La aventura de volar a Buenos Aires en 1946
Un pasajero del primer vuelo comercial Madrid-Buenos Aires de Iberia hace ahora 70 años recuerda la experiencia
Meterse en un avión de cuatro hélices para llegar desde Madrid a Buenos Aires en 1946, atravesando a baja altura las tormentas del Atlántico, a 450 kilómetros por hora, con 36 horas de vuelo, 3 escalas y pocas certezas no parece una aventura muy agradable. Pero sí lo fue para Francisco Botas, que tenía solo seis años (es el único niño de la fotografía) el 22 de septiembre de ese año, cuando su madre, gallega como él pero nacida en Chile, lo embarcó en el viaje inaugural y se lo llevó hasta Argentina para que conociera a su familia latinoamericana. “El viaje era duro y largo, pero es que en barco eran casi dos meses”, se ríe Botas en la embajada española en Buenos Aires, donde fue el gran protagonista de la conmemoración del primer vuelo comercial entre Europa y América Latina después de la Segunda Guerra Mundial.
Con Botas, su madre -que aún vive, con 101 años, pero no está para viajar y se quedó en A Coruña- y otros 40 pasajeros, Iberia inició en 1946 una ruta comercial que fue ampliando hasta los actuales dos vuelos por día con Buenos Aires y 250 conexiones con ciudades latinoamericanas de 16 países. Ahora el vuelo a la capital argentina se hace en 12 horas y sin escalas, pero en 1946 era muy diferente. “Paramos en Villa Cisneros (entonces Sáhara español) y allí por primera vez en mi vida vi un hombre de color. Me asusté. Fuimos a casa del gobernador, que era amigo de mis padres, y allí el hombre de color me enseñó dos leopardos que tenían con collar y todo. Eso un niño no lo olvida. Después recuerdo que hubo muchas tormentas en el mar, pasamos miedo, se volaba muy bajo”, recuerda Botas.
“Fueron como 13 horas hasta Natal, en Brasil, y allí nos fumigaron a casi todos, menos a mí por ser niño. Les pusieron a todos los adultos un termómetro en la boca, a mí en otra parte”, se ríe. “Un torero que venía con nosotros se puso a hablar y se le cayó el termómetro y se rompió, casi nos forran”. Todavía les quedaba otra escala más en Brasil: Rio de Janeiro. Y finalmente llegaron al aeropuerto de Morón, en Buenos Aires, donde los Botas pudieron ver a sus familiares.
El precio estaba al alcance de muy pocos: 7.250 pesetas. Pero el barco era tan lento que poco a poco, con la demanda de los emigrantes que se habían enriquecido en Latinoamérica y quería viajar a ver a sus familias en España, se fueron multiplicando los vuelos. Primero, uno cada 10 días, después cada semana. Incluso se construyó un parador en Villa Cisneros para que descansaran los viajeros. Poco a poco otras compañías empezaron a competir: la holandesa KLM, FAMA (antecesora de Aerolíneas Argentinas). El barco poco a poco dejó pasó al avión, aunque aún llegarían por mar millones de emigrantes europeos pobres en los 40 y 50 huyendo de la dictadura española, de la miseria y del hambre en la Europa de posguerra.
El viaje no era tan seguro como ahora: los aviones DC4 tenían 5.000 kilómetros de autonomía, y se calculaba al detalle el peso del equipaje e incluso de los pasajeros. No había satélites, así que un navegante tomaba alturas astronómicas desde la cúpula del avión para calcular su situación geográfica. Pero fue un éxito gracias al que Iberia logró convertirse en una de las grandes compañías del mundo.
“La mitad de nuestros pasajeros vienen o van a América Latina. Es nuestra vocación y nuestra apuesta. Y estamos creciendo, en Argentina habrá un vuelo más por semana y aviones más grandes, vemos que el cambio de Gobierno ha sido positivo. La situación de Brasil lastra mucho y en Venezuela tenemos problemas y fondos retenidos, pero no dejamos de apostar por América Latina. Ahora volamos a Cali y Medellín en Colombia”, explica Luis Gallego, presidente ejecutivo de Iberia.
La historia de Botas, el primer pasajero, es paradigmática. Pasó muchos años sin volver pero después compró una empresa petrolera en Argentina y durante 15 años ha viajado todos los meses. Su hijo Yago lleva la empresa, con 280 trabajadores, y vive en Buenos Aires desde hace 12 años, pero no ha perdido el inconfundible acento coruñés. “Voy mucho a Coruña para empaparme y no perderlo”, cuenta. Su padre y él, clientes VIP de Iberia, siguen haciendo varias veces al año el recorrido que inauguró su familia hace 70 años. Un poco más rápido y seguro, eso sí.
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