Sois la ocasión de lo mismo que culpáis
La aventura de Anaya puede convertirse en catástrofe si su candidatura no despunta
Las célebres palabras de Sor Juana Inés de la Cruz vienen que ni pintadas para describir lo que está sucediendo en el PAN. Los calderonistas, comenzando por el propio expresidente Felipe Calderón, han acusado en todos los tonos posibles al joven Ricardo Anaya, prácticamente salido de la nada, de haberse apropiado de su venerable institución.
Lo que los calderonistas no dicen es que antes ellos hicieron exactamente lo mismo. Más aún, hace 10 años el “fenómeno Anaya” nunca habría sido posible. El Partido de Acción Nacional, fundado en 1939, se caracterizó a lo largo de su historia por una vida plural y democrática a su manera, con líderes, pero sin caudillos, de contrapesos regionales y diversidad de corrientes políticas e ideológicas de corte conservador. Todo eso terminó en el sexenio que gobernó Felipe Calderón. El presidente panista convirtió a su partido en un apéndice de Los Pinos, exactamente de la misma manera en que lo hacían los mandatarios priistas. Apoyado en el poder del Ejecutivo, Calderón desmontó los liderazgos regionales, verticalizó el mando, compró voluntades, metió mano en candidaturas y designaciones para desplazar a otros líderes.
Calderón puso al PAN de rodillas, pero no alcanzó a doblegarlo del todo. Los panistas percibieron que con ese mandatario en Los Pinos habían perdido por partida doble. Perdieron autonomía, pero también terminaron perdiendo la presidencia. La humillación de la verdadera militancia ni siquiera sirvió para mantenerlos en el poder (como sí había sido el caso del PRI durante décadas). Dos años antes de que terminara el sexenio de Calderón resultaba evidente que el PRI era el favorito para retomar la presidencia. En su desencanto los panistas impidieron que el mandatario impusiera a su delfín, Ernesto Cordero, y empujaron la candidatura de Josefina Vázquez Mota. La campaña fue desastrosa y el PAN terminó en un humillante tercer lugar en las elecciones de 2012, que instaló a Peña Nieto en Los Pinos.La derrota barrió con los Calderón pero no restituyó la vida plural y de contrapesos de antaño. Las esclusas habían sido barridas. Cuando Ricardo Anaya llegó a la presidencia del partido tras algunos rebotes y en calidad de interino, el joven aprovechó el vacío de poder y las nuevas lógicas verticales para afianzarse, primero, y para deshacerse de la oposición, después.
Salvo que gane la presidencia me parece que el ascenso vertiginoso de Anaya se quedará corto y, en su caso, eso equivale a un descalabro total.
Sin duda el joven es astuto y tiene una labia más propia de TED Talks que de la cansina y burocrática oratoria de los políticos mexicanos. Cuenta además con la tutoría de Santiago Creel, un mago de los amarres. Pero su ascenso fulminante e inesperado nunca hubiera sido posible si Calderón no hubiera dinamitado antes que él las resistencias, los baluartes, los fosos y las trincheras del edifico panista.
Me temo que esta historia no terminará muy bien. Salvo que gane la presidencia me parece que el ascenso vertiginoso de Anaya se quedará corto y, en su caso, eso equivale a un descalabro total. Con tal de quedarse con la candidatura a la presidencia del Frente, Anaya entregó cuantiosas posesiones a aliados menores. Si no consigue llegar a Los Pinos (cosa muy probable), el PAN terminará con un exiguo botín de curules y escaños porque muchos de ellos fueron entregados a “los colegas” del PRD y de Movimiento Ciudadano a cambio de que el joven pudiera estampar su nombre en la boleta electoral. Tal sacrificio del conjunto en beneficio personal habría sido en vano si pierde. Más aún, la aventura de Anaya tiene visos de convertirse en catástrofe si su candidatura no despunta y termina en tercer lugar, algo bastante probable dada la ventaja de López Obrador en las encuestas y el indudable poderío de la maquinaria que apoya a Antonio Meade, el candidato oficial.
Tras su estrepitosa derrota en 2006 el PRI se desembarazó de Roberto Madrazo, el PAN hizo lo mismo con Calderón en 2012. Algo me dice que el blanquiazul hará algo similar en 2018 con el audaz y sorprendente Anaya.
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