No hay de otra
Cada seis años, nos inundan con toneladas de publicidad electorera y mentiras disfrazadas de sinceridad
A huevo, a güevo, a huevolín, a güilson, a huevo es caldo-chicharrón con pelos –¿no le ves lo gordo?– échate un taco parece la letanía recurrente del mexicano irremediable que intenta romper el tedio de las monotonías rebelándose contra todo lo que nos imponen a chaleco y así, ni los zapatos entran. En ciclos que suelen ser sexenales, nos inundan con toneladas de publicidad electorera y mentiras disfrazadas de sinceridad aprovechando ese virus incurable que susurra No hay de otra, ya sea en la distribución del ingreso, la base tributaria o las obras viales; lo mismo parece filtrarse en la saliva ante el muro de la impunidad y el descaro de la corrupción creciente como si de veras no hubiera otra manera de poner en claro las tinieblas de tanta desgracia.
Abro las páginas del diario y el ahora paladín profeta de los derechos y deberes ciudadanos del mundo es un plagiario impune cuyo cinismo esconde corruptelas trasatlánticas y que además, es un Weinstein en vías de que sus víctimas alcen la voz contra sus manoseos y en la página siguiente, empieza la falsa contrición de un candidato que se declara enemigo de toda corrupción habiendo abrevado precisamente de ese caldo o el otro, que quiere ahora parecer folclórico y vernáculo habiendo exiliado a su familia en Estados Unidos quizá porque el sistema educativo de Alabama o Kansas imparte un mejor civismo que el cultivado en Iztapalapa o el ya muy sobado apostolado del libertario mesiánico que inclina las canas para que le soben el cráneo los principales ministros de un placebo que se supone nos conmina a parar de sufrir, porque no hay de otra.
Ha tiempo que se resquebrajó el embrujo obligatorio de la televisión donde no había de otra que soplarse los canales de siempre y las telenovelas que se clonaban cada temporada y ha tiempo que se rompió el monopolio del papel que imponía a güevo la información previamente censurada y hace tiempo que no es obligatoria la memorización de los nombres de todos los Niños Héroes y el uniforme insustituible de ciertas congregaciones y creo que ya no es obligatorio ni el Servicio Militar ni aprenderse la letra del Himno Nacional o saber incluso los nombres de las capitales de los estados de la República Mexicana, pero aún así ha sobrevivido ese tufillo de imponer cadencias obligatorias, corazonadas que se imponen como creencias a güilson: por ejemplo, suponer como axioma imbatible que todo se arregla con mordida o intuir que toda burocracia es funcional, así como soñar que todo Mundial es conquistable y que todos los himnos de otros países (menos La Marsellesa) no le llegan ni a los talones a la rola de Bocanegra y Nunó. Igualmente, sigue vigente como página de santoral laico que El Pípila era Superman y no tenía cara de guajolote (de allí su apodo) y que Doña Josefa Ortiz de Domínguez era buena onda a pesar del perfil con el que la retrataban en los quintos y nos han prohibido casi a güevo hablar mal de Benito Juárez tanto como hemos de perdonar todas las andadas de Pancho Villa y así, en el mismo caldo, no queda de otra que intentar la invaluable serenidad ante las series tipo Netflix que glorifican la leyenda del Chapo o los enredos del narcotráfico y así se impone a güevo el hipnótico Huapango de Moncayo hasta lograr una incómoda somnolencia de tediosa cotidianidad donde parece que los de arriba realmente creen que nos han convencido de que no hay de otra, cuando en realidad se escucha el sano rumor de una nueva generación que ha despertado conciencias en diferentes edades, en párrafos pensantes y proyectos viables, participaciones a voz en cuello y puño en alto en un ánimo esperanzador sea en canciones o grafiti, poemas o pupitres donde se rompen las cuadrículas y se respira la convicción de que siempre hay de otra y no todo es a fuerzas.
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