Lo viejo vuelve a ser nuevo: todo listo para un orden económico mundial más injusto
OMC, OTAN, ONU... Estas organizaciones son una papilla de letras inoperante o meramente retórica
Es prácticamente imposible establecer un balance de qué aranceles están vigentes, cuántos sólo anunciados, cuántos recurridos en los tribunales de justicia, cuántos rechazados por estos, cuántos suspendidos en el tiempo, cuántos son amenazas de mete-saca (para forzar a alguna decisión política; por ejemplo, ...
Es prácticamente imposible establecer un balance de qué aranceles están vigentes, cuántos sólo anunciados, cuántos recurridos en los tribunales de justicia, cuántos rechazados por estos, cuántos suspendidos en el tiempo, cuántos son amenazas de mete-saca (para forzar a alguna decisión política; por ejemplo, no juzgar al golpista Bolsonaro en Brasil), etcétera. Lo que es un hecho es que en estos ocho meses de mandato testosterónico de Donald Trump se están multiplicando las condiciones de derribo del orden económico mundial impulsado por los propios EE UU (White frente a Keynes) en la posguerra mundial. Se trata de ir hacia una sustitución de lo existente por un mundo basado en grandes potencias (entre las cuales no está Europa) que se lo repartirían por áreas de influencia.
Las instituciones multilaterales apenas sirven. Repásese la inoperancia de la Organización Mundial de Comercio (OMC) —que habría de tener el papel central de arbitrio en esta situación—, el Acuerdo de París sobre el cambio climático que ahora cumple una década, etcétera. ¿Quién se atreve a asegurar que EE UU no va a abandonar la OTAN e incluso las Naciones Unidas? Estas grandes organizaciones conforman ahora, en muchos momentos, una papilla de letras meramente retórica. La hoy tan devaluada presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, propuso casi desesperada, antes del verano, la reforma de la OMC, dirigida por primera vez por una mujer y por una africana, la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala, prácticamente desconocida. EE UU se ha negado a reemplazar a los jueces de la OMC con mandato caducado desde 2017, durante la primera Administración de Trump (Biden no hizo nada para remediarlo), lo que hace inocua a la organización, que languidece en la nada. No es la primera vez que la globalización comercial se detiene por culpa de las “políticas de perjuicio al vecino” en comercio exterior y política cambiaria (beggar-thy-neighbour-policies), denunciadas en sus libros por la gran economista poskeynesiana Joan Robinson. Tras la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado muchos países recurrieron a medidas proteccionistas (aranceles, cuotas de importación, devaluaciones competitivas de sus monedas, etcétera) para proteger sus economías internas y estimular las exportaciones. Estas políticas funcionaban a costa de perjudicar a sus socios comerciales, ya que reducían sus ventas, empeoraban sus balanzas de pagos y provocaban represalias. Por ejemplo, las devaluaciones competitivas pueden convertirse en “políticas de perjuicio al vecino” al abaratar las compras de un país y encarecer la de los otros, obligando a estos también a devaluar sus monedas. Todo lo viejo vuelve a ser nuevo.
Se trata, decía Robinson en sus Ensayos sobre la teoría del empleo, de “carreras cuesta abajo sin ganadores claros, donde cada país intenta mejorar su situación externa a expensas de los demás”. Este tipo de estrategias no solucionan los problemas de fondo sino que simplemente trasladan las dificultades de un país hacia otro. Para la seguidora de Keynes las “políticas de perjuicio al vecino” crean un ejemplo de cómo las naciones, al buscar soluciones inmediatas para sus crisis, pueden empeorar la situación global y, en última instancia, también la suya propia. Los aranceles han devenido en una obsesión personal de Trump y significan un cambio estructural de la fiscalidad de EE UU: se reducen los impuestos directos y progresivos (mucho más a los más ricos) y se sustituyen por un recargo generalizado al consumo, que es lo que en definitiva significan. Ante estas acciones debemos estar inquietos. Independientemente del impacto que tienen en el PIB de las naciones, todo el mundo está conectado por el comercio y los sistemas financieros globales. Cuando compramos algo, vamos al trabajo o tratamos de ahorrar, nuestras acciones cotidianas afectan a millones de ciudadanos a miles de kilómetros de distancia, al igual que los actos de otras personas del otro lado del planeta nos vinculan con sus decisiones. Estamos en otra fase del fin de nuestro mundo, solo que acelerada. Insistamos: todo lo viejo tiende a aparecer como nuevo.