Análisis:Elecciones en Brasil

Qué se juega Brasil en las elecciones

La consolidación del 'lulismo' depende de la victoria de Rousseff, que quiere una fuerte presencia del Estado en la economía.- Serra aspira a hacer un gobierno con menos carga de corrupción y con mayor rigor en la defensa de la legalidad

Mis amigos españoles me preguntan estos días qué es lo que Brasil se juega en las elecciones del domingo con la salida de la escena política del carismático y popular presidente Luiz Inácio Lula da Silva. El voto es importante porque en este país, constitucionalmente, el poder del presidente es enorme. Aquí no hay primer ministro y el jefe de Estado tiene una influencia fundamental en las tres esferas del poder, sobre todo en el Congreso.

En los ocho años de Gobierno de Lula, Parlamento y Senado han trabajado prácticamente solo aprobando o rechazando los proyectos de ley con carácter de...

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Mis amigos españoles me preguntan estos días qué es lo que Brasil se juega en las elecciones del domingo con la salida de la escena política del carismático y popular presidente Luiz Inácio Lula da Silva. El voto es importante porque en este país, constitucionalmente, el poder del presidente es enorme. Aquí no hay primer ministro y el jefe de Estado tiene una influencia fundamental en las tres esferas del poder, sobre todo en el Congreso.

En los ocho años de Gobierno de Lula, Parlamento y Senado han trabajado prácticamente solo aprobando o rechazando los proyectos de ley con carácter de urgencia, presentados por el Ejecutivo, con escasísima producción de propia iniciativa.

Deponer a un presidente de la República no es como quitar la confianza a un primer ministro. Es una especie de drama nacional, como lo fue con Fernando Collor de Melo, que en verdad dimitió antes de que fuera depuesto. Y fue un drama cuando en 2005, tras el escándalo del soborno a los diputados, durante el primer Gobierno de Lula, la oposición pensó en deponerle. Tuvo miedo de la reacción popular a dicha posibilidad.

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Dicho esto, a nivel general, Brasil se juega poco escogiendo a uno de los dos candidatos que el domingo se disputarán la presidencia, ya que tanto la ex guerrillera Dilma Rousseff, escogida por Lula, como el socialdemócrata, José Serra, pertenecen a una tradición de izquierda social, liberal y progresista, aunque con matices.

Brasil revela en los sondeos un 60% de confianza en la economía que creen que aún va a mejorar, y aprueba en un 80% las políticas sociales de Lula que han sacado a 20 millones de la pobreza absoluta y la han colocado en el mercado de consumo, dándoles dignidad de ciudadanos. No existen peligros de golpes ni de atentados fundamentales a las instituciones democráticas, bien consolidadas.

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El "lulismo"

Las diferencias no están tanto entre los dos candidatos, cuyos programas son tan parecidos que los electores encuentran dificultad en distinguirlos, sino en que la victoria de uno u otro significará la permanencia y la consolidación o no del llamado lulismo, una forma de hacer política personalista de Lula, una vertiente del petismo, del Partido de los Trabajadores (PT).

Con la candidata Rousseff, el lulismo seguiría vivo, así como una hegemonía más fuerte del PT en el poder que iría a 16 o incluso 20 años de Gobierno interrumpidos, prácticamente sin oposición, que ha estado temerosa y escondida frente a la popularidad del ex metalúrgico.

El lulismo de Lula es difícil de definir: pero es diferente del petismo, aunque evoque aires de un cierto caudillismo, y por tanto de un cierto autoritarismo y personalismo, con una cierta alergia a las reglas democráticas de la distinción de los tres poderes. El petismo aboga por una fuerte presencia del Estado en la economía y el control social de los medios de comunicación así como la tentativa de la ocupación del Estado por parte de un solo partido.

Lula supo oponerse con firmeza al sector más radical de su partido, imponiendo su fuerte sentido pragmático de la política. Así lo hizo en los momentos en que esa parte más de izquierdas de su formación le pedía ser menos liberal en la macroeconomía y en la política fiscal, o en el control de los medios de comunicación, él siempre se consideró más que nada un sindicalista. No le gustaba la etiqueta de izquierdista.

Posible sucesora

Su posible sucesora, Rousseff, tiene más ideología. Militó de joven en los movimientos más radicales de la lucha armada que pretendía imponer en el país la dictadura del proletariado. Fue encarcelada y torturada por los militares. Después abrazó el ideal de la democracia, pero incluso las dos veces que fue ministro con Lula, de Minas y Energías primero y de la Casa Civil, después, comulgaba más bien con la parte más radical de su partido, al que llegó tarde y en el que nunca tuvo cargos. Fue conocida su postura contra el entonces ministro de Economía, Antonio Palocci, a quien consideraba excesivamente moderado y neoliberal. Lula le paró los pies y defendió al ministro.

Una vez en la presidencia, si ganara el domingo, ¿será Rousseff fiel devota del lulismo moderado de su jefe y tutor o querrá demostrar que tiene luz e ideas propias¿ ¿Y cuales? Esa es la incógnita que se presenta a los electores más politizados. La gran masa la votará porque Lula lo ha pedido. Muchos, entre los menos informados, creen que es "la mujer de Lula", y él es un semidios para ellos.

Si gana Serra

¿Y si ganara Serra? Tampoco habría grandes cambios en la macroeconomía y seguirían en pie los proyectos sociales. Sería diferente el talante de gobernar. El candidato de la oposición es un gran gestor como ha demostrado en 40 años de vida pública, con poco carisma, sin peligros de hacer un gobierno populista o caudillista.

Sería un gobierno, con menos gastos de gestión, en el que el protagonismo lo tendrían la producción, la ciencia y la tecnología y la profesionalidad en los cargos públicos. La afiliación partidaria no sería tan fuerte con él. Privilegiaría las obras de infraestructura para sacar al país del atraso que aún vive, con puertos, aeropuertos y carreteras aún de tercer mundo y con el 50% de los ciudadanos sin agua corriente en sus casas, sin desagües y con un déficit de ocho millones de habitaciones para otras tantas familias, que siguen viviendo hacinados en las favelas. Quizás sería un gobierno con menos carga de corrupción y con mayor rigor en la defensa de la legalidad.

Serra ha propuesto un gobierno de unidad nacional, que reúna las mejores fuerzas de la política para hacer frente a los grandes desafíos de un país que se prepara para ser la quinta potencia económica del planeta y que además tiene a la puerta retos importantes como el Mundial de fútbol del 2014, las Olimpiadas de Río en 2016 y la explotación de ingentes yacimientos de petróleo de primera calidad.

Gane quién gane el domingo, con Lula o sin Lula, Brasil seguirá firme en su recuperación económica y social con su tradicional vocación pacifista y su inquebrantable deseo de felicidad. Sin guerras de religión y sin nacionalismos paralizantes.

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