua y una botella de agua. Siempre me pregunto por qué tenían que disparar a personas que no estaban armadas. El Gobierno, la Policía, son los culpables”, dice Francisca.
El jueves 10 de mayo las familiares de las víctimas, vestidas de negro y con pañuelos blancos al cuello, marcharon por Managua. Cargaban las banderas de Nicaragua y las fotografías de sus hijos. El país entero contuvo el aliento al ver a esas mujeres, madres, abuelas, hermanas, alzando la voz para exigir justicia. Jesner, Ismael, Ángel, Alvaro, Franco, Orlando, Kevin… Las madres avanzaban por la Rotonda Rubén Darío de la capital. “¡Qué vivan los estudiantes!”, gritaban. “¡Asesinos!”, gritaban. “¡No eran delincuentes, eran estudiantes!”, repetían. Ahora que sus vidas cambiaron por el dolor, han perdido el miedo para plantarle cara a un Gobierno autoritario. “Le digo al presidente Ortega, con este dolor que tengo como madre, que dé la cara, que se haga responsable por la matanza que causó”, dice Francisca, la madre de Franco, el joven que cantaba rap para mover la conciencia de su generación.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.