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Tribuna
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Cuando el Papa se enfada

¿Puede irritarse un papa y responder, con mala cara, “deja de ser egoísta?” a un fiel exaltado que casi le hace caer al suelo?

Juan Arias

¿Puede irritarse un papa y responder, con mala cara, “deja de ser egoísta?” a un fiel exaltado que casi le hace caer al suelo?

Hay católicos que piensan que no, y menos el papa Francisco, cuyo nombre evoca valores de mansedumbre. “Sólo le faltó soltar un taco”, comentó irónico un señor en las redes sociales. ¿Y por qué no?

Esta vez el enfado del papa no tuvo que ver con la indignación contra la violencia o la corrupción.

La irritación de Francisco en México, cuyas imágenes han recorrido el mundo, es más banal pero igualmente emblemática.

Se advierte en su rostro, entre dolorido y airado, que le estaba molestando aquel devoto que lo arrastraba. Y se advierte que le reprueba con cara de malas pulgas, como dicen los castizos. No fue suave, Francisco. Fue tajante: “Deja de ser egoísta”, y parecía querer añadir: “Basta, suéltame”.

¿Por qué ha habido a quién ha molestado y hasta escandalizado ese exabrupto del papa Francisco? Quizás porque existe la idea de que un papa no es de carne y hueso, no siente o no debe sentir, sólo aguantar, sufrir estoicamente, como si se tratara de un ángel o de un robot.

Es esa imagen estereotipada de los papas santos o impasibles, que ha quebrado Francisco con su gesto de enfado y disgusto

Es esa imagen estereotipada de los papas santos o impasibles, que ha quebrado Francisco con su gesto de enfado y disgusto.

Francisco inició ya su pontificado de forma atípica, presentándose desde el primer día como es, con sus cualidades y defectos, sus altos y sus bajos, sus aciertos y victorias, siempre sin ocultarlos. Y con humor.

Nunca antes de Francisco un papa había concedido, por ejemplo, entrevistas periodísticas sin preocuparse de poder ser mal interpretado. Sus antecesores, ya en la edad moderna, sólo leían lo que les escribían, y si él lo escribía, tenía que ser revisado por si se les escapaba lo que el Vaticano consideraba inconveniente o poco teológico en la boca de un papa.

Recuerdo que el anciano Papa Juan XXIII, que es quizás al que más se parece en sus gestos inesperados y en su humor el papa Francisco, cuando visitaba las parroquias de Roma, solía hablarles a la gente espontáneamente, de forma improvisada. Después, mirando a los periodistas que lo seguíamos, nos decía: “Mejor que toméis apuntes, pues es posible que mañana me censure L’Osservatore Romano

En otra ocasión, al papa Juan Pablo I, cuya muerte, después de solo 33 días de pontificado, sigue envuelta en el misterio, se le ocurrió decir en un discurso público, en la plaza de San Pedro, que Dios “no era sólo padre, sino también madre”.

Lo había dicho el profeta Isaías hacía miles de años, pero a los oídos de los teólogos del Vaticano sonó a herejía. Fue llamado al orden.

Así era, hasta la llegada de Francisco, que se negó a vivir prisionero en los palacios vaticanos prefiriendo un cuarto de una pensión para sacerdotes, donde es posible verle en el corredor llegar con un euro en la mano para sacar un café de la máquina automática. Es el primer papa libre en sus gestos personales de las férreas liturgias y teologías de los papados tradicionales.

Si Francisco ha conquistado la simpatía hasta de muchos ateos es también por la franqueza que lo caracteriza, por no esconder lo que es, fingiendo aparecer otro. Con su espontaneidad ofrece a los otros un plus de cercanía.

La santidad no tiene por qué necesitar de las alas puras de los ángeles o de los superhéroes. El cristianismo lleva en su esencia la encarnación de lo divino en lo humano y está siempre preñado de debilidades. El Dios cristiano no es un dios del Olimpo, lejano de la realidad de la vida. Y la vida es un mosaico de acciones con todas sus tonalidades.

Dar ejemplo de vida, como se supone de un papa que lleva sobre sus hombros la responsabilidad de una Iglesia con millones de fieles y dos mil años de historia no significa convertirse en estatua de cera.

¿Mejor un papa capaz de controlar todos sus sentimientos, o la espontaneidad natural que no esconde ni el dolor ni la rabia?

Un papa, como Francisco, que lucha para defender a los más desvalidos y pisoteados por el capitalismo salvaje; un papa capaz de misericordia y comprensión con los que resbalan en la vida, que vive en sintonía con lo que predica, bien se merece la libertad de irritarse cuando le pisan los pies.

Quizás aparezca así a algunos menos dios, pero también más capaz de entender no sólo las sublimidades de los virtuosos sino también los traspiés de los pobres mortales.

Jesús de Nazaret se apellidó a sí mismo “el hijo del hombre”, nunca “el hijo de Dios”.

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