‘Genocidio compasivo’ en Gaza: con una mano, ayuda humanitaria; con la otra, bombas
El humanitarismo no mejora la situación, solo sirve para acallar la conciencia de los ciudadanos occidentales intentando hacer mínimamente tolerable lo intolerable
El 8 de marzo supimos que al menos cinco habitantes de Gaza habían muerto durante los lanzamientos de ayuda humanitaria desde aviones sobre el campo de Al-Shati, al oeste de la ciudad. Apenas un mes después, otro lanzamiento de paquetes de alimentos alcanzó a Zein Oroq, un niño de 13 años que había sobrevivido a un ataque aéreo contra su vivien...
El 8 de marzo supimos que al menos cinco habitantes de Gaza habían muerto durante los lanzamientos de ayuda humanitaria desde aviones sobre el campo de Al-Shati, al oeste de la ciudad. Apenas un mes después, otro lanzamiento de paquetes de alimentos alcanzó a Zein Oroq, un niño de 13 años que había sobrevivido a un ataque aéreo contra su vivienda en noviembre, pero que murió en el hospital, por las heridas, el 14 de abril. Un frágil puente para alcanzar una aparente salvación resultó mortal.
Desde el punto de vista de las víctimas, ¿qué más da que la muerte venida del cielo sea en forma de bombas o de paquetes de ayuda? De hecho, este no fue solo un trágico incidente que quedó empequeñecido por la abrumadora cantidad de civiles muertos en los bombardeos israelíes en Gaza desde hace meses. Las muertes provocadas por los lanzamientos de ayuda humanitaria nos dan alguna pista sobre la lógica general de lo que está ocurriendo hoy, sobre todo en Gaza, pero también en otras partes del mundo.
Es el fenómeno que yo llamo genocidio compasivo: un genocidio que se permite con la condición de que uno sienta una preocupación humanitaria y ofrezca ayuda material (escasa) a una población civil totalmente desprotegida frente a los desplazamientos y traslados en masa, las matanzas, el uso del hambre como arma y las enfermedades.
La forma más eficaz de ayudar a quienes están en el punto de mira es activar todos los mecanismos previstos en el derecho internacional, incluidas las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, para detener o impedir un genocidio que el Tribunal Internacional de Justicia considera “creíble”. Sin embargo, Estados Unidos ha vetado varias de esas resoluciones de la ONU que pedían un alto el fuego inmediato en Gaza, mientras el Departamento de Defensa estadounidense (DoD) informa de que “está en marcha una unidad especializada del ejército para facilitar el envío de ayuda humanitaria a Gaza”. Al mismo tiempo, y a pesar de que en los últimos días se han detenido parcialmente las entregas de explosivos, Estados Unidos encabeza la lista de países que venden armas a Israel, lo que demuestra que los lanzamientos aéreos de paquetes humanitarios y los de bombas están relacionados económica y materialmente, como si los hiciera el mismo ente político, cada uno con una mano. El resultado de esa relación es el genocidio compasivo.
Desde que empezaron los bombardeos en Gaza, en octubre de 2023, gran parte del mundo occidental consintió las acciones de Israel en virtud del derecho a la “legítima defensa”, pero subrayando que había que respetar y garantizar el derecho humanitario y la seguridad de la población civil. Israel se sumó a este juego con el reparto de panfletos —también desde el aire— en la Franja de Gaza con instrucciones para evacuar ciertas zonas y marcharse a otras más seguras. En la mejor tradición neoliberal, los mensajes expresaban una gran preocupación y el correspondiente consejo de seguir las rutas de evacuación “por su propia seguridad”.
El cinismo de estos panfletos era evidente ya en otoño del año pasado, pero se volvió incuestionable cuando la mayoría de la población de Gaza se concentró en la ciudad meridional de Rafah, encerrada entre el Mediterráneo y una frontera egipcia fuertemente defendida, sin ningún otro lugar donde ir. La lenta invasión de Rafah por parte del ejército israelí —precedida por el reparto de panfletos similares y que probablemente causará un número incalculable de muertes y quizá el desplazamiento forzoso de la población fuera de las fronteras de Gaza— es el contexto en el que deben valorarse estos falsos gestos humanitarios.
Aunque también abunda, casi indisimulada, la retórica agresiva y genocida (recordemos la cita bíblica de Netanyahu: “Recordad lo que os ha hecho Amalek…”, o la proclamación del ministro de Defensa israelí de que Israel estaba luchando contra “animales humanos”), el síntoma más revelador de la situación actual es la combinación de genocidio y preocupación humanitaria por sus víctimas. Lo importante no es si Israel permite que entren en Gaza camiones con los suministros que tanto necesita la población, ni cómo, sino el asedio que sufre la Franja desde hace casi dos décadas, agravado por la devastación actual. El humanitarismo no mejora la situación, ni en sentido literal ni en sentido figurado. Al contrario, las palabras y las acciones humanitarias agravan una situación que ya es terrible porque se esfuerzan por hacer mínimamente tolerable lo intolerable.
Esta tendencia no es nueva, en absoluto. En la primera década de este siglo, el filósofo político italiano y especialista en derecho internacional Danilo Zolo acuñó el término “militarismo humanitario” para explicar los mecanismos de las estrategias políticas y militares de las “intervenciones humanitarias”, que tienen carta blanca para hacer caso omiso de la soberanía y la integridad territorial de los Estados y que, a la hora de la verdad, equivalen a una invasión con otros medios. Posteriormente, Zolo añadió al nuevo vocabulario político el término “terrorismo humanitario”, para designar la normalización de las guerras de agresión que invocan el sentimiento humanitario (siempre de la forma más fraudulenta) en el contexto de una “lucha contra el terrorismo”.
En el genocidio compasivo —un oxímoron que describe una parte de la realidad contemporánea—, los dos componentes influyen uno en el otro. Desde el punto de vista ideológico, se trata de que la opinión pública mundial no se sienta tan mal ante un genocidio “creíble” cuando ve la compasión que se manifiesta en forma de ayuda humanitaria lanzada desde el aire o incluso la entrada de unos cuantos camiones con suministros vitales en la Franja de Gaza. A fin de cuentas, el objetivo es acallar a la opinión pública, que se ha expresado y sigue expresándose en manifestaciones multitudinarias por todo el mundo en apoyo del pueblo palestino y de los habitantes de Gaza en especial.
Es decir, el objetivo es que los ciudadanos tengan la conciencia tranquila: la ayuda humanitaria como estrategia de relaciones públicas y como herramienta psicológica de autoayuda. Solo eso ya es una forma de degradar la propia compasión, porque la convierte en algo tan distante como los fríos lanzamientos aéreos de ayuda humanitaria, que en muchos casos acaban en las aguas del Mediterráneo. Cuando a la compasión se une la implicación personal, el precio que se paga es alto: los siete trabajadores de World Central Kitchen que estaban en Gaza murieron en un ataque selectivo del ejército israelí. A la hora de la verdad, por tanto, el genocidio compasivo tiene lugar con la necesaria mediación de las redes sociales, las retransmisiones en directo y los ciclos informativos de 24 horas, que lo mantienen distante y al mismo tiempo lo hacen increíblemente cercano.
La personalización de la compasión, que es contradictoria con la degradación de este sentimiento, se agudiza al hablar de los israelíes retenidos como rehenes en Gaza desde la incursión de Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre. Es más fácil identificarse con el sufrimiento humano cuando las víctimas tienen nombre y rostro, cuando se las recuerda y cuando el dolor de sus seres queridos es tan visible en entrevistas con profundidad y reportajes individuales. En cambio, las decenas de miles de gazatíes —entre ellos, 14.000 niños— que han muerto asesinados por el ejército israelí siguen siendo fundamentalmente anónimos. No solo se trata de que “no haya forma de cuantificar el sufrimiento en Gaza”, como indica la periodista israelí Amira Hass, sino que cualquier intento de cuantificación acaba indefectiblemente haciendo que la compasión sea cada vez más abstracta y diluida, como corresponde a un genocidio compasivo en pleno desarrollo.
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